Apenas tenía 18 años cuando un joven romano llamado Andrea Riccardi descubrió, en aquella revolución cultural de la primavera de 1968, que el Evangelio era el manifiesto revolucionario más radical conocido y por conocer. Y junto a otros estudiantes lo leía y se atrevía a vivirlo «sin glosa», como el Pobrecillo de Asís siete siglos antes, en un oratorio del entonces marginal barrio romano del Trastévere. Aquel oratorio dio nombre a la Comunidad de Sant’Egidio, hoy presente en todos los continentes, mostrando una Iglesia no solo para los pobres, sino de los pobres, que forman parte de la comunidad por los lazos de una amistad sin límites. En los años 80 y 90 del siglo pasado muchos la llamaron «la ONU del Trastévere», porque consiguió por su mediación la paz en algunos países en guerra. Ya en el siglo XXI, está en la primera línea de la acogida a emigrantes, refugiados y desfavorecidos, del diálogo ecuménico e interreligioso, y de la reivindicación de las causas humanas más básicas, como la eliminación de la pena de muerte.
Tal vez aquel grupo de jóvenes fue el que hizo la revolución cultural del 68 más auténtica y efectiva de todas. Y sin duda la razón está en que al revés de su manifiesto, el Evangelio escrito hace 2.000 años pero siempre nuevo, todos los demás manifiestos revolucionarios de aquel Mayo del 68, 50 años después, nos parecen viejos, inadaptables a hoy, cuando no fracasados.
Recuerda Riccardi que cuando él estudiaba, la frase tópica de salir del mundo burgués y entrar en relación con la clase obrera le daba la impresión de ser un discurso muy cerrado e ideológicamente rígido. Buscaba otra cosa: «En los 70 nos preocupábamos por cambiar el mundo, pero sabíamos que no tendríamos grandes dificultades para encontrar un trabajo. Los jóvenes de hoy no. Entonces existía entre nosotros una intensa demanda de compromiso social, pero hoy hay una demanda directamente espiritual. El chaval de los años 70 descubría primero el deseo de ser para los demás, y solo después se abría a una dimensión espiritual. Hoy ocurre lo contrario. En esta sociedad mediática en la que todos gritan, el joven calla. Pero no por eso están más contentos que los que antes gritábamos. No te dicen a la cara lo que piensan. Pero quieren decírtelo. Basta saber escucharles».
Por eso esta red de oración, fraternidad y transformación social y cultural que inició Riccardi hace medio siglo sigue siendo novedosa y atractiva, incluso para la oculta rebeldía de los jóvenes de hoy; porque no nace de ninguna ideología.