Diego Gracia Guillén: «En la gestión de los valores somos todos unos maleducados» - Alfa y Omega

Diego Gracia Guillén: «En la gestión de los valores somos todos unos maleducados»

El impulsor de la bioética en España pide fomentar la deliberación y personas «más maduras y responsables» para afrontar desafíos como las redes sociales o la inteligencia artificial

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Gracia recibió el Premio de la Fundación máshumano al Pensamiento recientemente en Madrid
Gracia recibió el Premio de la Fundación máshumano al Pensamiento recientemente en Madrid. Foto: Fundación Máshumano.

Usted tiene un perfil profesional científico y a la vez humanista, lo que no es muy habitual. ¿A qué responde este interés por ambos mundos?
Las ciencias y las humanidades pueden verse como saberes no solo distintos sino en alguna medida opuestos. Pero cabe verlos también como complementarios. Yo estudié filosofía, que pertenece al área de las humanidades, pero según avanzaba en su estudio me fui dando cuenta de que era necesario completar esa formación con una carrera más científica. Y decidí hacer medicina y especializarme en psiquiatría. Siempre he trabajado en ese espacio de convergencia entre ambos tipos de saberes. Eso explica que haya sido durante muchos años profesor de Historia de la medicina y de Bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.

¿En ese abanico de intereses entra también la cuestión de Dios?
Pues sí, en ese abanico de intereses también entra la cuestión de Dios. Es difícil no plantearse este tema. Lo que sucede es que vivimos en un momento histórico en el que ya no es posible plantear el problema en los mismos términos en que se vino haciendo durante muchos siglos. Una de las características definitorias de nuestra cultura es la secularización. Vivimos en una cultura secularizada. Y en ella el tema de Dios y de lo sagrado no puede seguirse planteando en los mismos términos en que se hacía en épocas anteriores. La filosofía del siglo XX ha hecho esfuerzos muy importantes por enfocar el tema de un modo nuevo. Valgan nombres como Lévinas, Marion o Henry, y en España, el de Zubiri. La consigna de Nietzsche «Dios ha muerto» no significa otra cosa que el enfoque del tema de Dios en nuestra cultura ya no puede ser el que fue durante muchos siglos. ¿Qué entendemos por Dios, el motor inmóvil aristotélico, o el término al que conducen las famosas vías tomistas? Heidegger decía que no era posible rezar al motor inmóvil.

A usted se le considera el introductor en España de la bioética, en la década de 1980. ¿Qué desafíos había entonces en ese campo?
Yo decidí estudiar Medicina porque, como tantas veces se ha dicho, es la más humana de las ciencias y la más científica de las humanidades. En ella convergen todos los problemas de las ciencias y de las humanidades. Y cuando se produce un avance vertiginoso en una de esas áreas, necesariamente tiene que repercutir en la otra. Esto es lo que ha sucedido en Medicina en el último medio siglo. Ha avanzado en los últimos cincuenta años más que en los veinte siglos anteriores. Lo cual plantea una enorme cantidad de problemas, no solo técnicos sino también éticos. Esa es la razón del nacimiento de la Bioética como disciplina. Quien acuñó el término, Potter, la concebía como un puente entre ciencia y humanidades. Era necesario que la reflexión ética fuera al compás de las novedades científicas, si no queríamos que se produjeran catástrofes de las que luego tuviéramos que arrepentirnos. Ciencia y humanidades son los dos pilares de un puente, y han de crecer al unísono si no queremos que el puente se caiga y genere una catástrofe.

¿Cómo ve el panorama ahora? ¿Qué retos son los que más le preocupan?
Los avances técnicos de estos últimos años son tan asombrosos como preocupantes. Piénsese en las redes sociales, o en la inteligencia artificial. Estos medios tienen un enorme poder de influjo en las conciencias y las mentes de las personas. De ahí que puedan utilizarse tanto para bien como para mal. Pueden ser medios poderosísimos de difusión, por ejemplo, de noticias falsas. Por eso para gestionarlos adecuadamente se necesitan cada vez más personas maduras, responsables y autónomas, y además desde épocas más tempranas. Yo soy un niño nacido a poco de acabar la Guerra Civil española, por tanto viví la penuria de la posguerra, en la que las posibilidades de hacer las cosas mal que tenían los niños eran mínimas. Hoy al adolescente se le ofrecen posibilidades de todo tipo, muchas de ellas no solo negativas sino potencialmente muy destructivas. De ahí que hoy sea más necesario que nunca antes el hacer que los jóvenes maduren y sean responsables en sus decisiones. Esto debía tenerse más en cuenta en los programas educativos. En esto nos jugamos el futuro.

