El arte, camino hacia Dios
El arte puede facilitar el encuentro del hombre con Dios. Desde esta convicción, Benedicto XVI ha invitado, en repetidas ocasiones, a reflexionar sobre el sentido de la belleza. Lo hizo por dos veces el pasado 31 de agosto: en una vibrante intervención, durante la Audiencia general, y tras un concierto que le ofreció en Castel Gandolfo el ex Director del Coro de la Capilla Sixtina, el cardenal Domenico Bartolucci. Ofrecemos sendos fragmentos:
En varias oportunidades, he recordado la necesidad, para cada cristiano, de encontrar un tiempo para Dios, para la oración, en medio de las tantas ocupaciones de nuestras jornadas. El Señor mismo nos ofrece muchas ocasiones para que nos acordemos de Él. Hoy, quisiera detenerme brevemente sobre uno de estos canales, que pueden conducirnos a Dios y ayudarnos al encuentro con Él: es la vía de las expresiones artísticas, parte de aquella via pulchritudinis, camino de la belleza, que el hombre de hoy debería recuperar en su significado más profundo.
Quizás, algunas veces, les ha sucedido, ante una escultura, un cuadro, algunos versos de poesía, o una pieza musical, percibir en el alma una emoción íntima, una sensación de alegría. Es decir, percibir claramente que, ante vosotros, no había sólo materia, un pedazo de mármol o de bronce, una tela pintada, un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande. Algo que habla, capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el alma. Una obra de arte es el fruto de la capacidad creativa del ser humano, que se interroga ante la realidad visible, intenta descubrir su sentido profundo y comunicarlo a través del lenguaje de las formas, de los colores y de los sonidos. El arte es capaz de expresar y de hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que ve, manifiesta la sed y la búsqueda de lo infinito. Aún más, es como una puerta abierta hacia lo infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Y una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsarnos hacia lo alto.
Verdaderas sendas hacia Dios
Hay expresiones artísticas que son verdaderas sendas hacia Dios, Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con Él, en la oración. Se trata de obras que nacen de la fe y que expresan la fe. Podemos tener un ejemplo de ello cuando visitamos una catedral gótica: quedamos prendados por las líneas verticales que se estallan hacia el cielo y atraen hacia lo alto nuestra mirada y nuestro espíritu, mientras, al mismo tiempo, nos sentimos pequeños, anhelando, sin embargo, la plenitud… O cuando entramos en una iglesia románica: nos sentimos invitados de forma espontánea al recogimiento y a la oración. Percibimos que, en estos espléndidos edificios, está como atesorada la fe de generaciones. Así como, cuando escuchamos una pieza de música sacra, que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestra alma queda como dilatada y ayudada a dirigirse a Dios.
Vuelve a mi mente un concierto de músicas de Johan Sebastian Bach, en Munich de Baviera, dirigido por Leonard Bernstein. Al final de la última pieza, una de las Cantatas, sentí, no por un razonamiento mío, sino en lo profundo de mi corazón, que lo que había escuchado me había trasmitido verdad, verdad del sumo compositor y me impulsaba a alabar y agradecer a Dios. A mi lado, estaba el obispo luterano de Munich, al que espontáneamente le dije que, sintiendo esto, se sabe que es verdad, es verdadera la fe tan intensa, y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios.
Pero cuántas veces cuadros o frescos, fruto de la fe del artista, en sus formas, en sus colores, en sus luces, nos empujan a dirigir el pensamiento a Dios y hacen crecer en nosotros el deseo de beber en el manantial de toda belleza. Permanece profundamente verdadero cuanto ha escrito un gran artista, Marc Chagall, que los pintores a través de los siglos han mojado su pincel en aquel alfabeto de colores que es la Biblia. ¡Cuántas veces las expresiones artísticas pueden ser ocasión para acordarnos de Dios, para ayudar a nuestra oración, o también para la conversión del corazón! Paul Claudel, famoso poeta, dramaturgo y diplomático francés, en la basílica de Notre Dame en París en 1886, precisamente escuchando el canto del Magnificat durante la Misa de Navidad, advirtió la presencia de Dios. No había entrado en la iglesia por motivos de fe, había entrado precisamente para buscar argumentos contra los cristianos, y sin embargo la gracia de Dios obró en su corazón.
Esta tarde nos hemos sumergido en la música sacra, esa música que, de modo totalmente particular, nace de la fe y es capaz de expresar y comunicar la fe. En medio de las actividades cotidianas, nos habéis ofrecido un momento de meditación y de oración, haciéndonos intuir las armonías del cielo. Un gracias afectuoso y especial al autor de las piezas que hemos escuchado, al maestro cardenal Domenico Bartolucci. Gracias, eminencia, por haberme regalado este concierto y por haber compuesto, para la ocasión, la pieza Benedictus dedicada a mí como oración y agradecimiento al Señor por mi ministerio.
Querido cardenal Bartolucci, la fe es la luz que ha orientado y guiado siempre su vida, que ha abierto su corazón para responder con generosidad a la llamada del Señor; y es de ella de donde brota también su forma de componer. Es verdad que usted ha tenido una sólida formación musical. Pero la música es para usted un lenguaje privilegiado para comunicar la fe de la Iglesia y para ayudar en el camino de fe de quien escucha sus obras.