El gerontólogo norteamericano Robert Butler acuñó el término ageism, que se suele traducir por edadismo, pero todavía poco extendido y no reconocido oficialmente. Porque el diccionario de la Real Academia incluye un término para el estereotipo, prejuicio y discriminación por la raza (racismo) y otro por el sexo (sexismo), pero no por la edad y en concreto el que existe hacia las personas mayores.
Estamos, pues, ante un ismo que, aunque afecta o afectará a todas las personas (si no mueren antes de la vejez), además de no figurar en el diccionario oficial, es menos reconocido y reprobado socialmente que el sexismo o el racismo. De hecho, se toleran con más facilidad las expresiones y comportamientos edadistas que los sexistas o racistas. El edadismo está presente en la vida diaria, en los chistes, en el trabajo, en el cine, etc. No afecta por igual a todas las personas mayores: lo acentúa el ser mujer, mientras que la fama y la riqueza lo suavizan.
En el origen del edadismo está una visión de las personas mayores como un grupo homogéneo –aquello de «todos los viejos son iguales»–. Se generaliza lo que corresponde solamente a un número reducido. Es verdad que no solo se generalizan características negativas, como la de chochear o ser inútil, sino también positivas como la de viejo sabio. Las imágenes positivas corresponden con preferencia a las sociedades tradicionales, donde las personas mayores son las bibliotecas y los árbitros de las relaciones humanas, mientras que las negativas corresponden a la sociedad actual. Incluso, tras un trato excesivamente amable y un lenguaje semejante en la entonación y en la simplicidad al que se emplea con un niño, subyace –sin poner en duda la buena intención ni el cariño– la consideración de la persona mayor como un niño.
La tendencia a realizar generalizaciones es connatural al conocimiento humano, y lo primero que se percibe de una persona es la raza, el sexo y la edad. Esto explica la mayor frecuencia de estereotipos en torno a estas tres características. Pero, sobre todo, el edadismo tiene su origen en la admiración y exaltación actual de lo joven y de lo nuevo, de la velocidad y de la eficacia. Cabe añadir que el miedo a la muerte por parte de las personas más jóvenes se puede proyectar a las personas mayores, que se perciben más cercanas a ella.
Esta visión estereotipada se prolonga en diferentes formas de exclusión y alejamiento; puede llegar, incluso, al maltrato, sin excluir el físico. Pero, la consecuencia más grave consiste en que ellas mismas interiorizan y hacen suya esta visión negativa y terminan por percibirse como les ven los demás. Muchas personas mayores aceptan pasivamente que su memoria es irremediablemente peor –son «cosas de la edad»–, o que son incapaces de nuevos aprendizajes o del uso de las nuevas tecnologías. Algunos, para parecer más jóvenes, invierten importantes cantidades de dinero en tratamientos médicos y cosméticos, adoptan formas de vestir y comportamientos juveniles no siempre adecuados.
El edadismo resulta muy difícil de neutralizar, ya que se practica de forma automática y poco consciente, pues sus raíces se remontan a la niñez. Por eso, el primer objetivo es hacerlo explícito. Frente a la falsa idea de la homogeneidad del grupo de mayores, está la conclusión de la Gerontología de que el envejecimiento es un proceso altamente diferenciado, y que el grupo de mayores está más marcado por las diferencias entre unas y otras personas que por la homogeneidad. En consecuencia, convendría cambiar la forma de ver a las personas mayores y, en lugar de enfocar las semejanzas, poner el énfasis en las peculiaridades de cada una. Además, buscar sistemáticamente informaciones y pruebas contra las falsas creencias sobre el envejecimiento, a la vez que se ofrece a las personas mayores ocasiones para realizar algunas de las actividades que abandonaron como consecuencia de esa imagen negativa interiorizada.
El psicólogo social Gordon Allport propuso el contacto y la comunicación entre los grupos como la forma eficaz de disolver los estereotipos y prejuicios. Por esto, resulta altamente recomendable fomentar los encuentros intergeneracionales, ya que, realizados adecuadamente, añaden al debilitamiento de los estereotipos y prejuicios un importante enriquecimiento mutuo.
Finalmente, resulta necesario que todas las personas, incluyendo las mayores, adviertan la inexactitud e inconveniencia de los estereotipos y prejuicios. Es decir, que se eviten los estereotipos sobre otros grupos de edad y, en general, respecto a cualquier característica, y en su lugar nos esforcemos por ver la singularidad y originalidad de cada persona.