Usted es promotor de un método de discernimiento basado en hechos, valores y deberes, que apela a la responsabilidad de los actores en este campo. A veces, al contemplar algunos llamados avances en bioética parece que no hay valores ni responsabilidad, y pienso en el aborto y la eutanasia, pero también incluso en la clonación o la IA…
El objetivo de la ética no es otro que la formación en la responsabilidad. Decir responsable es lo mismo que decir autónomo. Y autonomía, como ya dijo Kant, consiste en hacer lo que se debe. Ese es el objetivo de la ética, formar personas autónomas, que sepan tomar decisiones correctas en el campo en que trabajen o en la responsabilidad que tengan, familiar, profesional, etc. Para ello es necesario educar a las personas en el proceso de toma de decisiones correctas. Este método, al menos desde el tiempo de Aristóteles, se llama «deliberación». Yo he dedicado mucho tiempo y bastante esfuerzo a aclarar este tema. Espero que en los próximos meses salga el libro en que he intentado sintetizar mis resultados. Para mí es un tema fundamental, y espero y deseo que el libro pueda servir para que poco a poco vaya educándose en la deliberación en los diferentes niveles de la enseñanza, desde la primaria hasta la universitaria. Esto de educar en la deliberación es una de nuestras grandes asignaturas pendientes.

Bio

Doctor en Medicina y diplomado en Psicología Clínica con especialización en Psiquiatría, también es colaborador científico del CSIC y catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Preside la Fundación de Ciencias de la Salud y dirige la Fundación Xavier Zubiri. Es autor de numerosos libros en los que despliega su faceta de filósofo y humanista y se le considera el impulsor de la bioética en España en los años 80.

¿La falta de valores responde a la ausencia de maestros? ¿Estamos padres y educadores distraídos como para poder transmitir algo con peso a la siguiente generación?
No hay falta de valores, ni nunca la puede haber. La valoración es un proceso natural en la especie humana. No se puede vivir sin valorar. Lo que sí sucede es que valoramos de un modo espontáneo, natural, sin saber que lo hacemos, con lo que tenemos una alta probabilidad de hacerlo mal. La valoración, como todo, hay que educarla, algo que no se hace, y que cuando se hace tampoco se hace muy bien. No se trata de imponer los propios valores, por más que esto es lo que pretende todo el mundo, no solo los individuos sino también las instituciones, los medios sociales, etc. Todo el mundo cree tener los valores correctos y considera que los demás están equivocados. En el tema de los valores no ha pasado de utilizar dos tácticas, a cual más dañina. Una, la más tradicional, era la de imponer, aunque fuera por la fuerza, los propios valores a los demás. La otra, más moderna, ha consistido en tolerar la pluralidad de valores. Se toleran los valores de los demás, por más que se consideren incorrectos. Allá cada uno con sus valores. No es mi problema. Pienso que ambas tesis, la de imposición y la de tolerancia, son incorrectas. Sobre los valores hay que «deliberar», tanto individual como colectivamente. La escuela debería ser una escuela de deliberación, algo que, desdichadamente, no se hace. En la gestión de los valores somos todos unos maleducados.

¿Ve en sus alumnos un deseo de verdad?
El problema de la educación no es un problema de alumnos sino de profesores. Todo se juega en la formación de los profesores. No puede formar bien a otro quien no está previamente bien formado. Ese es nuestro problema. Por otra parte, la estimación social de la función formadora y docente es muy baja, con lo cual se produce una selección negativa del profesorado. Aquí todo el mundo quiere ser gestor empresarial, no educador. Para ver la estimación social que se tiene de ambos menesteres no hay más que comparar la retribución económica que reciben. No nos damos cuenta de que el futuro de nuestras sociedades se gesta en las escuelas. Vivimos en una sociedad en la que estamos dejando que eduquen los que no parecen servir para otra cosa. Esto es grave, muy grave. No hay más que ver el ínfimo nivel de la vida política del país para tener una idea de la educación de sus gentes.

Usted llegó a conocer al filósofo Xavier Zubiri, de cuya fundación es director académico. ¿Cómo era él de cerca?
Pues como toda persona sabia y sensata. Era una persona humilde, modesta, consciente de lo que sabía y, sobre todo, de lo que no sabía. Como Sócrates, el padre de esa cofradía que son los filósofos, tenía esa sabiduría tan difícil de adquirir que es el «saber del no saber». Este es, quizá, el santo y seña del verdadero filósofo. Por eso son tan raros.

La Fundación mashumano le galardonó recientemente por «haber aportado una visión del paciente no solo como enfermo, sino como sujeto con derecho y dignidad humana».
¿Cuáles son estos derechos fundamentales del paciente? Es bien sabido que desde hace unos 50 años han ido apareciendo e imponiéndose los códigos de derechos de los pacientes. Es la superación del clásico paternalismo médico. Es, sin duda, una conquista, pero que no conviene absolutizar. Y, en cualquier caso, la ética no trata de derechos, que es el campo propio del Derecho, sino de deberes, que no es lo mismo. Los derechos marcan por lo general líneas o límites que no se pueden traspasar. Pero la función de la ética no es esa sino promover las conductas correctas. Siempre pongo el mismo ejemplo, y es el del partido de fútbol. El reglamento sirve para saber lo que no se puede hacer. Pero si vamos al estadio a ver jugar al fútbol no es por las faltas que se cometen, sino por ver jugar bien al fútbol, a ser posible de modo excelente, como los grandes jugadores. Esa es la función de la ética, promover la excelencia. Porque en ética, cualquier cosa menor que la óptima es siempre mala.