Hace ya varios años que tenemos disponible en Disney+ una pequeña serie que nos cuenta eso que tanto nos gusta hacer a algunos y que bien pudiera ser una sección de un pódcast que yo me sé: eso de imaginarse qué pasó después de las historias que vemos en las pantallas, ese después de los despueses, ese conjeturar si los enamorados protagonistas llegaron a casarse, si fueron felices y comieron, o no, perdices. Y eso es, precisamente, lo que hace la miniserie Dug y Carl con mucha maestría, alegría y sencillez: contarnos el después de la aventura de los globos de los héroes de Up en las cataratas Paraíso. Es lo que vendríamos a llamar un spin-off, sí.
Tras una introducción en la que nos enseñan cómo el señor Carl Fredricksen vende el Espíritu de la Aventura —el famoso dirigible del héroe/villano Charles Muntz— y elige la futura casa que compartirá con su perro Dug al son de una música que nos trae gratísimos recuerdos, cada episodio nos narra, en apenas diez minutos, historias domésticas de esta nueva y extraña familia de dos, todas contadas a través de los ilusionados ojos del parlanchín cánido que descubre, con cierta gracia, el mundo que le rodea y lo extrañas —y maravillosas— que son algunas cosas.
Es posible que Dug y Carl no nos emocione tanto como aquellos primeros minutos de Up en los que, mientras suena la música de Giacchino, desfila delante de nuestras húmedas retinas la historia de Ellie y Carl y, sin duda, no resiste a una comparación con la gran obra maestra de Pixar. Pero, si uno es capaz de verla con los ojos de ese niño que aún es —«si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 2-4)— le aseguro que disfrutará dándose cuenta de cómo estos héroes, que viajaron por los aires en una casa elevada por unos cuantos globos hasta hacerla reposar al borde de una catarata en Sudamérica, son capaces de descubrir día a día que existe algo asombroso en lo cotidiano: esa gran aventura que es el vivir.