Don Silvio Cattarina. El problema es la búsqueda de felicidad insatisfecha - Alfa y Omega

Don Silvio Cattarina. El problema es la búsqueda de felicidad insatisfecha

Don Silvio Cattarina fundó en Italia la comunidad terapéutica L’Imprevisto, tras llegar a la conclusión de que la verdadera causa de la adicción de esos chicos era que pretendieron bastarse a sí mismos en la búsqueda de felicidad , y al no conseguirlo, terminaron recurriendo a las drogas. A mediados de marzo, Cattarina contó su experiencia en el EncuentroMadrid, el evento cultural que, cada año, al principio de la primavera, organiza Comunión y Liberación

Catalina Roa
Jóvenes de la Cooperativa Social L’Imprevisto.

Don Silvio Cattarina es un psicólogo y sociólogo nacido en Storo (Italia). Tras 21 años trabajando con drogodependientes, en 1990 fundó la comunidad terapéutica educativa El Imprevisto. El nombre de la institución indica su singularidad. Los centros para toxicodependientes normalmente están enfocados a controlar un problema, el de la droga, y, sin embargo, muchas veces pierden de vista cuál es el verdadero problema…

En las primeras décadas de su trabajo, Cattarina centraba su atención en el sufrimiento de los drogadictos y de sus familias. Pero, desde hace unos 15 años, su propia experiencia le llevó a un cambio por el que ha vuelto su mirada a su propia persona, a su corazón, a su grito de socorro: «A medida que ha pasado el tiempo, he visto que el más pobre era yo, el que más necesitaba la felicidad, el cumplimiento: era más pobre que mis chicos».

Estamos hechos para ser felices, pero nadie se basta a sí mismo para conseguirlo. Don Silvio Cattarina lo comprendió, y comprendió también que la dinámica de la droga engañaba a los chicos justo en este punto: los alienaba con la presunción de bastarse a sí mismos, de que estaban solos frente a todos y frente a todo. Así fue como comenzó a acercarse a los chicos para proponerles una amistad, en vez de esta autosuficiencia en soledad a la que estaban habituados. Pero no una amistad cualquiera, sino tan grande y verdadera que los uniera en la búsqueda de una respuesta al deseo que por sí mismos no podían satisfacer. Esto significaba un vínculo para siempre: «Ahora, cuando un chico nuevo entra en la comunidad, le digo: Sé quién eres, cómo te llamas, de dónde vienes, cuántas veces la has liado, cuánto tiempo tienes que estar aquí —porque hay algunos cuyo tiempo de permanencia lo establece la ley—, y, sin embargo, lo que me urge decirte es que quiero que entre nosotros nazca algo grande, algo para siempre. Busquemos juntos si hay Alguien, una compañía, que abrace toda nuestra necesidad».

La vida no puede ser tan pequeña

El hecho de no concebirse a uno mismo ni a los demás como individuos aislados, implica un cambio de mentalidad total. «Una de las cosas —comenta Cattarina— que les digo a los chicos a menudo es: Tú no eres tu pasado, nadie es su pasado, el error que ha cometido, la toxicodependencia o la cárcel. La verdadera soledad no es no tener amigos, sino no escuchar una llamada hoy; no es el pasado lo que nos hace sufrir, el pasado ha pasado ya. Lo que nos hace sufrir es el presente, no sentir una invitación en el presente».

Para Cattarina, «invitación significa ser llamados dentro de la vida, darnos cuenta de que, dentro de esta tierra, hay un Esposo excepcional que camina por las calles del mundo y nos dice: He preparado un banquete nupcial extraordinario. Todos me dicen que no pueden venir, o se les ha olvidado; ven tú, que eres el más pequeño, el más limitado, el más pobre, que no sabes leer ni escribir. Ven tú, haremos grandes cosas».

Don Silvio Cattarina.

Frente a la cultura de la muerte y de la droga, El Imprevisto educa en una cultura diferente. Sólo un hombre que vive este cambio que el encuentro con Cristo ha introducido en su vida, puede comunicarlo y liberar de la alienación a quien está bajo su responsabilidad. Cuenta don Silvio Cattarina: «En El Imprevisto tenemos dos asambleas cada día. En una de ellas se preguntó quiénes son los padres. Los chicos se expresaban de una manera muy pobre. Y yo les dije: No es posible, la vida no puede ser tan pequeña. Si vuestros padres son sólo lo que vuestros pobres ojos pueden ver, es demasiado poco; si vuestra chica es sólo lo que vuestros pobres ojos son capaces de ver y lo que vuestras pobres manos son capaces de tocar es demasiado poco. Debemos tener el coraje de hablar con normalidad conforme a todo el deseo del corazón; debemos mirarnos como nos mira Dios».

Así se mira a los chicos en la cooperativa, y se les pide que, hayan hecho lo que hayan hecho, en el presente se miren también así: Tú eres lo más valioso, la cosa más bella del mundo, lo más precioso que hay en la tierra.

Comenta uno de los chicos, Stefano: «Hubo una cosa que me impresionó desde el principio: la mirada de la chica con la que tuve la primera entrevista en la comunidad. Por primera vez, ha habido alguien que ha esperado algo de mí y de mi familia. Ahora cuando veo estas cosas pienso que la esperanza, como la fe, es un don».