El arte de acompañar
La congregación vedruna ha puesto al día prácticas milenarias de acompañamiento espiritual con el potencial de revolucionar la acción pastoral
«¿Para qué caminar solo en la vida pudiendo caminar acompañado?». Así resume la filosofía del acompañamiento espiritual una vedruna recién regresada a España tras varios años de misión en África. Vuelve en un momento clave para su congregación. Las Carmelitas de la Caridad Vedruna son grandes maestras en un arte que se enraíza con los padres y madres del monacato de Oriente y Occidente, y que hoy resurge con fuerza, como respuesta a esa pastoral cuerpo a cuerpo en la que insiste Francisco. Distintas realidades de Iglesia e instituciones académicas católicas se han fijado en ellas con la intención de aprovechar metodologías y conocimientos que encierran un enorme potencial tanto en la pastoral ordinaria, como en la atención a todo tipo de víctimas (desde la violencia de género a los abusos sexuales), pasando por el discernimiento vocacional o situaciones de exclusión como las que se plantean en la pastoral penitenciaria.
Frente a una dirección espiritual donde el sacerdote ofrece consejos y el dirigido toma buena nota (a menudo como prólogo y epílogo a la confesión sacramental), el acompañamiento se plantea en un plano horizontal, de igual a igual. «Las dos escuelas son válidas, pero las expectativas son muy diferentes en uno y otro caso», explica la religiosa y psicóloga Lola Arrieta, una de las fundadoras del Equipo Ruaj, con más de 25 años de experiencia de atención a todo tipo de personas en las más diversas situaciones. A quien llega buscando a una especie tutor que tome alguna decisión por él, se le dice cortésmente que se ha equivocado de puerta. «Tratamos de ser muy claros y honrados», dice Arrieta. Al acompañado, a través de una escucha activa, se le ayuda a poner en orden su vida y sus pensamientos; a descubrir por qué medios Dios se hace presente en su vida… Pero las conclusiones le corresponden encontrarlas única y exclusivamente a él, en diálogo de discernimiento.
El acompañamiento espiritual está dirigido a todos, pero resulta especialmente útil en determinados momentos de la vida. Es el caso de los jóvenes que se plantean una posible vocación religiosa. O a los que desean empezar a vivir su fe con más coherencia después de una experiencia de voluntariado que les ha tocado de forma especialmente intensa. Lola Arrieta ha acompañado igualmente a «adultos que sienten necesidad de reorientar y poner en orden su vida, con un cansancio vital muy fuerte, desfondados, desorientados…». Los hay que atraviesan «alguna situación que les ha provocado un dolor o un sufrimiento», hasta el punto incluso de necesitar psicoterapia.
La demanda ha ido claramente en aumento. Por su despacho pasan no pocos sacerdotes, algo infrecuente hace unos años, por los recelos que suscitaba que la acompañante fuera una mujer.
«Impresiona la cantidad de personas con una vida profesional de éxito, tras la que, sin embargo, se oculta una historia de sufrimiento. Hasta que un día dicen: “No quiero seguir viviendo con impostaciones”. Son testimonios de búsqueda sincera que impactan mucho», confiesa Arrieta.
Monte Carmelo, una herramienta para la pastoral juvenil
Otro de los pilares del Equipo Ruaj era la también vedruna Marisa Moresco, fallecida en un accidente de tráfico el 19 de abril. Días antes del trágico suceso, en conversación con Alfa y Omega, Moresco comparaba la figura del acompañante con las Ammas, las madres del desierto de los siglos IV y V, una especie de «parteras de la sabiduría» famosas por su capacidad de ayudar a quien acudía a ellas a extraer de su propio interior las respuestas que venían buscando. Un arte en el que, para la congregación Vedruna, el gran referente es santa Teresa de Jesús, sin menoscabo de otros referentes como Ignacio de Loyola o, en la época contemporánea, Thomas Merton.
Marisa Moresco acompañó a diversas congregaciones religiosas en sus capítulos y en tomas de decisión de especial relevancia. Una parte fundamental de su trabajo consistía, sin embargo, en formar a otros acompañantes, particularmente a quienes trabajan con jóvenes. Para ese fin Ruaj ha puesto en marcha Monte Carmelo, un programa de tres años de duración que va ya por su octava edición, en el que se compagina la formación a distancia con algunos encuentros presenciales a lo largo del año.
En escuelas, colegios mayores o en las ONG de las congregaciones religiosas «presuponemos que hay una fe» y un ambiente «impregnado del carisma» de la orden, pero «muchas veces la realidad está muy alejada de eso», explicaba Marisa Moresco.
Suelen echarse en falta igualmente espacios donde los chicos y chicas puedan «hablar con un adulto en un ambiente de confianza», añadía. Desde problemas familiares a consultas de tipo afectivo-sexual, por la cabeza de estos adolescentes y jóvenes rondan preguntas que muchas veces no tienen a quién planteárselas. Es ahí donde entra la función del acompañante. Lo primero es buscar ocasiones para «hacerse el encontradizo» y así ir generando «un vínculo con el chico». «Poco a poco, uno se gana su confianza. Esto se consigue cuando ven que el adulto realmente se preocupa por él, que no le juzga, que lo escucha…», decía la responsable de Ruaj.
