Desconfianza, carcoma de las democracias - Alfa y Omega

En las dos últimas semanas he medido los minutos que los informativos han dedicado a crisis institucionales (el caso Koldo, el proceso al fiscal general, la dimisión de Mazón). La media ha sido superior a dos tercios del tiempo destinado al ámbito nacional. Podemos justificar que esta idea de «crisis de la democracia» no es nueva y radica en sus inicios, pero hay algo que caracteriza esta época: la desconfianza. Lo explica magistralmente Victoria Camps en su nuevo libro La sociedad de la desconfianza. No nos fiamos de nadie, ni de los políticos, ni de los expertos, ni de los medios. ¿Qué nos pasa? ¿Cómo seguir?, se pregunta. La respuesta a la primera pregunta —dice— se resume en una comunidad herida por el desencanto potenciado por el individualismo: hemos construido una civilización de soledades conectadas. Lo tenemos todo pero estamos insatisfechos. Y la solución no está en poner más psicólogos. Por eso la respuesta a la segunda pregunta, según Camps, solo puede venir de la reconstrucción de un ethos compartido que nos permita sostenernos, volver a confiar y a convivir. Porque como dice el premio Princesa de Asturias Byung-Chul Han, la esperanza nunca florece entre personas aisladas. Pero no podemos delegar esa reconstrucción únicamente a los políticos. El sujeto de la esperanza del cambio tiene que empezar por nosotros. Educarnos en la austeridad, en la rectitud, en autolimitarse, y al mismo tiempo sabernos vulnerables pone de manifiesto que necesitamos recuperar la confianza en los demás, en las estructuras sociales e instituciones; que necesitamos confiar en el otro, construir redes, unirnos por el bien común, como sucede cada vez que sufrimos desgracias comunitarias. Alcanzado eso, los políticos cambiarán. Por eso creer en esa necesidad de recuperar la confianza es la base de la esperanza en las sociedades democráticas.