«Quizás mañana / cuando mi mirada / no germine en la luz / como pequeña amapola de agua, / venga la soledad». Recordaba estos versos de Celso Emilio Ferreiro en el entierro de don Juan Antonio Menéndez, obispo dedicado a los emigrantes, bajo la imponente estatua de un san Jerónimo desnudo en su cueva que presidía el altar lateral de la catedral de Astorga donde fue inhumado. Buen guardián de sus restos, austero como el mismo obispo, a quien no le gustaba figurar. Quizá hubiera querido reposar en un rincón de un cementerio de su natal Asturias que tanto amaba.
Un hombre lleno de mansedumbre, tenacidad, sencillez y honradez que, en cinco años (dos como presidente) en la Comisión de Migraciones supo impulsar y transmitir acompañamiento fiel a las delegaciones y a los emigrantes. Luchando por una mayor presencia social y mediática en la búsqueda de lo mejor para los emigrantes y en reconocer su gran aportación y riqueza a nuestra sociedad.
«Ni las miradas torvas, / ni los labios esquivos, / ni las voces enemigas / ni los hombres mezquinos…». Que son versos del poema Spiritual, que vale para expresar su acción incansable al frente de la comisión eclesial antipederastia.
Otras veces era su tristeza al constatar –con mucha frecuencia– la esclavitud de las mujeres en la prostitución, para quienes promovió una acción multiplicada y coordinada en el Departamento de Mujeres víctimas de la trata de la misma comisión. O su empeño (¡cuánto nos acuciaba a ello!) para que los llamados MENAS pudieran ser más acompañados (también) por gente de Iglesia. Su corazón de pastor lo sabía muy bien, pues tuvo en su trabajo como vicario episcopal en Asturias la responsabilidad encariñada de la atención a un colegio diocesano con más del 80 % de niños migrantes. Esa experiencia fue una de las motivaciones principales para apuntarse a la Comisión de Migraciones. Y desde ahí, trabajando a tope por «acoger, proteger, promover, integrar», los cuatro verbos que naciendo del latido del corazón del Santo Padre, Juan Antonio replicaba y multiplicaba para mover a toda la Iglesia en el acercamiento de los hermanos migrantes y refugiados sobre todo a los más heridos en nuestras diócesis, ciudades y pueblos
Me recordaba Mari Fran –del departamento de Migraciones y Trata– que, dos días antes de su muerte, en una reunión con asesores de Migraciones, había saludado a Manuel Fanjul, director de la editorial EDICE, paisano y gran amigo suyo. Se dijeron unas breves palabras y lo último que le dijo fue: «Ayuda todo lo que puedas a Mari Fran para la campaña de las Jornadas de Migraciones. Es muy importante». Poco después partió para Astorga . Y desde ahí, a los mares sin fronteras. «Viviré como el fuego / encendido en la noche. / Tendré cumbres de estrellas, / cantaré para los hombres. / Estoy conmigo mismo. / El corazón es quien manda, / y yo obedezco».
Pero el corazón dejó de mandar. Y Juan Antonio y su corazón solo supieron ya entregarse al Padre.