Uno de los grandes retos de la educación escolar es integrar el aprendizaje emocional. La comunidad educativa, especialmente en los primeros cursos, ha tomado conciencia de que no basta con la transmisión de conocimientos teóricos; en el ser humano no es posible disociar la dimensión racional de la afectiva o la espiritual, y un proyecto educativo que aspire a ser consistente debe abarcarlas todas. Esta urgencia se percibe claramente en el problema del acoso escolar, que muestra la necesidad de enseñar desde edades tempranas a canalizar la frustración y a resolver los conflictos entre iguales. La toma de conciencia por parte de la sociedad acerca del bullying en las aulas ha tenido como efecto colateral positivo la puesta en práctica de diversas iniciativas innovadoras para combatir esta lacra, hasta hace no mucho infravalorada como simples cosas de niños. Hoy sabemos que no es así, que el acoso marca de por vida. Por eso hay que felicitarse por que algunas escuelas católicas hayan tomado la iniciativa en este terreno, plasmando así su ideario en acciones concretas con gran potencial transformador.