El amor al Señor y al prójimo
31º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 12, 28b-34
La liturgia del próximo domingo nos presenta un pasaje central para entender cómo Jesús concibe el cumplimiento de la voluntad del Padre, al mismo tiempo que revela su posicionamiento sobre los demás mandamientos. Aparentemente, el diálogo entre el escriba y Jesús se desarrolla en un tono pacífico, sin polémica, a diferencia de lo que hallamos en otros capítulos del Evangelio. La ausencia de tensión se pone de manifiesto en las últimas palabras del pasaje, al señalar Jesús: «No estás lejos del Reino de Dios». Para comprender el sentido de la pregunta debemos tener en cuenta que, en tiempos de Jesús, los preceptos de la ley de Moisés se contaban por centenares, superando en mucho el conocido decálogo. Esta meticulosidad en el cumplimiento de la ley implicaba no solo que muchos judíos se la saltaran, sino también que se viviera en gran hipocresía, actitud que, por otros episodios, sabemos que censura férreamente el Señor. Más allá del contexto inmediato que se encontró Jesús, san Marcos quiso destacar este como uno de los episodios clave para que las primeras comunidades de cristianos y nosotros en nuestros días sepamos a dónde dirigir nuestra atención para cumplir con fidelidad la voluntad del Señor y no perdernos en puntos que, en todo caso, deben ser un desarrollo de estos dos mandamientos. Al mismo tiempo, sería incorrecto concebir este resumen como una especie de suspensión del resto del decálogo o una relajación de otros preceptos de la ley natural. La voluntad del Señor manifestada en el Evangelio nunca busca anular o minusvalorar la ley, sino todo lo contrario, cumplirla de modo radical y en plenitud y, sobre todo, descubriendo su sentido más profundo.
Si Jesús no busca restar valor a la ley recibida de los mayores, también es verdad que, con el paso de los siglos, las disposiciones legales habían proliferado sin medida, condicionando hasta el extremo la fe israelita y el funcionamiento de la propia sociedad de la época, sobre todo entre algunos grupos concretos, como el de los fariseos. Aparte de ser insoportable e irrealizable, esta extrema regulación desviaba demasiado la atención del cumplimiento de la voluntad de Dios que se corresponde con la búsqueda de aquello que anhela el corazón humano. En cualquier caso, la propuesta de cientos de mandatos negativos no es el medio idóneo o más directo para vivir amando a Dios y al prójimo. Sin algo que oriente nuestro actuar positiva y dinámicamente, la ley de Dios se entiende únicamente como una barrera que no puedo traspasar.
La unión entre mandamientos
Analizando la formulación de Jesús del mandato del amor a Dios y al prójimo, tal y como aparece en este pasaje, descubrimos lo siguiente: en primer lugar, se realiza de modo positivo y en dos secciones. La primera de ellas procede del libro del Deuteronomio, cuyo texto constituye el quicio de la primera lectura de este domingo: «Escucha, Israel […]. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». A partir de ahí, Jesús prosigue con el segundo mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este último precepto no es original de Jesús, ya que lo encontramos en el libro del Levítico (19, 18). Pero sí que es novedosa la unión de los dos mandatos en uno solo y hacer de este nuevo gran precepto el motor de la vida cristiana, resumiendo con gran simplicidad lo que supone vivir en Cristo. Por otro lado, este doble mandamiento intenta desligar el cumplimiento de la voluntad de Dios de un culto y una religiosidad meramente externa y vacía, criticada desde antiguo por los profetas. Así lo demuestra la frase del escriba, cuando afirma que «amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». No se nos pide, por lo tanto, realizar más o menos acciones, sino cambiar por completo el corazón.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.