El amor amansa a La Bestia
Norma Romero es una de Las Patronas, un grupo de mujeres mexicanas que ayudan cada día a los migrantes centroamericanos a su paso por Veracruz en el tren de carga La Bestia. El lunes contó su experiencia en el salón de actos de Alfa y Omega
Año 1995. Una tarde cualquiera. Bernarda y Rosa, dos de las hermanas Romero, fueron en busca de arroz y leche a la tienda de al lado. Pero tardaron más tiempo de lo normal en regresar a casa. Su salida coincidió con la hora en la que el tren de carga que une Centroamérica con EE. UU. atravesaba el municipio de Amatlán de los Reyes, en el estado mexicano de Veracruz. Tuvieron que esperar a que pasara el convoy, pero algo distinto las sorprendió esta vez: había polizones colgando de los vagones, y gritaban pidiendo comida. Las dos jóvenes no lo dudaron, y sin pensarlo lanzaron las bolsas de alimentos recién comprados a esos hombres «con acento raro, que no era mexicano». Ellas todavía no lo sabían, pero aquellos hombres eran los primeros inmigrantes que cruzaban México en el tren conocido como La Bestia. Ni tampoco que, desde ese momento, sus vidas no volverían a ser ya nunca más las mismas.
«Cuando mis hijas llegaron a casa, me contaron por qué venían sin compra. Toda la familia nos quedamos pensando qué podíamos hacer por aquellos hombres. Nos reunimos al día siguiente, a primera hora de la mañana, y decidimos hacer todas las raciones de más que nuestra economía nos permitía. Empezamos a embolsar el arroz, las tortillas y los frijolitos… y así comenzó nuestra labor. Dios nos puso al lado de ese tren para ayudar a nuestros hermanos».
Lo cuenta Leonila Vázquez, la matriarca de una saga de doce hijos que, con 82 años, es la fundadora y alma del grupo Las Patronas –nombre tomado del barrio en el cual viven, La Patrona, que alude a la Virgen de Guadalupe–, 14 mujeres entre hijas, nietas y vecinas de Leonila, quienes dedican su vida a alimentar a los inmigrantes que cruzan su pueblo en La Bestia. «Adiós abuelita, adiós, me dicen al paso del tren. Que Dios me los bendiga, mijitos, respondo».
«Una llamada de Dios»
Una de sus hijas, Norma, visitó el lunes el salón de actos de Alfa y Omega, en el centro de Madrid. Allí compartió experiencias con miembros de otras asociaciones que trabajan con migrantes, en unos momentos marcados por los acontecimientos en las fronteras de Macedonia, Serbia y Hungría. Su visita a España ha coincidido además con el fallo del Premio Princesa de Asturias a la Concordia 2015, al que Las Patronas estaban nominadas –al cierre de esta edición, se desconocía aún la decisión del jurado–.
Ante decenas de personas que quisieron venir a conocerla, la patrona, una mujer humilde, resaltó que su trabajo no es heroico, sino que «solamente responde a una llamada de Dios. Mi familia llevaba tiempo buscando qué poder hacer para dar servicio al prójimo, y Dios nos dio la oportunidad de salir de nuestra casa, de nuestro trabajo, de nuestro bienestar, para servir al hermano migrante». Aquella tarde, después de que Bernarda y Rosa llegaran a casa, «mi madre nos dijo que teníamos que hacer lo que hacía Jesús: Dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Así empezamos a compartir lo que Dios comparte con nosotras».
Reparten 45 kilos de arroz y 20 de frijoles al día. Las mujeres se despiertan a las cinco de la mañana, «arreglamos nuestra casa, despedimos a nuestros maridos que se van al trabajo y a nuestros hijos que se van al colegio, y entonces nos ponemos manos a la obra», explica. «Cada día le toca a una cocinar, y el resto vamos a los mercados a recoger el pan y las verduras que nos donan». Esto ocurre ahora que su buen hacer se ha extendido como la pólvora. Hace 20 años, eran ellas mismas las que compraban la comida. «Durante siete años alimentamos a miles de personas sin que nadie más lo supiera. Hacíamos el arrocito, el frijol, cuando había verdura unos nopalitos con huevo… y también algo dulce, un pan y unos juguitos. Hacíamos 30 bolsas al día». Ahora, el volumen ha aumentado tanto que necesitan donaciones externas. «Repartimos más de 300 raciones por jornada, los 365 días del año. Gracias a la red de asociaciones que trabajamos con migrantes en México, y a las universidades, que hacen un gran trabajo de sensibilización, recibimos comida suficiente para alimentar a la mayoría».
