Menores, pero también mujeres
Una de cada tres mujeres en el planeta (el 35 %) ha sufrido violencia física o sexual. Y la Iglesia no es inmune
Cuando el Papa, a su regreso de Abu Dabi, hablaba de «esclavitud sexual» en algunas congregaciones, probablemente no se refería solo a la comunidad francesa de Saint Jean. En junio, según acaba de conocerse, el Pontífice recibió una carta de diez monjas chilenas que denunciaban haber sido tratadas como «esclavas» y sufrido abusos en Málaga y Granada a manos de tres sacerdotes españoles y otro chileno, escándalos que supuestamente la congregación conocía y optó por ocultar. El asunto está en manos de la justicia civil y de la canónica, que deberán esclarecer los hechos, pero en todo caso este suceso recuerda que la lacra de los abusos sexuales no afecta solo a menores sino también a mujeres adultas, religiosas o no, sobre las que el depredador ejerce algún tipo de autoridad espiritual o jerárquica.
No es un tema que pueda sorprender a estas alturas. Según un estudio realizado por la ONU en 2017 (con datos de 2013), una de cada tres mujeres en el planeta (el 35 %) ha sufrido violencia física o sexual. La Iglesia no podrá ser nunca completamente impermeable a los abusos sexuales, pero sí puede adoptar los mecanismos adecuados de prevención, acompañamiento a las víctimas y depuración de responsabilidades. Para luchar contra «todo tipo de tolerancia o encubrimiento y para erradicar de nuestras comunidades y de toda nuestra sociedad la cultura del abuso sexual, económico, de poder y de conciencia», como pedían el martes en una nota los obispos de Cataluña, es necesario comenzar poniendo en orden la propia casa.
La prioridad de la Santa Sede en estos momentos es –y debe serlo– la protección de los menores en entornos eclesiales, pero todos los avances en este terreno beneficiarán igualmente a las víctimas adultas. Al mismo tiempo, hace tiempo que en la agenda católica ha empezado a cobrar protagonismo la lucha contra la violencia machista, incluida la violencia sexual. Como destaca Manos Unidas en su nueva campaña, se trata de un gran lastre al desarrollo de los pueblos, que envenena además la convivencia esparciendo violencia por todos los rincones de la sociedad, una violencia que termina emergiendo de una forma u otra, y ante la que absolutamente nadie –ningún país ni institución– puede albergar la ilusión de ser inmune.