El amor en un solo versículo
Domingo de la 31ª semana de tiempo ordinario / Marcos 12, 28b-34
Evangelio: Marcos 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario
La profesora Sonia Ortega explica que la Sagrada Escritura nos habla de tú a tú, versículo a versículo. En este Evangelio, Jesús, en el versículo 34, le dijo al escriba: «No estás lejos del Reino de Dios». Y concluye el pasaje evidenciando que tras esta respuesta nadie se atrevió a preguntarle más. Este cierre es profundamente revelador, no solo del contexto en el que se desarrolla, sino también de nuestra propia actitud frente a Jesús. Nosotros, al igual que el escriba, muchas veces llegamos hasta las puertas del Reino, percibimos su cercanía, pero no nos atrevemos a dar el paso final para entrar. En un momento tan crucial como este en el que vivimos, cuando lo que más necesitamos es estar lo más cerca posible del Reino, nos paralizamos y no preguntamos más. Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar: ¿Qué significa no atreverse a preguntar más?
Tal vez sea una indicación de nuestro temor de ir más allá, de ahondar más en lo que implica seguir a Jesús. A menudo, la Sagrada Escritura nos revela una verdad incómoda: no es que no entendamos lo que Jesús nos pide, sino que tenemos miedo de lo que ese entendimiento puede significar para nuestra vida. El escriba —y quienes escuchaban— habían comprendido bien, pero callaron. ¿Cuántas veces nosotros hacemos lo mismo? Nos acercamos a Dios, escuchamos sus palabras, incluso las comprendemos, pero no damos el siguiente paso. Nos quedamos «no lejos» del Reino, pero tampoco lo suficientemente cerca para que nuestras vidas sean transformadas por completo. ¿Qué es lo que nos frena? ¿Por qué no preguntamos más? Quizás es el temor de lo que implica vivir conforme a los valores del Reino: una vida de servicio, de amor incondicional, de entrega total a Dios y a los demás. O tal vez es la comodidad de quedarnos en la teoría, de no implicarnos del todo en esa relación con Jesús que nos transforma desde dentro.
Nadie le pregunta a Jesús qué significa estar «cerca» del Reino. Es como si se hubiera alcanzado un límite, una frontera invisible en esa relación de amor total que es estar «en». Nos conformamos con estar «cerca» del Reino, pero no insistimos en entrar plenamente en él. La enseñanza de Jesús sobre el amor radical es hermosa en teoría, pero cuando llega el momento de aplicarla en la práctica, en nuestras vidas concretas, a nuestras relaciones, a nuestras decisiones cotidianas, encontramos obstáculos. Amar a Dios con todo el ser no es solo un acto emocional o un sentimiento, sino una entrega total que exige dejar atrás nuestro egoísmo, nuestras ambiciones y nuestras zonas de confort.
Jesús no se cansa de responder, pero somos nosotros los que a veces nos cansamos de preguntar. Jesús sigue esperando que le preguntemos, que seamos valientes. Él nos invita a amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente y ser, y a amar al prójimo como a nosotros mismos. Estos dos mandamientos abarcan todo lo que significa vivir en el Reino de Dios. Sin embargo, no basta con saberlo, con asentir intelectualmente. Hace falta la valentía de preguntarle más a Jesús, de abrir el corazón de par en par y decirle: ¿Qué significa realmente amarte con todo lo que soy? ¿Cómo puedo amar al prójimo como a mí mismo en mi vida cotidiana? ¿Qué sacrificios personales debo hacer para que este amor sea real, no solo palabras o intenciones? ¿Qué más, Señor?