¿Dispuestos a renacer?
1er domingo de Adviento / Lucas 21, 25-28. 34-36
Evangelio: Lucas 21, 25-28. 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Comentario
Estrenamos Adviento. Preparamos nuestras casas, nuestras neveras, nuestro interior, nuestro calendario, nuestras calles para celebrar la Navidad. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo nos disponemos por dentro y por fuera para acoger a Dios que se hace niño? ¿Qué significa este tiempo en nuestras vidas? ¿Son necesarios tantos gastos, tantos regalos, tantas luces?
Hace unos días reflexionábamos sobre la posibilidad de donar parte de nuestro presupuesto para compartirlo con las personas que acaban de sufrir la tremenda gota fría en Valencia y sus alrededores. Estamos bajo el impacto de esas imágenes y el desgarro de ver morir a tantas personas y a otras perder sus hogares, trabajos, recuerdos, coches, calles, proyectos, su paz.
Serán unas Navidades diferentes para todos; o deberían serlo tras estas vivencias que no han de dejarnos indiferentes. Muchas familias a lo largo del año, y especialmente estas semanas, han perdido vidas: quedarán demasiadas sillas vacías al reunirse alrededor de la mesa navideña.
Precisamente esta semana el Evangelio nos invita a reflexionar sobre estos riesgos tan extremos e infrecuentes, pero posibles. Nos ayuda a valorar lo que tenemos y podemos perder en un momento, a darnos cuenta de que «no sabíamos lo felices que éramos» hasta que se va de golpe.
En ocasiones, hablando con personas que se encuentran hospitalizadas o en prisión y también con aquellas otras que las acompañan desde el voluntariado, nos preguntamos qué salvaríamos si sufriéramos un incendio. Aparte de a nuestros seres queridos —insustituibles— coincidimos en rescatar fotos, cartas, documentos. Suele ser una reflexión muy fecunda para valorar lo que tenemos y para ir aligerando equipaje vital. Pero esta impresionante DANA nos trae más preguntas, alguna incluso difícil, acerca de por qué ocurren hechos así. Preguntas que hacen que a más de uno se le tambaleen los cimientos de su fe. En sucesos así podemos gritar desesperados, como le ocurrió a Jesús también: «¿Por qué me has abandonado, Padre?».
¿Cómo es nuestra fe? Podríamos analizar si tiene algún componente infantil o mercantilista, si es serena, llena de dudas o de confianza. El Evangelio nos anima hoy a estar despiertos y en pie, a saber que Dios nos cuida y tiene un plan para cada uno. ¿Cómo conseguir ponernos en pie y poner en pie nuestra fe? Él nos mostró el camino: confiando, valorando, aportando, ofreciendo, compartiendo, orando, llorando, consolando. Cada día. Así lo vienen haciendo miles de voluntarios estas semanas. Ellos están acogiendo el inmenso dolor humano que embarra nuestra tierra, nuestros proyectos; y transformándolo en apoyo y vida.
Aprovechemos este tiempo de Adviento, preparemos algo más que nuestras casas para celebrar la llegada de Dios a nuestras vidas. Lidiemos con los desafíos como hicieron José y María preñada, como hacen tantos hermanos viviendo una Navidad lejos de los suyos, pero con esperanza. Acojamos a Dios, que se hace pequeño, como Él acoge nuestra debilidad y nos enseña a convertirla en luz que arde, ilumina y calienta a otros; en estrellas de verdad. ¿Sentimos que podemos llegar a ser pesebres para acoger y dar vida? ¿Es posible que Dios nazca en nuestro interior, como me decía mi abuela mientras me enseñaba villancicos tocando la pandereta al lado del belén?
Que esta Navidad aprendamos de tantos jóvenes voluntarios y de tantas personas que han curado heridas internas y externas, a hacer posible un nacimiento sin fin, plagado de misterio y de vida, de sentido y de esperanza dentro del desgarro y las pérdidas que nos rodean. ¿Estamos dispuestos a renacer cada día del año que pronto estrenaremos, porque queremos acoger a este Pequeño (y a los que el camino nos presenta) que se hace carne para enseñarnos el camino, aunque muchas veces esté rodeado de misterio? ¿Y estamos dispuestos a dejarnos cuidar por Él? ¡Que nuestra Navidad no tenga fin!