«¿Dónde estás?» - Alfa y Omega

«¿Dónde estás?»

Si Eva era seducida por la tentación, María es seducida por Dios. Si Eva rompe el plan de Dios, María lo deja brillar

José Cobo Cano
La Misa en Nuestra Señora de la Concepción fue transmitida por La 2 de TVE.
La Misa en Nuestra Señora de la Concepción fue transmitida por La 2 de TVE. Foto: RTVE.

Homilía en la Eucaristía de la Inmaculada Concepción en la parroquia Nuestra Señora de la Concepción. 8 de diciembre de 2025

Hermanos y hermanas. Esa pregunta, la primera que Dios dirige al ser humano, no es un reproche, es una llamada. No es solo para Adán y Eva, es para cada uno de nosotros hoy. En esta fiesta de la Inmaculada, en nuestra celebración parroquial, Dios vuelve a caminar por el jardín de nuestra historia y nos pregunta: «¿Dónde estás?». Es una invitación que en Adán y Eva se hace a cada uno de nosotros. Una pregunta que nos sitúa frente a nuestro mundo, nuestras relaciones, nuestras heridas. Porque la tentación siempre es la misma: responder desde mí solo, pensar que todo gira en torno a mí, organizar mi vida al margen de los demás, levantar fronteras, pensar «mientras a mí me vaya bien, el resto es secundario».

Pero el Señor insiste: ¿Dónde estás? ¿Dónde estás para tu familia, para tu comunidad, para tu barrio? ¿Dónde estás para los que dependen de ti o para los que te cuidan? ¿Dónde estás para tu parroquia? ¿Dónde estás ante la creación y ante el mundo que Dios te ha dado? 

1. El miedo de Adán y Eva: la serpiente siempre ronda

Adán y Eva tienen miedo. Miedo a la luz de Dios, miedo a que la verdad revele los caminos torcidos que eligieron. El pecado del origen —querer ser más que Dios— nace ante un Dios que, paradójicamente, da libertad total.

Y ese mismo pecado —ser más que Dios— atraviesa la historia humana. Aquella serpiente es vieja, pero vive porque, a lo largo de la historia, cada uno de nosotros la alimenta poco a poco cuando dejamos crecer esa bola de mal que engorda y engorda.

Somos imagen y semejanza de Dios, creados para ser profundamente humanos. Y, sin embargo, sentimos que el mal avanza, que lo alimentamos hasta tener la sensación de que lo mejor es replegarse y dejarlo actuar.

Pero Dios nunca pierde la esperanza, nunca se desespera, nunca nos abandona a nuestra suerte. Sabemos y experimentamos en este Adviento que Él no solo nos creó: decidió salvarnos. Y lo hace contando con quienes se ponen en sus manos y dicen sí a su plan y a su proyecto. Por eso Dios maldice a la serpiente, no al hombre ni a la mujer. Promete que un día todo lo que simboliza la serpiente, desaparecerá. Y con esa promesa empieza a forjarse un pueblo que no consigue serle fiel y vive siempre en tensión: fidelidades, caídas, esperas… Pero siempre Dios está allí, esperando y decidiendo salvarnos. 

Lo sabemos desde la primera Navidad. Desde esa Navidad nos ha dicho que su proyecto y su plan no se impondrá. Quiere y necesita nuestro «sí», como necesitó el «sí» de María. Dios es quien más espera, paciente, misericordioso, constante en el amor.

Por eso hoy celebramos que hay salida más allá de la serpiente, que tenemos futuro. Y María abre esa puerta. 

La historia puede cambiar si nos ponemos en sintonía con este Dios que nos espera y llega a salvarnos desde los belenes de nuestro mundo.

2. En María, Dios actúa: nace una nueva corriente

La Iglesia nos enseña que, en cada fiesta de María —como imagen y primera discípula—, lo que proclamamos de ella nos incluye también a nosotros. Participamos así de esa corriente de gracia que ella inauguró y que nos ayuda a romper la cadena del mal. 

Un día, una muchacha sencilla, solidaria con su pueblo, que vivía las esperanzas de su gente, escucha la llamada de Dios a una nueva creación. No será con grandes obras, no habrá ruido ni espectáculo, sino desde una nueva pureza que ella inaugura.  Y ella dijo que sí a Dios 

La que Dios elige es Purísima, porque Dios quiso preparar un corazón limpio para que naciera el Cordero que quita el pecado del mundo. Hoy la celebramos y se lo agradecemos. Celebramos que una joven como nosotros fue preservada para abrir un camino nuevo en la historia de la humanidad. Un camino misterioso pero sostenido por el amor y la sencillez.

