Escribió Cioran, cito literalmente: «El amor es un sentimiento anormal que va acompañado de estados turbios que suelen caracterizar una mente trastornada: angustia, desesperación, desconfianza mórbida, relámpagos de felicidad, egoísmo llevado hasta la ferocidad, etcétera. Es una felicidad de furioso». Me recuerda un poco a lo que decía Tarkovsky tras la pregunta del reportero: «Es una catástrofe —dijo del amor—. No me gusta estar enamorado, es como una gran enfermedad. Yo no soy feliz cuando estoy enamorado».
Yo pensé durante mucho tiempo así, y fue gracias a muchos artistas como ellos que alimenté esta creencia de asociar el amor con algo catastrófico. He estado enamorado infinidad de veces. De hecho, puedo afirmar que soy enamoradizo. Incluso me ha gustado el sufrimiento que acarrea estar enamorado. Esos mismos síntomas que describe Cioran y que compara con un trastorno los he padecido con gusto, porque pensaba que eran parte del equipaje de un hipersensible. Que yo era así. Es algo adictivo, lo dice Kevin Kaarl, en una de sus canciones: «Cómo me encanta estar sufriendo». Cuando nos enamoramos nos sentimos vivos y la vida cobra sentido, al menos el tiempo que dura esa emoción tan brutal como un viento huracanado que nos barre el pecho al ver o pensar en la persona que idealizamos. Que pensamos que nos completa y nos dará la solución a nuestros problemas.
Pero el amor es otra cosa, claro. Hace no mucho releía a Eckhart Tolle, que afirma que confundimos el apego con el amor. «Las relaciones basadas en el apego pueden parecer perfectas al principio —nos advierte—, mientras se está enamorado», pero tarde o temprano, tras un conflicto, tras la primera discrepancia, las mariposas del estómago caen en picado, Cupido se va corriendo. Para quien sufre apego la otra persona es una droga durante el enamoramiento y, cuando la droga se vuelve ya costumbre, el éxtasis primero da paso al desencanto. Los momentos de tensión van aumentándose, se alternan momentos dramáticos con momentos de nuevo encantamiento hasta que la violencia se cronifica. Ataques verbales, reproches, celos, yo tengo razón, manipulación o enjuiciamientos son síntomas de una relación enferma, aunque al principio todo fueran los selfis en un puente lleno de candados. ¿Puede el amor transformarse en su opuesto?, pregunta Tolle. ¿Puedes ser un día la más guapa o guapo del mundo y al día siguiente la más odiada u odiado porque no me comprendes o no me haces caso? «No puedes amar a tu compañero o compañera un momento y atacarle la siguiente», dice. La relación romántica, intensa, está abocada al fracaso si no se transforma en otra cosa. Las parejas cimentadas sobre la carencia de los amantes acaban mal, lo sé por experiencia.
Se dice que leer es bueno. Y yo diría: bien, pero según lo que leas. Igual que la amistad no puede ser beneficiosa en general —depende de quién sea tu amigo—, la lectura puede ser venenosa, inocularte la creencia de que el amor es algo atormentado, por ejemplo. A mí me encanta Cioran, por otra parte, aunque desde luego no esté de acuerdo con lo que dice en este caso y ahora esté en condiciones de sonreír mientras releo sus líneas atormentadas, que poco me influyen ya, al contrario que cuando era más joven.