A pesar de disfrutar de una impecable puesta en escena clásica -impecable escenografía-, de un espléndido uso del espacio sonoro, de una atmósfera polifórmica -que reconvierte con sutil naturalidad cada ambiente de la escena-, de un reparto perfectamente engrasado e interpretado y de una magnífica planificación y dirección de actores, Ejecución hipotecaria falla al abusar de los estereotipos, y de una manifiesta oratoria con tintes muy demagógicos, a causa de un libreto ligero que sostiene frágilmente el argumento de la ficción por su propuesta excesiva, tanto por su falso idealismo como por sus credenciales de cinismo.
Ejecución hipotecaria se presenta al espectador con una aclaración que, de ser cierta, debería provocar al respetable el rechazo directo o causarle un sentimiento sobrecogedor sobre el modo de afrontar este desahucio. Se indica que la obra está basada en un hecho real, y no es cierto. Lo que es cierto es que esa es la excusa narrativa de la que se sirve Adolfo Fernández, el director, para dar salida a la dramaturgia de Miguel Ángel Sánchez, el autor, quien debuta con este trabajo. Los antecedentes, de hecho, de los que se dan cuenta, se remontan a julio de 2012, cuando una mañana de verano, en la ciudad de Karlsruhe, en Alemania, un parado de 53 años recibió con una escopeta a la comisión judicial que acudía a desahuciarle de su casa, entre los que se encontraba el nuevo propietario que había adquirido la vivienda en una subasta. Pues bien, trasladen esta idea a España, en concreto a Madrid, y la polémica estará a su servicio. Ejecución hipotecaria desgrana el asunto de la siguiente manera: un secretario judicial, bien vestido, casado y con 2 hijos (Ismael Martínez) acude a un domicilio a desalojar la vivienda por desahucio. Le acompaña una joven y elegante abogada legalista a la que no le gusta su trabajo (Lidia Navarro). Después se suma el tosco policía, vestido de uniforme, que conoce el barrio al dedillo (Adolfo Fernández) y el cerrajero extranjero, padre de un niño de dos años (Rafael Martínez). Tras localizar al propietario de la casa, un hombre bastante demacrado les recibe con una escopeta de caza y les invita a pasar (Juan Codina). Después llegará la representante del banco (Sonia Almarcha).
Una de las causas por las que este thriller asfixiante no convence es por su estrecha capacidad de miras al no valorar, suficientemente, todos los elementos que se dan cita en la obra hasta tejer un entramado dramático creíble. La fijación en echarle la culpa a los bancos de la especulación financiera, de la burbuja inmobiliaria y del drama de 581.000 familias españolas atrapadas en pisos que valen menos de lo que adeudan por ellos no justifica la actitud del protagonista al tomarse la justicia por su mano. Esto, por un lado. Por otro, es también achacable la simplificación que se ejerce sobre el sistema, sin que haya opciones de medir de otro modo las causas por las que se ejecuta el desahucio.
Carlos Moreno, el desahuciado, que sólo con arma en mano resulta agresivo, es un natural bebedor, no siente escrúpulos y se rebela -delante del equipo al completo que ha ido a desahuciarle y que tiene de rehén- violentamente contra la estafa de la que ha sido protagonista. El banco, efectivamente, le engañó. Ése es otro de los puntos débiles del drama: que quiere justificar la violencia, tanto la física como la moral. Entre contradicciones y discursos fáciles para exculpar al desahuciado y que el espectador vaya desviando sus afectos hacia el protagonista, se mantiene la obra que, eso sí, consigue crear un clima de tensión muy bueno durante la hora y media de su desarrollo, lo cual no quiere decir que sea un drama interesante, aunque muy evidente en su tratamiento ideológico, incluso pueril. Por lo demás, la función incide en el uso especial de la terminología bancaria y económica de los tiempos actuales, como la feroz crítica de despliega a la dación en pago, por poner un ejemplo, o las burlas al banco sobre su «código de buenas prácticas».
Miguel Ángel Sánchez ha propuesto una estructura dramática interesante, clásica y redonda, que incluye los flashbacks en los que el protagonista dialoga con su novia y en los que parece sentirse alegre, vivo, libre, despreocupado, enamorado. Aunque estas intervenciones son episódicas, ayudan a tener una idea más clara de lo que se ha fraguado después, entre el tormento y el éxtasis. El comienzo y el final de la obra son los del suceso: lo que pasa entremedias, durante la violenta entrevista que mantiene Carlos Moreno, propietario en situación de impago; el secretario judicial, su ayudante, la abogada del banco, un agente policial y Hugo, cerrajero pillado entre dos fuegos, es invención pura.
En cuanto al apartado actoral, la interpretación de Juan Codina -premio al mejor actor de reparto en los premios Max 2013 por su trabajo En la luna, de Alfredo Sanzol)- es lo mejor de la obra, probablemente en uno de sus trabajos más arriesgados y esforzados, y la bilocación de Sonia Almarcha, que da vida a la novia y a la representante del banco, resulta rotunda: una perfecta combinación de roles antagónicos que deslumbran al espectador. El resto del reparto (Susana Abaitua, Adolfo Fernández, Rafael Martín e Ismael Martínez) está al fuerte nivel interpretativo de sus compañeros, sin que el conjunto se tambalee en modo alguno.
Además, debe recordarse que Adolfo Fernández pone en escena este inquietante asunto sobre los desahucios en España -nunca expresado antes sobre un escenario- y de este modo se acerca con tiento y buen pulso a ese vibrante cine social del cineasta inglés Ken Loach (Lloviendo piedras, 1993), o a las propuestas de idéntica temática de los cineastas españoles como Fernando León de Aranoa (Los lunes al sol, 2002) o Luis García Berlanga (El verdugo, 1963).
A K Producciones, la compañía que ha dado a luz esta obra sobre el tristemente conocido relato inquilino-banco, no le tiemblan las manos a la hora de meterse en el fango de la actualidad. Llevan años bregando con el teatro político y social. Si con Naturaleza muerta en una cuneta (2012) analizaban, en clave de thriller policíaco, los juicios mediáticos, con 19:30 (2010) reflejaban, con una puntería de adivinos, la trastienda de la corrupción en los dos principales partidos políticos. Siempre respetando las máximas autoimpuestas por el grupo: representar textos de autores contemporáneos que se produzcan en la actualidad y, lo más importante, hacerlo desde la toma de partido.
Ejecución hipotecaria es, en resumen, un errático drama unidireccional, que sirve de altavoz para poner en claro un episodio sobre el caso de un desahucio, pero que pierde fuelle por el carácter maniqueo del autor. Y es una pena, porque la historia, narrada con criterio y personalidad, dando voz a todos los elementos que se citan en un drama de este relieve, podría haber convertido a Ejecución hipotecaria en una obra de teatro de referencia, sin necesidad de apoyos argumentales extranjeros.
★★☆☆☆
Teatro Lara
Corredera Baja de San Pablo, 15
Callao, Santo Domingo
OBRA FINALIZADA