Cobo durante la Misa en Nuestra Señora de la Concepción
Cobo durante la Misa en Nuestra Señora de la Concepción. Foto: RTVE.

Su Hijo no estará unido a la cadena de traiciones y desesperanzas que heredamos desde Adán y Eva. Él introduce una corriente nueva en la historia para purificar y decirnos que es posible ser salvados. Él hace crecer un río limpio que se abre paso entre las aguas turbias de la humanidad.

Pero —y esto es clave— Dios siempre pide permiso. No fuerza la puerta. Es mendigo de libertad, como nos lo demostrará esa Noche Buena en la que siempre llega llamando a la puerta en el rostro de dos enamorados que buscan refugio en el frío, para poder dar a luz al chiquillo que viene. 

Y, como siempre, aquella vieja serpiente sigue rondando, susurrando: «No te compliques la vida», «nadie lo hace», «no hace falta tanto para creer en Dios».

Pero tenemos a María, una de los nuestros, que nos dice que es posible romper esa lógica: ella escucha profundamente. Ella se ofrece sin grietas: «Hágase en mí según tu Palabra». Y, así, ella transparenta a Dios al mundo y le abre nuestra libertad. 

Por eso, a través de ella Dios entra en la historia y comienza la corriente de sanación que llega a nosotros hoy, a cada comunidad que quiere darse cuenta. Un camino distinto al de Adán y Eva, abierto por una muchacha que se atrevió a creer más en Dios que en el miedo y elige otro camino.

Si Eva era seducida por la tentación, María es seducida por Dios. Si Eva vive desde lo que entra por los ojos, María escucha la Palabra. Si Eva elige el camino del «no», María elige el camino del «sí». Si Eva rompe el plan de Dios, María lo deja brillar y se hace instrumento del plan de Dios. 

3. «¿Dónde estás?» Hoy la pregunta es para nosotros. ¿A qué corriente te apuntas? 

Dios sigue esperando una respuesta, esperando miradas limpias para este mundo tan herido, para que esta Navidad sea nueva y verdadera. Al celebrar a la Purísima —como diremos en el prefacio—, a la que nos representa y es nuestra patrona, podemos ofrecerle hoy tres compromisos, tres rosas; darle tres flores que nos ayudan a responder a ese «¿dónde estás?»:

La primera es nuestro compromiso por escuchar como María escuchó. Necesitamos no solo venir a Misa. Tenemos que escuchar a Dios lo que quiere sobre nosotros, sobre nuestra Iglesia. Él tiene un plan más amplio y que nos desborda. Escuchémoslo.

La segunda es el compromiso de ofrecerse a Dios como lo hizo María. Ofrecerse es «arriesgar a confiar», dejar de lado el miedo a perder y creer que Dios hace su obra. Es creer que nuestra vida es una respuesta para alguien. Es ofrecer la enfermedad, el envejecimiento, los problemas o los desvelos, diciendo: «Hágase en mí».

Y la tercera rosa es el compromiso que ilumina el Adviento. Será aprender a transparentar a Dios en nuestra vida, como hace María. Dejar que los otros vean a Dios a través de nuestra vida. Mostrarlo con gestos concretos, desencadenar pequeñas historias de liberación con nuestros pequeños síes a Dios en la familia, en el trabajo o el estudio, en los planes que hacemos. Pequeños síes que dejen ver un rostro y una luz de Dios.

4. Una parroquia que gesta a Cristo

Os invito a presentar estos compromisos y así estar en el camino que elige María. Como ella, somos tierra donde Dios quiere encarnarse hoy. Como María, hoy somos «gestadores» de Cristo en la parroquia, en la sociedad, en la familia.

Dios apuesta por cada uno de nosotros. No por los éxitos, sino por tu capacidad de dar vida, de fecundar humanidad. Cada uno tiene la gracia —sí, la gracia— de vencer al mal y colaborar en esta gran corriente de saneamiento que comenzó con María.

Dios espera en ti. Espera en esta parroquia. Espera en nuestra Iglesia. En cada uno de los que estamos escuchando. Y, en comunión con toda la Iglesia, quiere seguir venciendo a la serpiente. 

Triunfó en María. Hoy quiere triunfar también en nosotros. 

Y nos vuelve a preguntar, con ternura y con verdad: «¿Dónde estás?».