Dolores Hart: la estrella de Hollywood que dejó la fama (y a Elvis) por el convento
Con 19 años debutó en el cine de la mano de Elvis Presley. Tras actuar en una decena de películas, en lo más alto de su carrera lo abandonó todo y se hizo benedictina
La llegada al mundo de Dolores Hicks fue un momento agridulce para los suyos. Sus padres eran unos adolescentes que apenas habían cumplido los 18 años y sus abuelos habían presionado a los jóvenes para que abortaran. Ellos quisieron seguir adelante con el embarazo y, a finales de octubre de 1938, nacía la pequeña Dolores. «Me pusieron el nombre de mi tía abuela Frieda, quien ese mismo año se convirtió en hermana Dolores Marie», recordaría años después en sus memorias. Su infancia no fue fácil, con unos padres demasiado jóvenes e inexpertos que vivieron una relación turbulenta. Fueron sus abuelos quienes intentaron proteger a la niña, quien pronto empezó a encontrar consuelo y refugio en la oración.
Cuando tenía 19 años debutó en el cine y lo hizo de la mano de toda una estrella del momento, Elvis Presley. «Recé para convertirme en actriz —afirmaba Dolores— y sabía que Dios estaba de mi lado. Cuando estaba en Hollywood me levantaba a las seis de la mañana, estuviera trabajando o no, para acudir a Misa y recibir la comunión».
Corría el año 1956 y ya se había convertido en la incipiente estrella Dolores Hart. Loving you (Amándote) se estrenó en 1957 y fue el inicio de una trepidante carrera que duraría solamente seis años, en los que participaría en diez películas. Montgomery Clift, Anthony Quinn o Karl Malden fueron algunos de los grandes nombres con los que compartió cartel. En 1958 volvió a coincidir con Elvis en King Creole (El barrio contra mí) y los rumores de romance entre aquellos dos jóvenes y guapos artistas se extendieron por los mentideros de Hollywood.
Dolores Hart recordaría décadas después su primer trabajo con Elvis: «Mi primera escena frente a una cámara fue mi última escena en la película, el abrazo con Elvis. […] El señor Kanter insistió en que mantuviéramos el beso hasta que él dijera: “¡Corten!”. Durante la toma, parecía como si mantuviéramos ese beso durante diez minutos. El propio Elvis finalmente se separó y gritó: “¡Corten!”. Se disculpó y dijo que tenía que salir a tomar el aire. […] Parece que comencé a sonrojarme y mis orejas se pusieron de un rojo brillante. […] Y sí, Elvis me invitó a salir. Llevábamos aproximadamente una semana filmando cuando pensó que sería “bueno para nosotros conocernos”. Hice algo inaudito: lo rechacé».
En 1963, tras protagonizar Come fly with me (Tres azafatas), lo dejó todo y se marchó a Connecticut para ingresar en la abadía benedictina de Regina Laudis, en Bethelehem. Hollywood quedó consternado. Su prometido también. Pero no había sido una decisión impulsiva. A finales de la década de los 50, Dolores Hart estaba triunfando en Broadway, pero estaba exhausta. Llevaba nueve meses subiéndose a los escenarios neoyorquinos sin descanso alguno. Una amiga le recomendó que parara y descansara. Para ello, le recomendó la abadía de Bethelehem. «Ve unos días y descansa —recordaba Dolores—. Yo dije: “¿Monjas? No quiero ir a ningún sitio donde haya monjas”. Pero vine y realmente me gustó. Me marché con una sensación de paz, una sensación de renovación interior y supe que volvería». En 1961 se puso en la piel de santa Clara en la película del director Michael Curtiz San Francisco de Asís. Rodada íntegramente en Italia, los miembros del proyecto fueron recibidos en audiencia por el Papa Juan XXIII.
«El Pontífice fue llevado a la sala en su trono portátil y, justo cuando pasaba junto a nosotros, su zapatilla cayó al suelo. Su Santidad se rió y monseñor Carew aprovechó ese momento para presentarme como la actriz de Hollywood que estaría filmando una película sobre la vida de san Francisco. «“Ah”, sonrió el Papa, tomando mi mano, “Chiara”. Pensé que había entendido mal. “Oh no, Su Santidad, mi nombre es Dolores Hart”. “No, no”, repitió, “tú eres Chiara”. “Dolores, Su Santidad”. “Chiara”. Años más tarde recordé que, hasta ese momento, no tenía la más mínima conciencia del significado religioso que mi participación en la película pudiera tener para mí personalmente. Pensé en mi participación solo a nivel profesional. ¿Podría haber habido otro nivel de significado? Fue un pensamiento penetrante».
No abandonó nada
Por aquel entonces, Dolores ya planeaba casarse con Don Robinson, un arquitecto con el que llevaba un tiempo saliendo. Recordaba aquella etapa como un momento terrible, porque debía elegir. Finalmente, en 1963 rompió el compromiso e ingresó en la abadía. «Nunca sentí que estuviera abandonando Hollywood o que estuviera dejando nada. La abadía fue como una gracia de Dios que entró en mi vida de un modo totalmente inesperado. Dios fue el camino, Él fue el Elvis más grande», afirmó convencida una hermana Dolores que llegó a ser abadesa y se ganó el cariño de la treintena de religiosas que viven en este remanso de paz rezando y trabajando en su granja. Don Robinson nunca se casó. Con los años, visitaba de manera habitual a la hermana Dolores en Connecticut y fueron siempre grandes amigos.
En 1970 profesó sus votos y, hasta el día de hoy, vive feliz con la vida que escogió. En 2012 volvió a Hollywood. Su emotivo documental God is the bigger Elvis (Dios es el Elvis más grande) fue nominado a los Óscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas, de la que continúa siendo miembro.
En 2013 publicó su autobiografía, The ear of the heart: an actress’ journey from Hollywood to holy vows, que se convirtió en un éxito de ventas. En sus más de 400 páginas, Dolores recorre su trayectoria vital y reflexiona profundamente sobre su decisión: «Cuando llegué a la puerta, lo hice con la promesa de un compromiso para siempre. Fue esa fuerza la que se hizo cargo de la aprehensión, y si entonces hubo algún pensamiento de regresar, no lo recuerdo ahora. Sabía que el espíritu maligno estaba apostando a que cambiara de opinión. […] En cierto sentido, nunca me sentí realmente una persona hasta que llegué a Regina Laudis. Quedarme no fue un compromiso sino, de hecho, el verdadero desafío de mi vida». Dolores Hart acaba de cumplir 85 años y continúa feliz en su comunidad.