Ante todo mucha calma
Las posiciones extremas se retroalimentan y lo último que deben hacer los católicos es entrar en esa dinámica
Son días decisivos en la grave crisis política que atraviesa España (decir solo Cataluña sería quedarse cortos). El Estado de Derecho tiene los instrumentos necesarios para prevalecer, y pensar en estos momentos en otra hipótesis es sencillamente descabellado, por más que el vértigo de los acontecimientos produzca una impresión distinta. La cuestión es cómo va a superarse esta crisis. Este podría ser el acicate para intentar cerrar de una vez por todas las fracturas territoriales y los agravios comparativos entre comunidades autónomas, una constante en estos 40 años de democracia. La crisis muestra también la urgencia de promover un sano patriotismo inclusivo capaz de abrazar la rica diversidad y pluralidad entre los españoles, como pueblo protagonista del proceso de integración europea que acoge con los brazos abiertos a muchas personas venidas de todas partes del mundo. Son objetivos que no se pueden alcanzar de la noche a la mañana, pero empezar a trabajar en ellos es ya una forma de sembrar reconciliación. Si, por el contrario, prevalece el discurso de los particularismos y la descalificación del otro, los episodios de estos días no serán más que el preludio de una crisis todavía mayor más pronto que tarde.
La responsabilidad de la Iglesia en estos momentos es clara: trabajar por la concordia, a pesar de que algunos de sus miembros hayan podido no estar a la altura. Pero juzgar de tibia, como algunos han hecho, la respuesta de los obispos plasmada en la declaración de la Comisión Permanente aprobada la pasada semana, es no comprender lo que está en juego en estos momentos en España. La defensa de la Constitución y del principio de legalidad es clara en el documento, que al mismo tiempo apela a la necesidad de diálogo, el cual será imposible mientras no exista un clima de mínima serenidad. Es obvio que a algunos les interesa enrarecer el ambiente. Las posiciones extremas se retroalimentan y lo último que deben hacer los católicos es entrar en esa dinámica. Y en esto la responsabilidad es de todos. Especialmente en Cataluña, pero también en el resto de España, donde no hay hogar o lugar de trabajo donde no se discuta apasionadamente estos días sobre la crisis española y catalana.