El alma de la Inmaculada - Alfa y Omega

El alma de la Inmaculada

La Vigilia de la Inmaculada de este año coincide con el reciente fallecimiento de Abelardo de Armas, predicador durante muchos años en estas celebraciones en honor de la Virgen

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Abelardo de Armas durante la Vigilia de la Inmaculada de 1988. Foto: Cruzados de Santa María

Madrid, diciembre de 1947. Comienza en Madrid, de la mano de un pequeño grupo de personas lideradas por el jesuita Tomás Morales, una vigilia para honrar a la Inmaculada en la víspera de su fiesta. Han pasado 72 años y la Vigilia de la Inmaculada se ha convertido ya en una tradición que se ha extendido por toda España, América Latina y también por algunos países de Centroeuropa.

La estructura de las vigilias gira en torno a la Eucaristía y al rezo del rosario, además del testimonio de un laico de especial relevancia. Es ahí donde muy pronto apareció la figura de Abelardo de Armas, cofundador junto al padre Morales de los Cruzados de Santa María, que falleció el pasado 22 de noviembre. «Durante muchos años Abelardo fue el alma de las vigilias. Los días antes la gente se preguntaba por el tema que iba a tocar ese año. Se le esperaba con expectación», explica Segura.

En realidad, Abelardo fue «un hombre muy sencillo que dedicó su vida a formar jóvenes y facilitar su encuentro con Dios sobre todo a través de los ejercicios espirituales».

Aquel que formó «un tándem» junto al padre Morales fue un laico que se convirtió a los 21 años en unos ejercicios, y a partir de ese momento se volcó en la evangelización, sobre todo con los más jóvenes. Gastó su vida en multitud de tandas de ejercicios –una vez al mes durante toda su vida–, campamentos y tareas de formación.

Abelardo fue «un hombre de corazón. No era un intelectual, porque sus estudios eran básicos, pero Dios llenó su vida y esa vivencia luego la logró transmitir». La música fue una de sus herramientas y hoy se conservan tres discos con 33 canciones suyas, en las que transmite «una espiritualidad que se traduce en cosas sencillas, en una línea muy de santa Teresita, porque hablaba de la espiritualidad de las manos vacías, el subir bajando, la mística de las miserias…», dice Javier Segura.

El 17 de febrero de 1981, en el convento de carmelitas de Duruelo (Segovia), recibe una gracia muy especial. Él lo contó así: «La gracia que yo he recibido es que no tengo ningún acto de virtud. Sé que nada de lo bueno que hago es mío. Y no solo no tengo actos de virtud, es que no los quiero. No quiero tener virtudes. Quiero que mi única virtud sea la confianza que nace de la virtud de Él. A partir de ese momento la gracia mayor para mí ha sido quedar inasequible al desaliento, por mucha miseria que contemple en mí».

Vigilia de la Inmaculada en la basílica de María Auxiliadora de Madrid, en 2018. Foto: Archimadrid/Irene Arrazola y María Vela

La gracia de la miseria

A sus 51 años alcanzó la conciencia de «haber venido al mundo sin mérito alguno, y quiso ir al cielo también sin mérito, sin galones. Esa espiritualidad de los grandes místicos la ofreció a los jóvenes y a los laicos en su vida ordinaria, a través de una vida intensa de unión con el Señor».

El carisma de Abelardo no pasó desapercibido, y algún obispo le propuso entrar en el seminario para hacerse sacerdote, pero «él fue consciente de la importancia de ser laico en mitad del mundo, y santificar el mundo cada uno desde donde esté. Él estaba enamorado de su vocación».

En las distancias cortas Abelardo fue «un hombre siempre afable y cordial, cercano y afectivo. Tenía mucho sentido del humor y siempre estaba contando chistes. Hacía la vida agradable a los demás. Era capaz de hablar con fuerza y convicción ante cientos de personas, pero su labor principal fue el tú a tú, especialmente con los más jóvenes. Pasaba tardes enteras recibiendo a chavales para hablar con ellos, dando un paseo con ellos, ofreciéndoles orientación espiritual y una guía para sus vidas».

Abelardo dejó en muchos jóvenes de entonces una huella concreta. En el funeral celebrado por él hace unos días se escuchó a muchos decir: «¡Qué bien me hizo a mí en mi juventud!».

Intención misionera

En Madrid, la Vigilia de la Inmaculada llevará por lema Unidos con María, llamados a la misión, y tendrá lugar este sábado, 7 de diciembre, a las 21:00 horas, en la catedral de la Almudena, presidida por el cardenal Carlos Osoro; en la basílica Hispanoamericana de la Merced, presidida por el cardenal Rouco, y en el santuario de María Auxiliadora, presidida por monseñor Martínez Camino. En una carta con motivo de esta jornada, el cardenal Carlos Osoro convoca a los madrileños a unirse a esta vigilia «para contemplar a María como aquella que acoge la llamada del Señor y responde, generosa y radicalmente, a la misión que se le encomienda, dando su y fiándose de forma absoluta del plan de Dios».