No creo que vaya a ver la película. Yo ya me he hecho la mía: he puesto rasgos y voz y he preparado sitio para los personajes en mi imaginación. Menos de trescientas páginas. Perfecta. Leída casi toda en el metro; un par de copas de un buen mencía en un bar rematan el disfrute. Tú también entrarás en los personajes, les sostendrás la mirada, les cogerás de la mano, les dedicarás espacio.
Hace unos días, conocí a una persona de la que probablemente no me haga amigo: me dijo que había leído más de tres mil libros; tiene treinta y muchos años. A dos libros por semana, que es muy buen ritmo, me salen ciento cuatro al año. O sea, que para leer mil libros necesitas unos diez años. No ha vivido lo suficiente. Y, además, desprecia los libritos facilones, para él cualquiera de los que, antes o después, saldrán en ediciones de bolsillo…, como el que nos ocupa. Se lo dije. Torció el gesto. Si eres de los que leen para vivir otras vidas, conocer el mundo a través de otras personas; de los que miran en los mapas, o en el móvil o en la tableta, dónde están los lugares que nombran y no conoces (Gujarat, Lumière); de los que ponen en cuestión lo que parece mejor de lo que es…, esta novela es para ti.
La pasión por un oficio, en este caso la cocina; la admiración por los que tienen olfato absoluto y una capacidad innata para recrear sensaciones y dar de comer (que es diferente de echar comida en el plato) a los demás; el andamiaje de las relaciones familiares y sociales; las dificultades en el mundo de los negocios. De eso trata esta novela. Y de paso le deja un mensajito a la cocina química y a los alquimistas de la cocina. ¡Qué delicia! Y qué bien lo hace.
En este libro han trabajado bien el traductor, con una versión en español fresca, literaria y pulcra, y el editor, al que sólo se le ha escapado una tilde en la página 128.
La dulciamarga es un arbustillo que trepa entre las zarzas y entre los rosales, cuyo fruto rojo no se debe comer, aunque machacado se puede untar para calmar algunas afecciones de la piel. Tiene unas florecillas violetas y amarillas. Precioso. En Un viaje de diez metros encontrarás suficientes para quedarte hipnotizado mirando, absorto, disfrutando, y quizá te lastimes con algunas espinas que reconozcas cuando te pinches y apartes la mano.
Richard C. Morris
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