El altavoz para los invisibles del campo
El activista Aboubakar Soumahoro organizó este martes una manifestación en Roma para reivindicar los derechos de los temporeros. Un colectivo explotado y marginado al que sostiene la Iglesia
A Soumaila Sacko le pegaron dos tiros por la espalda. Cayó herido de muerte sobre la chatarra oxidada que había recogido momentos antes de una fábrica abandonada para hacer un poco más digna la barraca en la que malvivían sus compañeros. Un crimen punitivo por haber liderado las protestas entre los jornaleros del campamento de San Ferdinando (Calabria). En este foco de suciedad, sin agua corriente ni electricidad, se hacinan cientos de personas, en su mayoría de origen africano, que son explotadas en los fértiles terrenos adyacentes, donde se cultiva la gran parte de los cítricos que llegan a las mesas italianas. Es la máxima expresión de un mecanismo fallido, porque tal y como señala Fabiano Pino, de la oficina responsable de los migrantes en Cáritas Calabria, la agricultura de esta región del sur «es muy rica en sus recursos naturales, pero ha sido completamente destrozada por una cadena de producción perversa». «Los precios que se pagan a los productores son irrisorios» y los grandes beneficios se los llevan los gigantes empresariales de la distribución. En esa cadena, ellos, los inmigrantes temporeros, «son las últimas víctimas».
Dos días después del brutal asesinato, el activista Aboubakar Soumahoro organizó una de las manifestaciones más potentes jamás vistas en la tierra de la omertà, donde la mafia saca tajada de esta nueva forma de esclavitud moderna. Han pasado casi tres años, pero poco o nada han cambiado las condiciones infrahumanas en las que estas personas faenan los campos por poco más de 20 euros a cambio de una dura jornada. «Están confinados socialmente, tanto por las injusticias en la cadena de producción alimentaria como por las leyes que los separan por razones de raza y los condenan a la invisibilidad», denuncia.
Soumahoro llegó con 19 años a Italia desde Costa de Marfil. Se graduó con 30 años en Sociología y realizó una tesis sobre la condición del trabajo de los inmigrantes en el mercado negro italiano. Desde entonces se ha dedicado a visitar los campos de la periferia para denunciar la explotación de los temporeros. Cuenta con 20 años de activismo a las riendas de la Unión de Sindicatos de Base (USB) por los derechos laborales y sociales de los trabajadores y con algunas victorias, como la creación de una mesa de diálogo con el Gobierno de Conte para contrastar el fenómeno y regular la situación de clandestinidad de los trabajadores ilegales. La marginalidad de los más de 400.000 invisibles –según cálculos de la USB– se ha agravado durante la pandemia. Durante los confinamientos extremos de marzo, abril y mayo del año pasado este ejército de trabajadores sin papeles ni derechos se vio obligado a recluirse en su tugurio. No podían acceder a las ayudas estatales. Y muchos pasaron hambre.
Por eso Soumahoro volvió a la carga. Organizó una manifestación en mayo del año pasado en la que los inmigrantes recorrieron los campos con los brazos cruzados. Sus gritos apelaban a la sensibilidad de los consumidores: «No compréis fruta y verdura». «Vuestra ayuda es la única esperanza para nuestra desesperación. Solo luchando juntos podremos acabar con esta injusticia», pedían. Los obispos de Calabria no querían permanecer indiferentes a su sufrimiento y sumaron sus altavoces a la protesta. «La pandemia ha encendido nuevamente algunas crisis sociales que son en realidad estructurales, como la explotación que sufren los temporeros en el campo; la mayoría son inmigrantes irregulares, a los que se les niega la dignidad. Son víctimas del sistema de caporalato [palabra que deriva del italiano caporal, en español capataz, con la que se denomina a la histórica explotación de los temporeros]», señala el sacerdote Davide Imeneo, del Arzobispado de Reggio Calabria. La Iglesia católica es una de las pocas asociaciones que se deja la piel para apoyar a estos colectivos sin capacidad de negociación y sin más opciones para sobrevivir que trabajar de sol a sol. «Esto ya forma parte de un contexto problemático crónico», explica.
Nuevas problemáticas
Los diversos canales que la Iglesia tiene abiertos para llegar hasta los más necesitados han visto duplicadas en los últimos meses las solicitudes de ayuda. «También desde problemáticas que hasta ahora no conocíamos. Por ejemplo, me vienen a la cabeza los trabajadores domésticos, sobre todo de origen filipino, que al no poder entrar en las casas durante la pandemia han sufrido un revés tremendo», recoge el sacerdote italiano. Imeneo está preocupado porque con la crisis económica y la falta de oportunidades el «trabajo, que ya es de por sí escaso» corre el riesgo de ser «más precario» incluso para las personas que tienen todos los papeles en regla. Además de apoyar a los manifestantes, los obispos de Calabria denuncian que detrás de la explotación en los campos está la mano negra de la mafia. «La auténtica conversión y liberación de las mafias pasa también por eliminar la esclavitud a la que son sometidas tantas personas».
En cuanto a Soumahoro no lo frena nada ni nadie. Este martes organizó una multitudinaria protesta en Roma para llevar hasta «los sordos palacios del Gobierno nuestra indignación y nuestra rabia». «Los temporeros viven un infierno. Trabajan doce horas al día por un mísero salario de 20 euros la jornada cuando por contrato deberían pagar 50 euros por un trabajo de seis horas y media». «Los gobernantes deben decidir de qué lado están. Si de los explotados o de los que explotan», concluye. La Iglesia ya se ha posicionado.