Ha tenido lugar un acontecimiento absolutamente trascendental: la visita del Papa a la isla de Lampedusa, muy conocida por el número de inmigrantes y refugiados que han llegado a ella procedentes de Oriente Medio y África, especialmente de Libia y Túnez. Por desgracia, decenas de millares, en su mayoría jóvenes, murieron en el intento y sus cadáveres han desaparecido, o han sido arrojados a la playa. Los servicios de la costa han rescatado más de treinta mil.El Papa -según ha confesado él mismo- tenía clavada en el corazón la espina de esta tragedia y quería dar un aldabonazo a la conciencia adormecida de Europa y de otros países del primer mundo. El pasado 8 de julio, el muelle y el campo deportivo de Lampedusa se convirtieron en un inmenso altavoz, desde el cual ha hecho al mundo y a cada uno de nosotros estas tres inquietantes preguntas: «Adán, ¿dónde estás?; Caín, ¿dónde está tu hermano?; y ¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?» La pregunta a Adán es la pregunta a un hombre que «piensa que será poderoso, que podrá dominar todo, que será Dios». El otro, ya no es «un hermano que hay que amar, sino simplemente alguien que molesta en la vida, en mi bienestar». El Papa ha insistido: «La pregunta ¿Dónde está tu hermano? no va dirigida a otros. Es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros». Y ha llegado a interrogarse: «¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas?» Y se ha respondido: nadie se siente responsable. «Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y servidor del altar, de los que habla la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás decimos ¡Pobrecillo!, pero seguimos el camino». El Papa ha hecho una severísima admonición: «En este mundo de la globalización, hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no nos importa, no nos concierne». No ha dudado en invitarnos a la penitencia, a pedir perdón «por la indiferencia ante tantos hermanos». ¡Perdón, Señor!