Si realmente queremos encontrar a Cristo
La Jornada Mundial de los Pobres invita a dejarse interpelar por la necesidad del otro, en lugar de pasar de largo
Por deseo del Papa, este domingo, el anterior a Cristo Rey, comienza a celebrarse en la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres. No se trata de volver a una mentalidad asistencialista, pensando «en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana», advierte Francisco. El ejemplo que pone sobre la mesa el Pontífice es mucho más exigente: el de los primeros cristianos, que «vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno». Solidaridad y justicia, frente a la acumulación de la riqueza «en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana».
El Papa recuerda, sin embargo, que la pobreza tiene un segundo significado en el Evangelio como «vocación para seguir a Jesús pobre». Lejos de esa primera connotación negativa, ahora «la pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, como condición para la felicidad». No pocas veces Francisco ha llamado la atención sobre la paradoja de que quienes menos tienen son capaces de un desprendimiento impensable en aquellos que viven aferrados a sus seguridades materiales. Y hay aún un tercer significado de pobreza en el Evangelio. «Si realmente queremos encontrar a Cristo –recuerda el Papa–, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres». Se trata de dejarse interpelar por la necesidad del otro, en lugar de pasar de largo. La compasión es una de las formas más elementales de amor al prójimo, por lo cual dice Francisco que la caridad es una «prueba de autenticidad evangélica». Eso incluye a las víctimas de abusos sexuales. La Iglesia en España celebra el 20 de noviembre, también por primera vez este año, una jornada de oración por quienes en su seno han sufrido esta violencia. Se trata de una forma especialmente cruel de pobreza, que al haber sido cometida por personas revestidas de una autoridad sagrada provoca en la víctima unos daños psicológicos y espirituales difíciles de superar. Tampoco en estos casos es lícito pasar de largo ni anteponer consideraciones como el buen nombre de la institución.