Los lefebvrianos, más lejos de la comunión
«Es un grave pecado empequeñecer o despreciar los dones que el Señor ha dado a otros hermanos», decía el Papa hace unos días
En plena Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos, el Papa ha suprimido la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, encargada desde 1988 del diálogo con los lefebvrianos, y ha traslado sus atribuciones a una sección especial de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La decisión pone un fin a las esperanzas de un regreso inmediato a la comunión plena de la Fraternidad San Pío X. En el motu proprio en el que adopta esta decisión, Francisco repasa los gestos de acercamiento desde la Santa Sede, especialmente generosa durante el pontificado de Benedicto XVI, quien levantó la excomunión a los obispos seguidores de Marcel Lefebvre y liberalizó el uso de la liturgia en latín, facilitando así a la fraternidad –dice el Pontífice– conservar «sus propias tradiciones espirituales y litúrgicas». Pero los tradicionalistas, que en agosto eligieron como nuevo superior general al italiano Davide Pagliarani, han optado por endurecer su línea y reafirmarse en su oposición al Concilio Vaticano II. A la vista, por tanto, de que los lefebvrianos insisten en plantear objeciones doctrinales, al Papa no le ha quedado otra opción que señalarles la puerta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sin puertas excepcionales como la que se les ofrecía hasta ahora.
Apenas unos días antes, al presidir las vísperas por el octavario por la unidad de los cristianos, Francisco decía que «es un grave pecado empequeñecer o despreciar los dones que el Señor ha dado a otros hermanos», incluyendo a los cristianos de otras confesiones. Esa es, justamente, la actitud que ha seguido la Santa Sede hacia los seguidores de Lefebvre. O hacia los anglicanos que deseaban volver a la comunión con la Iglesia católica, sin obligarles a renunciar a su liturgia y tradiciones. Igual que en el Reino de los Cielos, en la Iglesia «hay muchas moradas», lo cual exige de todos un mínimo de humildad para no considerarse depositarios exclusivos de la fe. Un mensaje similar lanzaba el Papa en su reciente carta a los obispos de EE. UU., advirtiendo frente a una Iglesia de trincheras, que es lo que resulta cuando las comunidades –de una tendencia u otra– ideologizan su fe y se cierran a los dones y sorpresas del Espíritu Santo.