Una eclesiología de comunión
Uno de los rasgos característicos del acompañamiento, asegura Lola Arrieta, es que tanto acompañante como acompañado salen fortalecidos en su fe y en su interioridad. «Cada persona que tengo el privilegio de acompañar llega a ser para mí un testigo de superación, de búsqueda sincera de Dios… Ante eso, como dice la Biblia, tienes que descalzarte y ser extremadamente respetuosa, porque el espacio que pisas es sagrado».
Del acompañamiento se deriva «una eclesiología que nos acerca más a una Iglesia de comunión que trata de superar cualquier tipo de castas. El acompañante no tiene por qué ser un sacerdote ni un religioso», sino cualquier persona «con la suficiente formación en escucha activa, experiencia» y «capacidad de discernimiento».
A su vez, «el acompañante no es un francotirador», sino un «testigo de la Iglesia», que igualmente «necesita ser acompañado por otros». En el caso de Lola Arrieta, a través de encuentros para contrastar experiencias cada dos meses con otros 30 acompañantes: un tercio, sacerdotes; otro tercio, religiosos, y el restante, seglares.
María Fernanda Soriano, monja cisterciense de San Bernardo del monasterio de Benavente, formada en Ruaj, hablaba en una conferencia de la importancia que ha tenido la formación en acompañamiento para su comunidad contemplativa, no solo para atender al creciente número de seglares que acuden a ellas con la necesidad de ser «escuchados, acogidos, comprendidos», sino también en la formación de las novicias. En la «aventura interior» de la vocación, «vemos los progresos en la oración, la lectio divina, el oficio divino, la convivencia con los demás. Algunos comparten espontáneamente su historia personal y la van leyendo a la luz de lo que van descubriendo en el monasterio; otros piden luz en sus luchas interiores, en sus decisiones…». En ese proceso –añadía– es habitual que queden al descubierto «ciertas heridas».
Como maestra de novicias, Soriano pasó del «temor a desencadenar procesos que hagan entrar en crisis» a las novicias, a comprender que este «autoconocimiento», incluida la asimilación de los episodios oscuros de la propia vida, es necesario para su «madurez afectiva y sexual», que a su vez permitirá «levantar un edificio espiritual» en la persona sobre «cimientos sólidos». De modo que «dichas perturbaciones son, a veces, mejor garantía de un crecimiento espiritual que todos los fervores espirituales que puedan tener las formandas. Por ello, en los encuentros personales que tengo con cada una, la revisión espiritual brota espontáneamente a partir de la realidad humana», mezclándose lo humano y lo divino, aseguraba.
Traumas latentes
No es infrecuente que, durante el acompañamiento, broten traumas latentes, algunos ocurridos muchos años atrás. Es lo que le ocurrió a Leticia (nombre ficticio), una religiosa que confiesa que no era consciente de las heridas que habían dejado en ella unos abusos sexuales que creía ya superados, hasta que el acompañamiento con Lola Arrieta hizo emerger todo ese dolor reprimido.
De entrada, pudo por fin poner nombre a los abusos que sufrió. «Puede parecer fácil. De hecho, si otra persona, desde fuera, me hubiera contado que pasó por lo mismo que yo, lo hubiera visto clarísimo, pero cuando esto le ocurre a una misma, todo se vuelve muy confuso». En una primera ocasión, Leticia fue abusada siendo todavía menor de edad. Años más tarde, la historia se repitió en un contexto de Iglesia.
«Para mí el acompañamiento ha significado un antes y un después», afirma. «Esto te cambia la vida… Ojalá mucha más gente conociera el acompañamiento. Cuántas heridas van haciendo daño por dentro a la persona, y le impiden ser libre y despegar». Pero «yo no creo en la magia», prosigue. «Este proceso de sanación no se logra de un día para otro. Ha habido momentos muy duros». Sin embargo, «me animaba descubrir que, en ese camino, iba profundizando, tomando más conciencia de toda mi vida… Sabiendo que era yo quien hacía mi propio proceso», con la ayuda de alguien que «no me ponía delante soluciones», sino que «me iba abriendo puertas, dando claves para poder interpretar mis historia, haciéndome las preguntas adecuadas…». De este modo, «no me he sentido dirigida», sino «plenamente protagonista de mi propio acompañamiento».
Si me preguntas qué supone para mí ser acompañado te lo expresaría con el himno del equipo de futbol del Liverpool: «Nunca caminarás solo». Así es: Dios no abandona a sus criaturas y se sirve de mediadores y mediadoras. Vivo como un regalo poder compartir con mi acompañante mi búsqueda de Dios.
Si miro para atrás me sonrío al recordar perfectamente el primer encuentro de acompañamiento: tenía necesidad de tomar una decisión concretada en continuar el negocio familiar o aceptar una oferta de empleo en una ONG. Y alguien me animó a contactar con una persona que acompañaba espiritualmente.