El barrio, volcado con ellas
Mientras las mujeres hacen las bolsas, suenan gritos. ¡Madres, que silba el tren!, avisan los vecinos. Desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche, el barrio está atento a la llegada de los trenes. Las mujeres, apresuradas, cogen sus carretillas, las cargan de comida, y corren entre las piedras para llegar hasta las vías. «No solo se debe ser luz en casa, hay que ser luz en todos los lugares», dice Norma.
Los inmigrantes llevan días sin comer, hacinados en los vagones. Incluso haciendo sus necesidades en marcha, porque «si bajan, pueden perder su oportunidad. O morir». Se juegan la vida para extender su cuerpo y poder coger la bolsa de comida. Por eso, Las Patronas han ideado su propio sistema de lanzamiento. Llenan viejas botellas de plástico con agua, amarradas con una cuerda de dos en dos, para que sea más fácil cogerlas. «Hay maquinistas más amables, que cuando nos ven bajan la velocidad. Otros no lo hacen», cuenta Norma.
«Dejan su patria atrás, todo lo que han conocido hasta ahora, en busca de una vida mejor. Tienen una gran fe. Yo les admiro», reconoce la mexicana. Por eso, se muestra estos días especialmente entristecida por las declaraciones del candidato a la presidencia de EE. UU., Donald Trump. El multimillonario ha propuesto levantar un muro que separe México y la tierra estadounidense. «Me entristece que este hombre piense así. El hecho de que tenga dinero no significa que pueda despreciar al ser humano. Al revés, debería estar agradecido, porque Estados Unidos ha crecido mucho gracias a los latinos». Norma piensa que, si tiene dinero para levantar muros, «es mejor que se lo gaste en mejorar las vidas de las personas que tienen que emigrar, que no van a verle a él, sino a buscar una vida mejor. Ojalá aprendiera a compartir su dinero».
Al principio, la labor de Las Patronas era más improvisada, entre ollas de arroz y maíz para hacer tortillas. «Con el tiempo hemos visto que podíamos hacer más. Montamos un albergue, porque muchos llegan heridos, y con los pies destrozados de andar cientos de kilómetros. Otros llegan llenos de picaduras de parásitos y necesitan medicación. Otros fueron golpeados por las mafias… Y lo peor: muchos llegan mutilados, porque se caen a las vías». Fue el caso de Jesús, un joven mexicano cuya historia recuerda Norma con emoción. «Él ya trabajaba en California. Había logrado alcanzar el sueño americano. Pero su mamá enfermó, y decidió regresar a México con el poco dinero ahorrado para curarla. Lo consiguió, pero no tenía más plata para regresar a su trabajo», cuenta la mujer. Jesús oyó hablar de La Bestia y decidió aventurarse. Unos kilómetros antes de Amatlán había voluntarios repartiendo agua. Jesús se apresuró a bajar para coger una botella, pero cuando iba a subir, el tren tuvo una sacudida y él cayó a la vía. «Sacó el cuerpo, pero no pudo con las piernas. Llegó hasta La Patrona desangrándose, y le llevamos al hospital. Nosotras no hacíamos más que pensar en qué decirle, cómo consolarle. Pero cuando despertó de la anestesia, lo primero que hizo fue dar gracias a Dios por estar vivo». Jesús, de 22 años, ahora vive en Ciudad de México y trabaja gracias a dos prótesis. «Él es ejemplo vivo de que cuando se tienen sueños, se puede luchar por ellos», afirma.
No todos tienen la misma suerte. Según el Instituto Nacional de Migración mexicano, cada año hay alrededor de 1.500 entre fallecidos y mutilados al caer del tren. Leonila, Norma y las otras 12 mujeres también ayudan a repatriar los cuerpos.