«Dios vive en un campo de refugiados»
«Sudán del Sur está otra vez en guerra, aunque la prensa internacional apenas se ha hecho eco». «Las personas con recursos están evacuando a sus familias del país», que desde hace unas semanas se ha unido al pequeño club de naciones con más de un millón de refugiados fuera de sus fronteras, junto a Siria, Somalia y Afganistán. La mitad de sus once millones de habitantes necesita ayuda básica para sobrevivir. La violencia ha llegado a rincones hasta hace poco en calma desde que, en julio, prendió nuevamente la mecha, mientras el Gobierno y los rebeldes negociaban un acuerdo de paz en la capital, Yuba. «Se habló de unos 300 muertos, pero no es verdad. Murieron miles de personas». El líder rebelde, Riek Machar, acusó al Gobierno de Salva Kiir de organizar un intento de asesinato disfrazado de brote de violencia espontáneo. «Y yo no sé hasta qué punto es cierto, pero la gente te dice, se comenta, que el Gobierno está armando a un sector de la población, al de etnia dinka. Lo que pueda pasar ahora no lo sabemos».
Este es el testimonio del jesuita Alvar Sánchez, uno de los rostros de la Memoria de 2015 de Entreculturas. La fundación jesuita llevó a cabo el pasado año 188 proyectos en 41 países, buena parte de ellos destinados a la educación, como los que este misionero coordina en cuatro campos de refugiados en la región de Maban, fronteriza con Etiopía y la república islámica de Sudán, de la que Sudán del Sur, mayoritariamente cristiano y animista, se independizó en 2011.
A finales de 2013 estalló la guerra civil. Los acuerdos de paz de agosto de 2015 se pueden dar a día de hoy por definitivamente rotos.
La opción preferencial por los pobres
Alvar Sánchez regresará el 18 de octubre a Maban, junto a su compañero jesuita Pau Vidal. ACNUR y otras organizaciones que trabajan en los campos de refugiados han evacuado al personal no estrictamente imprescindible. Sánchez y Vidal han considerado que su labor educativa y pastoral en los campos entra de lleno en esa categoría.
Una de las razones es que, sin su labor, miles de niños, jóvenes y adultos no tendrían posibilidad alguna de acceder a la educación en un país que posee el triste récord de la mayor tasa de analfabetismo del mundo (73 % de la población). «Pero para ellos no se trata solo de leer y escribir», matiza Alvar. «La gente te dice que quiere aprender para ser mejor persona, frente al comportamiento que percibe en sus líderes políticos».
Hay también un aspecto práctico: «La mayor parte de la población en los campos son mujeres y niños, y si la educación va bien, la vida del campo va bien. Y así, todo este tiempo que se ven obligados a pasar fuera de sus casas no será para ellos un tiempo perdido».
Y existe también «la necesidad de sentido». «Muchos se preguntan por qué les ha sucedido esto a ellos, o se sienten culpables de haber huido para salvar sus vidas dejando atrás a seres queridos». ¿Pero qué se le responde a alguien que pregunta por qué Dios ha permitido esto? «Que “Él no desea tu sufrimiento”. Que “Dios te acompaña y sufre contigo”… Eso no son simplemente palabras bonitas cuando quien se las dice está ahí, compartiendo su vida con ellos».
A cambio los misioneros reciben el ciento por uno. «Somos testigos de la acción de Dios en el mundo, que no permite que la violencia y la división tengan la última palabra. Cuando hablamos de la opción preferencial por los pobres, erróneamente suponemos a veces que eso es algo que debemos hacer para ser mejores cristianos, pero no. Significa que Dios realmente está con los pobres. Por eso en un campo de refugiados, en medio de la noche más oscura, hay una fortaleza y una esperanza que no les abandona. Por eso en todas las fotos del campo les ves riendo con una alegría radiante, contagiosa. Están pasando hambre, pero comparten lo poco que tienen, y no es lo mismo dar de comer al que tiene hambre cuando tú no la tienes que ofrecer lo que necesitas al que se está muriendo, igual que tú. Esto está ocurriendo en Sudán del Sur, y por eso la alegría allí es tan grande».
«Cuando el Papa animaba hace unas semanas a los jesuitas a transformar sus comunidades en espacios de acogida, no hacía moralismo –afirma Alvar Sánchez–. “Tuve hambre, y me disteis de comer; fui forastero y me acogisteis…”. Vivir eso es una oportunidad, un regalo, porque Jesús está llamando a nuestra puerta, pero en Europa lo seguimos viendo como una amenaza», añade, en alusión a la crisis de refugiados.
Instrumento para la reconciliación
La educación es el mejor instrumento para la reconciliación del país, cree este misionero. Los jesuitas acostumbran a formar grupos en las aulas con personas de distintos grupos, etnias o confesiones, «para ayudar a cambiar la manera de ver al otro. Si no, te encuentras después con gente buena pero que está armada, y a la que se le van lanzando mensajes de que “aquella tribu es tu enemiga y va a tomar lo que es tuyo”. Y cuando eso pasa –porque pasa, porque hay guerrillas y grupos armados que saquean, que violan, que roban…–, el ser humano entra en una espiral de desintegración, de deshumanización, y esto es una desgracia. Pero yo no creo que se trate de decisiones libres. Educa a esas personas y obtendrás decisiones libres».