Para quienes todavía no hayan caído en la tentación de adentrarse en las voluminosas historias de la humanidad que perpetra Harari, el exitoso autor israelí de libros como Homo Deus o Sapiens, resistan. Hay opciones mucho más interesantes. Esta es una de ellas: zambullirse en una fábula de ciencia ficción, que de la mano del gran director Alex Garland (Ex Machina, Aniquilación), nos invita a lidiar con un rompecabezas existencial en el que lo mismo nos adentramos en el misterio al más puro estilo Agatha Christie, que saltamos con soltura los muros de la física cuántica.
De factura norteamericana y estrenada en 2020, se puede ver en HBO, a lo largo de ocho episodios de menos de una hora de duración cada uno. Pero, por favor, huyan –en este caso con más motivos, si cabe– del consumo compulsivo, y dense un respiro entre capítulo y capítulo para, al menos, entrar en el juego del pensar reposado al que se nos invita. Su ampulosidad, en todos los sentidos, quizá eche para atrás a algunos, pero la miniserie es capaz de lograr un punto de equilibrio entre el entretenimiento y la serie de culto para que cualquiera pueda disfrutar dándole vueltas a cuestiones como el sentido de la vida humana, el papel de la tecnología, la esclavitud, la libertad y el libre albedrío. ¿Qué está pasando dentro de esa Corporación que todo lo ve? ¿Quién está jugando con nosotros y a qué juega? ¿Ha tomado forma el genio maligno de Descartes?
De compaginarla con algún libro, marida bien con la Psicopolítica de Byung-Chul Han y su obsesión por la sociedad de la hipervigilancia. Además, la serie está impregnada de un aroma contemplativo que hará las delicias de quienes escapan del ritmo trepidante que, a la postre, nos convierte en consumidores consumidos. En definitiva, un poco de filosofía que abre, sin rubor, la puerta a la trascendencia y que nos pone delante, con toda su negrura, la espiral nihilista en la que podemos quedar atrapados los seres humanos, todavía humanos.