El ansia de Dios acompañó a Machado toda su vida
En el aniversario de su muerte recordamos la admiración del poeta por la figura de Cristo. Aunque, mientras leía a los místicos, criticaba la superficialidad a la que se había reducido el catolicismo
El 22 de febrero de 1939 murió de una neumonía el poeta Antonio Machado en Collioure, un pueblecito costero del Rosellón francés. Allí transcurrieron los últimos 26 días de su vida tras cruzar la frontera en las semanas finales de la Guerra Civil. Su madre, doña Ana, que le acompañaba, falleció tres días después. Su hermano José encontró en los bolsillos de su chaqueta, en un papel arrugado, un esbozo de poema: «Estos días azules y este sol de la infancia». La luminosidad mediterránea de Collioure, a la que la tramontana contribuye con un cielo sin nubes, parecía recordar al poeta su infancia sevillana. Tanto es así que escribió: «¡Quién pudiera quedarse aquí en la casita de algún pescador y ver desde una vela el mar, ya sin más preocupaciones que trabajar en el arte!».
Al salir de Barcelona había perdido sus anotaciones y sus libros, hasta el extremo de que el jefe de la estación de Collioure, Jacques Baills, le consiguió dos novelas de Pío Baroja para que entretuviera su tiempo y una versión española de Los vagabundos de Máximo Gorki. Machado se planteaba vivir de su trabajo literario, aunque no parecía muy interesado en quedarse en Francia. Sin embargo, si hubiera vivido quizás habría aceptado la oferta de lector de español de la Universidad de Cambridge, recomendada por el hispanista John Brande Trend, pues, en el papel arrugado encontrado por José podía también leerse «ser o no ser», la inmortal cita de Hamlet. Hay que tener en cuenta que Machado consideraba a Shakespeare un «poeta de poetas» e hizo una vez esta incisiva observación: en su teatro cada uno de sus personajes dice los poemas de su propio sentir sin revelar el propio sentir. Esta reflexión dice mucho de la actitud de Machado ante la vida: la comunicación cordial con el otro es «lo esencial humano», en palabras del escritor.
Por eso, Antonio Machado no podía sentirse identificado con los conceptos abstractos, muy difundidos en la política, las masas, el trabajo o la burguesía. Un poeta que ama la comunicación personal no sucumbe ante los dogmas de las ideologías políticas. No lo hace tampoco en su poesía porque, de hacerlo así, su obra estaría condenada a ser efímera. Su rechazo del hombre individualista le llevará a considerar esta actitud como un rasgo de ateísmo: «Este hombre, o no cree en Dios o se cree Dios, que viene a ser lo mismo. Tampoco este hombre cree en su prójimo, en la realidad absoluta de su vecino. Para ambas cosas carece de la visión o evidencia de lo otro, de una fuerte intuición de otredad, sin la cual no se pasa del yo al tú».
Machado fue siempre un poeta filósofo, porque como dice uno de sus personajes, Juan de Mairena, «los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas». Esta afirmación denota una cierta apertura a la trascendencia y hay quien lo considera el representante de un cristianismometafísico, lejano a un Dios personal. Con todo, su interés por los otros le impulsa a defender la idea de fraternidad, lo que le lleva a la admiración por Cristo. En sus Apuntes íntimos escribe: «Siempre estimé de gusto deplorable y muestra de pensamiento superficial el escribir contra la divinidad de Jesucristo. Es el afán demoledor de los pigmeos que no admiten más talla que la suya». Pese a todo, Antonio Machado no se adhiere al catolicismo porque en la España de su tiempo se redujo a «una religiosidad chabacana y superficial, ordenancista y rutinaria». Lamentaba el hecho de que «la mayoría de los españoles se declaran católicos, siguen el rito, cumplen con religiosidad, y, sin embargo, viven como ateos perfectos». El ansia de Dios acompañará al poeta toda su vida, en una actitud de duda que considera a Dios inabrazable, aunque al mismo tiempo lo seguía buscando en la lectura de los grandes místicos españoles.