El anuncio de la Pascua
I Domingo de Cuaresma
Desde el comienzo de la Cuaresma emprendemos un itinerario eclesial que tendrá como culminación el domingo de Pascua, cuya prolongación, además, se coronará con la solemnidad de Pentecostés. De hecho, la Cuaresma nació como un período de preparación a la Pascua, en el cual se insiste en el paralelismo de los 40 días de preparación con el tiempo que el Señor pasó en el desierto al inicio de su ministerio público.
«40 días con sus 40 noches»
El número 40 aparece a menudo en la Biblia. Es una cifra asociada en el Antiguo Testamento a un tiempo de preparación, de prueba y de sufrimiento; pero también ligada a una victoria final, en la que el mal no tiene la última palabra. Así lo vemos, por ejemplo, con los 40 días del diluvio, los 40 días y noches de Moisés en el Sinaí, o los días que Jonás predicó la penitencia en la ciudad de Nínive. Con todo, la imagen mejor asociada a este número es posiblemente la de los 40 años que los israelitas pasaron en el desierto antes de entrar en la tierra prometida. Todos los casos desembocan en una paz y un gozo final. Esta es la razón por la que la tradición cristiana ha considerado este tiempo litúrgico como un «sacramento» o momento especial de la gracia de Dios, un itinerario de conversión y de gracia en el que ya, en cierta medida, actúa la luz de la Pascua.
«Si eres Hijo de Dios…»
El pasaje que escuchamos este domingo se encuadra en los primeros capítulos del Evangelio de san Mateo, en los cuales se quiere poner de manifiesto quién es Jesús. La identidad del Señor queda reflejada de modo especial en su Bautismo, donde es proclamado Hijo de Dios. Por lo tanto, el relato de las tentaciones va a girar particularmente en torno a la filiación. Hay un detalle importante: ciertamente Jesús es tentado por el diablo, que es el «tentador», conforme lo designa el mismo narrador del Evangelio; pero quien conduce a Jesús al desierto es el Espíritu Santo. Este hecho muestra que el paso del Señor por la prueba no es un accidente, sino que corresponde con el plan de Dios para así hacer patente la verdad de su ministerio. Precisamente con la condición «si eres Hijo de Dios…» comienzan las dos primeras tentaciones. La intención del tentador es la de desviar el modo de comprender y de vivir la filiación divina, tratando de sustituir el cumplimiento de la voluntad de Dios por privilegios personales, representados por el alimento, la fama o el dominio político. Exactamente esto es lo que se había presentado al pueblo de Israel siglos atrás en el desierto, la no obediencia a los preceptos del Señor como hijos suyos. No obstante, aún hay una imagen más precisa de la tentación en la historia de la salvación: el texto que escuchamos en la primera lectura. El relato del pecado original manifiesta con gran dramatismo la ilusión y el atractivo del mal, frente al cumplimiento de la voluntad de Dios. Sin embargo, lo que aparece como «bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia» se convertirá poco después en la causa de la fragilidad, debilidad e indefensión que encierra la constatación de que «descubrieron que estaban desnudos».
El anuncio de la gracia
Puesto que en Cuaresma la segunda lectura del domingo guarda especial relación con las otras dos, san Pablo se sitúa en el polo opuesto del pasaje del pecado original del Génesis. Su mensaje se resume en la afirmación de que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Y ello ha sido posible gracias a la victoria definitiva de Jesucristo sobre la muerte y el pecado. La victoria de Jesús sobre las tres tentaciones es, pues, una anticipación de su gloria definitiva e irrevocable sobre el mal que acecha al hombre. Por último, no podemos pasar por alto que el arma utilizada por Jesús para vencer la tentación es la Palabra de Dios, que se hace plenamente eficaz a través de su persona y no de la manipulación que de ella pretende hacer Satanás.
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar 40 días con sus 40 noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré si te postras y me adoras». Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”». Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.