Dos años de la «resurrección» de Nicaragua
Las madres de los asesinados en la revuelta nicaragüense, que cumple ahora dos años, trasladan sus denuncias a la comunidad internacional para «contrarrestar la normalidad que trata de escenificar el régimen de Ortega. Los asesinatos continúan»
El hijo de Lizeth Dávila fue alcanzado en el cuello por un francotirador cuando estaba llevando agua a los estudiantes que habían iniciado dos días antes la revuelta —ella lo llama «resurrección»— del 18 de abril de 2018 contra el régimen dictatorial de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua. Se llamaba Álvaro Conrado, tenía 15 años y toda la vida por delante. «Tras recibir el disparo los muchachos que se encontraban con él lo llevaron al hospital más cercano, pero no le quisieron recibir. Por aquel entonces, la ministra de Salud, Sonia Castro, ya había dado una orden para que no se atendiera a los manifestantes», asegura Dávila a este semanario. «Al ver que lo rechazaban, los chicos se lo llevaron entonces al Hospital Bautista». Allí lo metieron al quirófano. Cuatro horas y 15 minutos de angustia y oración. «Los médicos hicieron todo lo humanamente posible, pero era demasiado tarde. Mi hijo había perdido mucha sangre en el traslado». Así, Álvaro Conrado se convirtió en el primero de los 328 nicaragüenses asesinados —según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos— durante la revuelta, que este sábado cumple dos años y que ha provocado el exilio de casi 100.000 personas.
Jonathan Morazán, con tan solo 21 años, murió en circunstancias parecidas. «A mi hijo también lo mató un francotirador», aunque en este caso, «de un disparo certero en el bulbo del cerebro», asegura su madre, Josefa Meza. «Habíamos acudido en familia a la manifestación pacífica —la más grande registrada en Nicaragua en los últimos 40 años— convocada por la Asociación Madres de Abril [que reúne a las madres cuyos hijos han sido asesinados en el contexto de las protestas] el 30 de mayo de 2018, para exigir justicia y la salida del presidente Ortega». Pero cuando se acercaba el fin de la protesta, la manifestación se convirtió en una masacre. Según los testigos, la Policía Nacional de Nicaragua y grupos paramilitares abrieron fuego con fusiles de francotirador tipo Dragunov y fusiles de asalto AK-47 contra la población desarmada, causando la muerte de al menos 15 personas, Jonathan entre ellos, y cerca de 200 heridos.
Desde aquello oscuros días, ambas han consagrado su existencia a la búsqueda de justicia para sus vástagos y que su asesinato no quede impune. Con este objetivo, antes de que la pandemia del coronavirus lo paralizara prácticamente todo, emprendieron una gira europea para «tratar de relanzar internacionalmente el problema de Nicaragua» y para «contrarrestar la aparente normalidad que trata de escenificar el régimen de Ortega». Así, Dávila y Meza pasaron por Ginebra, Mallorca, Holanda, Madrid, París, Bruselas, Copenhague e incluso participaron en la 43ª sesión del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Y ante cada una de las personas con las que se encontraron, la denuncia fue tajante: «La situación en Nicaragua se ha recrudecido. Los asesinatos continúan pero ahora los están perpetrando de forma selectiva», aseguran a Alfa y Omega.
Periodismo contra la represión
Otra de las voces críticas contra el Gobierno de Ortega que se debería escuchar a nivel internacional en el segundo aniversario de la revuelta es la del periodista y escritor español Daniel Rodríguez Moya, que tenía programado el estreno en España de su documental Nicaragua, patria libre para vivir para este sábado, 18 de abril. Por culpa de la pandemia, la gira por nuestro país, así como por Estados Unidos, Alemania, Francia y Suecia, ha tenido que ser suspendida. Sin embargo, «nuestro compromiso con los que luchan por una Nicaragua libre del virus de la tiranía sigue intacto» y «espero poder anunciar muy pronto nuevas fechas».
En el documental, Rodríguez Moya se infiltra en la resistencia al régimen de Ortega y graba imágenes de la revuelta que hasta ahora no se habían visto en España: desde las operaciones quirúrgicas clandestinas para salvar la vida de los heridos de bala ante el cerrojazo decretado en los hospitales, hasta las casas donde los manifestantes han de refugiarse para tratar de huir de la cacería perpetrada por la Policía y las fuerzas paramilitares.
La filmación comenzó cuatro meses después de iniciarse la «resurrección». «Mi mujer es nicaragüense, acudíamos allí todos los veranos y, de hecho, dediqué mi tesis a las implicaciones culturales que tuvo en el país la cruzada de alfabetización», explica en conversación con Alfa y Omega. «Cuando estalló la revuelta, intuí que no se trataba de una protesta más, sino que había algo especial en ella y me fui allí para verlo con mis propios ojos, para tomar el pulso de lo que estaba pasando y para hacer lo que sé hacer, que es contar historias». De esta forma, Rodríguez Moya entró de forma clandestina en el país, pertrechado con su cámara, cruzando una de las fronteras terrestres.
Lección de la Iglesia
Una vez en territorio nicaragüense, el periodista dio voz a un nutrido grupo de protagonistas de la protesta, así como a representantes de distintos colectivos —periodistas, sacerdotes, sociólogos, políticos, artistas…— que, más allá de sus diferencias ideológicas, «han sido capaces de ponerse de acuerdo para lograr el objetivo común de la libertad y la democracia», explica el periodista granadino, al mismo tiempo que asegura que «la Iglesia católica ha dado una auténtica lección en este sentido». Lo explica «muy bien Silvio Báez [obispos auxiliar de Managua] en el documental, cuando dice que [ante la crisis] la Iglesia está hablando del valor de las personas, de defensa de los derechos humanos, que en el fondo son los valores que están presentes en el Evangelio. Pero esto no es patrimonio exclusivo de la Iglesia, sino su gran aporte, y lo ha entendido muy bien el conjunto de la sociedad civil», que ha visto cómo la Iglesia se ha puesto del lado del que sufre, tratando de buscar una solución pacífica a la crisis.
Elecciones presidenciales
Sin embargo, a pesar de la «respuesta coral» de grandes sectores de la población desde hace dos años, la represión parece haberse enquistado en el país. En esta situación, las esperanzas están puestas en la importante cita electoral que tendrá lugar el próximo año, cuando la ley establece que se celebren elecciones presidenciales en el país. «Los obispos hemos dicho siempre que las elecciones son la mejor vía para salir de la crisis, en modo pacífico y democrático, pero esto exige, ante todo, la liberación de todos los presos políticos y la restitución de las libertades y los derechos ciudadanos», afirma monseñor Báez.
Ante los comicios, toda la oposición democrática ha conformado una gran Coalición Nacional, vista con buenos ojos desde la Iglesia, para tratar de arrebatar el poder al exguerrillero sandinista Ortega después de 13 años. Esta unidad política es «un paso importante», concluye Daniel Rodríguez Moya. Coinciden con él Lizeth Dávila y Josefa Meza, pero todos ellos creen que «no es prudente acudir a las elecciones sin una reforma electoral que garantice que el Gobierno no vaya a cometer el mismo fraude que en otras ocasiones».
José Calderero de Aldecoa @jcalderero
Israel González Espinoza @israeldej94