Es la obra más esperada de la rentrée. Los vencejos nos llega cinco años después de que lo hiciera Patria, que se publicó en septiembre de 2016 y se convirtió en el mayor fenómeno editorial de los últimos años, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos en español. Lo cierto es que ni el listón ni las altas expectativas pueden con un Aramburu que va por el camino de renovar su título de honor entre las letras de nuestro país en nuestro tiempo.
Esta novela, y no solo porque caiga por su propio peso de 700 páginas, es mucha novela y daría para muchas novelas, con un fondo político de España mucho más borroso que los nítidos contornos que se visualizan de Madrid y el barrio de La Guindalera. El protagonista es Toni, divorciado de 55 años, profesor de Filosofía en un instituto, apático en el terreno profesional a la vez que violentado por todos los conflictos a los que tiene que hacer frente en el ámbito familiar (mención aparte para los que carga desde la niñez), que se arrastra en su día a día entre la abulia y la crispación, a la gresca con su exmujer, Amalia, y carga con un hijo conflictivo, Nikita, tan solo acompañado por su incondicional perra Pepa y el cáustico Patachula, mote secreto que le ha puesto a su único amigo en el mundo tras haber perdido este un pie en el 11M. Toni, que se siente derrotado por la vida, decide ponerle fin a esta marcándose una fecha que se cumplirá en el plazo de un año: 31 de julio de 2019, miércoles, por la noche.
Es la violencia uno de los grandes temas del libro, seguro el más grave, que se recrea desde sus hondas raíces hasta abarcar una gran complejidad, no tanto en intensidad como en niveles y casuística. Da que pensar. Aramburu retrata la violencia de la intimidad, del detalle, de la escena, de la acción y el pensamiento, la violencia contra uno mismo. Con la plasticidad de un veneno que se inocula, la vemos emerger en el seno de la familia, intoxicar las relaciones, contagiarse, heredarse, pasar de una generación a otra y circular retroalimentándose de la bofetada secreta del padre a la madre, del hermano mayor al pequeño más débil. Después, en la siguiente línea, el hijo del primogénito será agresivo con su madre mientras su padre se desquiciará con la que ya será su exmujer. Vemos la violencia doméstica, la violencia en el colegio e incluso en la guardería, violencia de matones y violencia pasiva. La vemos crecer, también la vemos, al final del libro, menguar, menguar mucho, hasta
desaparecer, posiblemente gracias a los paliativos del elixir de la amistad que tanto cura. Aramburu no escatima crudeza para describir toda esa violencia, la explícita y la más soterrada: tal vez no haya mejor ni más efectivo acto de denuncia y condena a través de la literatura que este proceder, el suyo, que nos alerta, nos revuelve y nos altera.
Cierto es, y nos daremos cuenta casi de sopetón, que Toni, el protagonista, utiliza con demasiada facilidad el verbo odiar, y, al final del relato, pensamos que tal vez haya que releerlo para ajusticiar en su justa medida al personaje, porque el estilo aramburiano, de introspección sin filtro, hay que aprender a leerlo entre líneas, depurando visceralidades, y eso no es fácil de hacer a la primera.
De la crónica dura de su muerte anunciada, descreída cuenta atrás con toques de humor, nos llama la atención la decisión del protagonista de irse desprendiendo poco a poco de su biblioteca haciendo una suelta de libros por la ciudad, poniéndose de relieve todo lo que nuestras lecturas revelan del alma de cada uno de nosotros. Mucho Camus, sobre todo, Hegel y algo de Nietzsche, como no podía ser, en su caso, de otra manera.
Fernando Aramburu
2021
704
22,90 €