Frente al laicismo, cordura
La respuesta ante el vandalismo laicista no puede ser una Iglesia victimista y replegada sobre sí misma
El ataque contra una capilla en la Universidad Autónoma de Madrid o la agresión a una religiosa en Granada pueden considerarse hechos aislados. Conviene por tanto no exagerar su importancia, pero tampoco minusvalorarla. Como cualquier delito de odio, son acciones que pretenden expulsar de la vida pública a todo un colectivo, en esta ocasión el católico. Sin olvidar que hay todo un trasfondo ideológico con grupos que persiguen los mismos objetivos por métodos ciertamente pacíficos, aunque desde actitudes igualmente intolerantes.
Sin privilegios, en igualdad de condiciones que el resto de ciudadanos, los católicos han demostrado sobradamente que quieren trabajar mano a mano con los demás al servicio de la sociedad, sin pedir a cambio otra cosa que poder vivir su fe en libertad. Sorprende por ello que algunos partidos hayan vuelto hoy a izar la bandera del laicismo, generando problemas donde hasta ahora solo había convivencia pacífica. Por su trayectoria histórica, especialmente preocupantes resultan algunos indicios que empiezan a percibirse en el Partido Socialista. Tras ser elegido nuevamente secretario general, Pedro Sánchez ha creado nada menos que una Secretaría de Laicidad en su nueva ejecutiva en clave de emancipación de la sociedad frente a la influencia religiosa, especialmente la católica. El presupuesto ideológico es que la Iglesia impone su moral a millones de ciudadanos, cuya fe les impide pensar de manera autónoma y crítica. De este modo, legalizar el aborto, la eutanasia o cualquier otra práctica a la que se oponga la doctrina católica supondrá automáticamente un avance democrático. Así de simple.
Pero es importante al mismo tiempo no caer en la tentación de «remover la porquería», como advertía este martes el cardenal Osoro al presentar la beatificación de 60 mártires vicencianos en noviembre. La respuesta ante este tipo de hechos no puede ser una Iglesia victimista y replegada sobre sí misma que se siente hostigada por el mundo. En primer lugar, porque esto en la España de hoy no es verdad. Y en segundo lugar, porque la disposición al diálogo, a poco que se den unas mínimas condiciones, es consustancial a la fe católica.