El areópago, el foro y el atrio - Alfa y Omega

Lugares de resonancias clásicas, hoy evocados para designar espacios de debate. Especialmente, en el discurso pastoral de la Iglesia, esos tres lugares, acompañados de sus respectivas especificaciones, se vienen utilizando como símbolos de un deseado encuentro entre creyentes y no creyentes: el Areópago donde habló san Pablo, el Foro del Hecho Religioso, el Atrio de los Gentiles.

El Areópago, la célebre colina de Atenas donde se reunía el correspondiente tribunal para juzgar a criminales como Ares u Orestes, fue el escenario del memorable discurso de Pablo en su misión de evangelizar a los gentiles. Lo más peculiar de aquel encuentro fue que tuvo su origen en una invitación de los filósofos estoicos y epicúreos, que deseaban escucharlo. La curiosidad, elemento clave de toda actitud filosófica, fue la que posibilitó que a Pablo le dieran la palabra. Con gran audacia, él se permitió sugerir que su auditorio aún vivía «en los tiempos de la ignorancia», y, citando a poetas como Arato, ofreció una sorprendente imagen de Dios. Pese al aparente fracaso de su predicación, el entusiasmo de Pablo acabó, a la larga, por imponerse a los doce dioses olímpicos, situando al Dios cristiano sobre el altar vacío del Agnostos Theos, de aquel Dios desconocido y sin nombre.

El Foro del Hecho Religioso fue una iniciativa promovida en España, en 1978, por parte de un grupo de intelectuales, entre los que figuraban teólogos como Olegario González de Cardedal o filósofos como Aranguren. El proyecto, que se desarrolló a lo largo de 25 años, consistía en facilitar unos diálogos muy abiertos, con el concurso de agnósticos o no creyentes, en los que se perfilase el nuevo modo de presencia de lo religioso en la España de la Transición. La iniciativa se desarrolló bajo el amparo del Instituto Fe y Secularidad, dirigido por el jesuita y sabio profesor de metafísica José Gómez Caffarena. Por su parte, este instituto había sido fundado siguiendo el programa de diálogo con el ateísmo de la Gaudium et spes, que ya había llevado a Pablo VI a la creación, en 1966, del Secretariado para los No Cristianos. Representantes de muy variadas disciplinas, especialmente filosóficas y teológicas, fueran o no creyentes, se daban cita en el foro para debatir sobre temas prefijados y relacionados, directa o indirectamente, con lo religioso: la utopía, la muerte, el mal, el fanatismo… Los ricos debates que allí se suscitaron adquirieron una cierta repercusión mediática, gracias a los resúmenes que Aranguren realizaba anualmente en su tribuna de El País. Como he tratado de mostrar en una reciente publicación, todavía algunos de aquellos destacados intelectuales del foro siguen hoy ofreciendo ámbitos teóricos de encuentro entre creyentes y no creyentes.

En diciembre de 2009, Benedicto XVI lanzaba el proyecto del Atrio de los Gentiles. Del mismo modo que Jesús, al expulsar a los mercaderes, pretendía despejar el atrio reservado para la oración de los gentiles junto al templo (Mc 11, 17), así el Papa diseñaba un ámbito común a creyentes y no creyentes buscadores de la verdad. El cardenal Ravasi, al frente del Pontificio Consejo de la Cultura, concretó la iniciativa del Papa organizando el primer encuentro del Atrio de los Gentiles, en 2011, con una impresionante puesta en escena en el gran areópago que hoy sigue siendo París, capital de la Ilustración. Allí, en la Sorbona, la conocida psicóloga agnóstica Julia Kristeva lanzaba un manifiesto por un nuevo humanismo capaz de incorporar las razones de la locura, las creencias o las lógicas de la experiencia interior. Hoy, transcurrida una década desde su fundación, llena de búsquedas, de publicaciones y de diálogos como el mantenido entre el cardenal Ravasi y el filósofo agnóstico Jean Luc Ferry, el Atrio de los Gentiles vuelve a reiterar la necesidad de un humanismo de raíces clásicas y bíblicas.

Ante la perspectiva de unas sociedades cada vez más dominadas por una cultura de la increencia, el secularismo y la ignorancia religiosa, se hace ineludible una respuesta. Algunos propugnan la estrategia defensiva propia de una fortaleza asediada, pero no es esta la actitud predicada por Francisco en su Evangelii gaudium, cuando invita a salir y a evitar cualquier autorreferencia identitaria. El espacio delimitado por los muros de la fortaleza es incompatible con el areópago, el foro o el atrio, que invitan al encuentro, a veces doloroso, con el no creyente.

Además, para que esa apertura se muestre fructífera, habrá de ser acompañada por una cierta estrategia de seducción, suscitando curiosidad como Pablo o combinando, como Ravasi, la más fina hermenéutica bíblica con exhibiciones de sabiduría cinéfila o literaria.