Fue una hora donde expuse la situación, conté con detalle lo que significaba una cosa y otra para mí. Mi acompañante me escuchó captando los detalles de mi relato, la emoción que daba a las palabras y mis silencios. Sí. Me sentí escuchado y, es más, sentí que por primera vez yo mismo me escuchaba. Al terminar la sesión, me dio cita para un nuevo encuentro. Ingenuamente respondí: «Encantado, aunque creo que la decisión ya la tengo tomada…». Me miró y me dijo: «¡Si solo hemos empezado el camino! Si quieres que esta decisión dé fruto verdadero, hay que seguir buscando más».
Había más. ¡Vaya si lo había! Me emociono al recordarlo. A partir de ahí muchos encuentros, con diferentes periodicidades y temas que me ayudan a reconocer dos cosas: mi historia como creyente, es decir, persona que confía en Dios, que se siente vocacionado por el Señor en su historia y al que se le regala un proyecto de largo recorrido; y al mismo tiempo verme como compañero de caminos, porque aprendí a reconocer en el presente, en el cotidiano de cada día la presencia de Jesús maestro en itinerancia, de aquí para allá anunciando la Buena Noticia a las gentes de su tiempo.
Creo que gracias al acompañamiento ha conectado conmigo la llamada a vivir la vida como vocación expresada en el seguimiento de Jesús como discípulo que se concreta en un determinado proyecto de vida. Es un ejercicio de agradecimiento a lo vivido, la conjugación de la vocación humana con la cristiana y finalmente la vivencia de la fidelidad a uno mismo, a Dios y a la vida.
Yo doy gracias por la persona que me acompaña, mujer de fe atenta a la Palabra que emerge del relato que escucha y acoge. Creo que también hoy, las personas buscadoras de Dios necesitan acompañantes que nos digan «¡Es el Señor!, ¿no lo ves?».
«No quiero pasar por la vida y ya está, sino vivirla a fondo, con sentido y con entereza, con esperanza, como una mujer creyente… Poniéndole nombre a mis problemas y afrontándolos de cara, tomando yo misma las riendas de mi historia». Implicándome en lo que ocurre a mi alrededor, dejando atrás mis egoísmos…».
Este es el proceso que, en palabras de la Vedruna Luica Villanego, desencadena el acompañamiento espiritual. Desde el Centro Vedruna de Valladolid, la religiosa acompaña a grupos y a personas individuales. Algunas acuden motivadas por situaciones concretas, pero cada vez más lo hacen de forma regular porque «quieren ir tomándole el pulso a su vida». La periodicidad de los encuentros varía mucho: desde una vez a la semana, a un par de visitas al año.
A día de hoy, además de en Valladolid, el Equipo Ruaj, iniciado por Vedruna, cuenta con equipos multidisciplinares formados por laicos y religiosos que ofrecen acompañamiento en Madrid, Málaga, Pamplona, Salamanca y Sevilla». Siempre –explica Villanego– se trata de «un acompañamiento integral, que abarca todas las dimensiones de la vida, porque lo espiritual no se puede desligar de lo social ni de lo afectivo», lo cual es válido incluso cuando «el acompañado, en lugar de una fe religiosa, tiene otro tipo de convicciones».
Pero desde su vocación de presencia en las periferias, las Carmelitas de la Caridad de Vedruna no se limitan a acompañar a quien acude a ellas, sino que integran estos métodos en su obra social. Es el caso de Laura Uriarte, educadora social en la asociación TAS, puesta en marcha en Salamanca por la congregación vedruna junto a la Institución Teresiana. Se atiende a personas en situación de desempleo y exclusión social, ofreciéndoles formación para ocupaciones demandadas en la ciudad, trabajando a la vez el interior de la persona.
«Muchas llegan muy desalentadas; su tejido familiar y social se ha ido debilitando; su situación les genera mirarse a sí mismas con rechazo», cuenta Uriarte. Por eso «hay que hacer todo un trabajo de reconstrucción, de volver a situarse ante la realidad». En muchos casos, «su esperanza se apoya en personas cercanas, como los hijos, en los que encuentran la motivación para salir adelante». Otras veces, «cuando no tienen a nadie, se trabaja la memoria. Les ayuda mucho recordar situaciones de personas que les ha querido o apoyado de forma incondicional. Puede que sus padres o algún abuelo. Otras, un voluntario con el que se encontraron en prisión».
Se trata de un proceso duro, con sus altibajos, porque «la situación de desempleo que hay en Salamanca es la que hay». Sin embargo, «la experiencia del camino que ya han recorrido les va haciendo más fuertes para afrontar las dificultades». «Una de las experiencias que más me llena de alegría –concluye Laura Uriarte– es ver cómo cambian, incluso físicamente, personas que llegaron con cara triste y aspecto abandonado, y que se han vuelto a poner en pie y han empezado a caminar por sí mismas».