Después de un invierno no muy severo pero largo, nos parecía que el sol se había ausentado de nuestras tierras castellanas. Pero ha vuelto y con fuerza, recordándonos que ha llegado el verano y con él el tiempo en que podamos tomarnos unos días de vacaciones o de descanso. De hecho, desde ahora hasta finales de agosto, la gente que trabaja en las fábricas, en los comercios, en la administración o el cualquier tipo de trabajo remunerado, disfruta un periodo de vacaciones. Ante esta eventualidad, tan oportuna y hasta necesaria quizás no esté de más preguntarnos cómo vamos a emplearlas. Digo esto, porque la prensa de estos días ha dado cuenta de sucesos muy dolorosos, acaecidos en días de vacaciones, que hemos de tratar evitar.
Me parece que hemos de empezar valorando la importancia que las vacaciones tienen en nuestra vida moderna. En efecto, la vida actual imprime un ritmo de trabajo intenso y continuado. En no pocos casos, estresante. Por eso, es una conquista y un logro social que la Administración y las empresas den a sus empleados unos días remunerados de descanso, o que los autónomos se los concedan a sí mismos. Bienvenidos sean. ¡Ojalá que un día todos puedan disfrutarlos!
Sin embargo, no basta con disponer unos días para descansar. Es necesario saber descansar. De hecho, no es infrecuente que al final de las vacaciones haya muchos que están más cansados que cuando las comenzaron. ¿Qué hacer para descansar?
Un modo muy bueno es aprender a mirar a la naturaleza. Contemplar el cielo en una noche estrellada, disfrutar un amanecer en el campo o en la playa, contemplar la variedad y riqueza de la fauna y de la flora, observar el comportamiento de los animales domésticos y salvajes, etc. etc., nos relaja y hasta puede ayudarnos a descubrir a Dios. Como acaba de recordarnos el papa Francisco en su encíclica «Laudato si», la creación está ahí no por casualidad sino porque Dios la ha llamado a la existencia y ha derramado sobre ella su sabiduría, poder y belleza. El hombre moderno necesita, más que el de otras épocas, descubrir las maravillas de la creación.
Un buen libro de literatura, historia, arte o poesía; una obra de teatro, una película o un concierto pueden ser también un buen instrumento para descansar. No es imprescindible que sean religiosos. Lo importante es que sean de calidad y no causen perjuicio a nuestras convicciones y comportamiento morales. De todos modos, la literatura estrictamente religiosa y el arte en sus vertientes de arquitectura, pintura y escultura ofrecen un conjunto riquísimo y variadísimo de incomparable belleza. ¡Cuántas personas han encontrado a Dios mediante la lectura de un buen libro!
El cultivo de la amistad es otro ingrediente importante para descansar. Y, más en concreto, el cultivo de la propia familia. A lo largo del curso, estamos juntos poco tiempo, hablamos poco con los hijos y los medios técnicos modernos nos llevan a potenciar lo virtual y menospreciar lo real y tangible. Además, las tensiones familiares nunca faltan. ¡Las vacaciones pueden restañar o curar heridas! Pasar tiempo con la mujer y el marido, jugar con los hijos pequeños, preguntar y escuchar a los mayores es una terapia de primerísima calidad.
Los que son creyentes y practicantes pueden encontrar en las vacaciones un tiempo precioso para hacer lo que quizás no han podido hacer durante el resto del año: además de ir a la misa del domingo, hacer un poco de oración personal o en familia, peregrinar a un santuario de la Virgen para encomendarle nuestras necesidades y deseos, y visitar algún enfermo de la familia o anciano que está solo. El consejo del sabio y santo pontífice Benedicto XVI sigue siendo útil: «¡En este verano, no pongáis a Dios de vacaciones. Pensad en rezar y en ir a misa los domingos! Que la Virgen María, modelo del corazón que escucha, nos acompañe en nuestros caminos humanos!».