Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él - Alfa y Omega

Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él

Sábado de la 32ª semana del tiempo ordinario / Lucas 18, 1-8

Carlos Pérez Laporta
El juez injusto y la viuda inoportuna. John Everett Millais. Tate. Londres, Inglaterra.

Evangelio: Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

“Hazme justicia frente a mi adversario”.

Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:

“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viviendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió:

«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Comentario

«Siempre, sin desfallecer». Esas palabras nos quedan grandes. Nos hablan de la eternidad en la que querríamos embeber las acciones que realmente nos importan. Desearíamos amar para «siempre, sin desfallecer», pero nunca lo logramos. La constancia más significativa de la vida humana es el olvido y el descuido.

Justo por eso, Jesús nos dice que «es necesario orar siempre, sin desfallecer». A la persistencia de nuestra fragilidad le corresponde la perseverancia de la petición. Precisamente en la permanente indigencia de nuestras fuerzas, de nuestra debilidad, lo propio del hombre es vivir suplicando las fuerzas de Dios. Eso, quizá, sea lo único que podamos hacer «siempre, sin desfallecer». Porque siempre estamos necesitados; «es necesario» porque no desfallecemos de desfallecer.

Ello exige tomar conciencia de esa debilidad. Al comienzo de todos nuestros actos medir nuestras fuerzas, debemos tomar nota de nuestra incapacidad de hacerlas con ese amor eterno que no nos pertenece. Por eso, es necesario desear realmente ese amor, para que salte a la vista el contraste de nuestra incapacidad. «¿Encontrará esta fe en la tierra?». Es necesario creer en ese amor, en la posibilidad de ese amor a cada momento, esperarlo de cada circunstancia. Es necesario creer que si siempre somos amados podremos amar siempre. Es necesario creer que ese amor puede llenar toda nuestra vida. Pues, «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?».

María siempre espera, sin desfallecer. Porque ella era muy consciente de que su vida consistía en la gracia de ese amor. No quería que su vida fuera otra cosa, no quería vivir su vida ni de sus propias fuerzas. Quería vivir solo de Él. Por eso, es modelo de oración. Y por eso mismo es la llena de gracia.