El relato documental de la desaparición de Marta del Castillo, un 24 de enero de 2009, cobra forma de documental en una miniserie de Netflix de tres episodios, de una hora de duración cada uno, que tiene como principal virtud el haber tomado la iniciativa en una línea de investigación que, sorprendentemente, nadie había seguido hasta ahora.
En este duelo de nunca acabar, el documental de Paula Cons es tan duro como luminoso. La luz de la cocina de la familia Del Castillo, que lleva encendida todas las noches de los últimos doce años, se alza al concluir la serie como metáfora poderosa al final del túnel. Regada de fuentes muy relevantes y construida con minuciosidad, la historia funciona audiovisualmente con la precisión de un reloj suizo. Después de más de una década de muchas trolas y cintas de vídeo, de siete versiones diferentes del asesino confeso, Miguel Carcaño, la tesis de la serie viene a ser algo así como que «a alguien se le debería caer la cara de vergüenza en un caso en el que conocemos que la Policía recurrió en más de una ocasión a videntes (sic) para tratar de encontrar el cuerpo de Marta y en el que a nadie se le había ocurrido, hasta que ahora lo ha propiciado este documental, analizar los datos crudos de los teléfonos móviles de los implicados para conocer sus movimientos en la noche de autos».
Clasificada para mayores de 16 años, la serie no es plato de buen gusto (más por el tema que trata que por cómo se trata, porque no hay aquí rastro de morbo alguno), pero si tienen la edad suficiente como para conocer los despropósitos que siguieron a aquel desgraciado día de 2009, y para recordar la enorme repercusión social que tuvo el caso, les va a sobrecoger y a interesar sobremanera, tanto más si el proyecto termina siendo decisivo para que, de una vez por todas, pueda ponerse verdad donde ha habido tanta mentira.