Otra política es posible
Cinco católicos y una musulmana ofrecieron una lección de buenas formas y diálogo constructivo en un momento político excesivamente marcado por el sectarismo
El debate entre candidatos creyentes de las seis principales candidaturas al Ayuntamiento de Madrid que acogió este semanario el pasado lunes sirvió para evidenciar que otra forma de hacer política es posible, una política hecha desde el diálogo respetuoso con el otro, con quien tal vez existan importantes diferencias en lo que respecta al diagnóstico y propuesta de soluciones frente a los problemas sociales, pero en el que se presupone que actúa movido por una motivación sincera de servicio a la ciudadanía. Cinco católicos confesos y una musulmana ofrecieron una lección de buenas formas y diálogo constructivo en un momento político excesivamente marcado a veces por la polarización y el sectarismo. Por encima de las siglas partidistas demostraron que hay valores fundamentales que a todos los unen, algo que –dicho sea de paso– es condición necesaria para una sociedad libre y plural, incapaz de subsistir sin esos consensos básicos. Los seis coincidieron en destacar, sin embargo, que las personas no creyentes no son menos capaces de un comportamiento moral que el resto. Lo que diferenció el debate del lunes de otros con estilo más bronco es seguramente que se pusieron en primer plano los valores más profundos de cada participante.
Ahí hay otro argumento para favorecer la implicación de las comunidades religiosas en la construcción y vertebración de la ciudad, junto a otros actores de la sociedad civil. La capacidad de movilizar lo mejor de las personas hace que las religiones sean actores esenciales para la convivencia. En el caso español lo evidencia la insustituible acción social de la Iglesia católica –dirigida a todos sin exclusión– a través de sus escuelas y comedores sociales, pero también del acompañamiento cada domingo a los más de seis millones de personas que acuden a Misa.
Para que se dé esta cooperación sobran dos actitudes: una, la del fundamentalismo excluyente, incapaz de convivir con quien piensa de forma diferente. La segunda, la de un no menos excluyente laicismo, que pretende colonizar ideológicamente el espacio público. Dos ejemplos de actitudes sectarias frente a las que no hay mejor antídoto que un diálogo franco y constructivo desde las convicciones que articulan la vida de las personas.