Discípulos - Alfa y Omega

Discípulos

V Domingo del tiempo ordinario

Aurelio García Macías
La pesca milagrosa, de James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York. Foto: Museo de Brooklyn

Probablemente el canto litúrgico español más extendido por todo el mundo sea Pescador de hombres, no solo en el ámbito católico, sino también en otras Iglesias y confesiones cristianas. Lo he oído cantar en numerosas lenguas y a infinidad de personas de toda edad y procedencia. Y me consta que el Papa san Juan Pablo II tenía especial predilección por este canto, que requería, siempre que era posible, cuando celebraba la Eucaristía en español. Precisamente por este motivo, quiso agradecer el bien que ha hecho la canción a innumerables fieles de todo el mundo, concediendo una distinción eclesiástica a su autor, el sacerdote vasco incardinado en la archidiócesis de Madrid Cesáreo Gabaraín. ¡Cuánto bien puede hacer un canto al ser humano! Su letra y melodía glosan el evangelio de este domingo.

El texto de Lucas nos habla de un encuentro de Jesús con una multitud de personas a la orilla del lago de Genesaret. La gente se agolpaba para escuchar la Palabra de Dios. No buscaban mítines políticos ni cotilleos de gente famosa de última hora. Buscaban a Jesús porque querían escuchar a Dios. Tal vez estaban hartos de tanta palabrería humana, y necesitaban la palabra del mismo Dios, porque dice cosas diferentes. Entre los presentes también están Pedro y algunos más de los primeros seguidores de Jesús. No llevan mucho tiempo con él. Lo han visto, hablado, escuchado, pero no lo conocen, porque todavía no se han encontrado personalmente con él.

Tras dirigirse a la multitud atenta, Jesús mira a Simón. Ha estado toda la noche intentando pescar en el lago, junto con sus compañeros, y no han conseguido nada. Es lógico suponer que estaban cansados y desalentados, porque a pesar de su experiencia y esfuerzo no habían pescado nada. Ahora, ya de día, reparan las redes dañadas y las limpian para poder proseguir al atardecer.

Muy probablemente Simón Pedro y los compañeros escuchaban también a Jesús mientras se entretenían con las redes vacías. En esto, Jesús hace una petición a Simón: «Rema mar adentro»; es decir, vete a lo profundo y «echad las redes para pescar». ¿Cómo? ¡Hemos estado toda la noche intentando pescar sin éxito y ahora tú, un inexperto en el arte de la pesca y del lago, nos pides que volvamos a pescar! ¡Precisamente de día, cuando se pesca de noche! La propuesta de Jesús tuvo que ser recibida como una locura por parte de los expertos pescadores del lago. Evidentemente tuvo que provocar duda, confusión y cierta crisis entre ellos. Sin embargo, la presunta objeción de Simón Pedro se transforma en docilidad. Pedro está seguro de que sabe de pesca más que ese maestro llamado Jesús, que le pide algo imposible racionalmente; que no va a conseguir nada… pero, tal vez por complacerle, obedece y le hace caso: «En tu nombre» (no en el mío propio) «echaré las redes». Es como si dijera: lo hago porque tú me lo pides, no porque yo esté convencido. Y en este gesto se descubre la humildad y grandeza del corazón de Simón Pedro, como en otras tantas ocasiones narradas en el Evangelio.

La redada de peces fue tan grande que tuvieron que pedir ayuda. No podían con las redes. ¿Qué ha ocurrido? Si esta noche no había peces, si no es la hora de pescar… ¿Qué ha sucedido? Este hecho asombró a todos. Trastornó las testarudas mentes racionales de aquellos pescadores. Y Simón Pedro, en ese arranque impetuoso que le caracteriza, se arrojó a los pies de Jesús. ¿Por qué? Porque reconoció la grandeza de Jesús, el Mesías, y su propia indignidad: «Soy un pecador». Siente la absoluta desproporción ante la presencia de lo santo. Es precisamente entonces cuando Jesús aprovecha el momento para llamar a Simón Pedro a incorporarse a su misión, a ser discípulo suyo: «Serás pescador de hombres», es decir, apóstol del Evangelio; lo mismo que hará con el grupo de los presentes, testigos del milagroso acontecimiento. Jesús llama a sus primeros discípulos, escoge a estos pobres pescadores, para actuar por medio de ellos y continuar su misión salvífica por todo el mundo. Jesús no les obliga, les propone el seguimiento porque Dios ha querido actuar por medio de ellos. Lo único que pide es su respuesta libre, su disponibilidad, el sí de su amor y su fidelidad.

Y así comienza el seguimiento: «Dejándolo todo, lo siguieron». Reparemos en la palabra «todo»: barcas, redes, trabajo, casa, familia, hermanos, padres… por Dios, para continuar este plan de amor que tiene Dios para toda la humanidad, inaugurado en Jesucristo. El Señor Jesús llamó a los primeros discípulos a orillas del lago de Genesaret, pero continúa llamando en todas las épocas y por todos los lugares a nuevos discípulos que quieran colaborar con Él para continuar su sagrada misión. ¿Puede contar contigo?

Evangelio / Lucas 5, 1-11

Una vez que la gente se agolpaba en torno a él para oír la Palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.