Derecho a obedecer en conciencia - Alfa y Omega

Ni la objeción de conciencia ni la desobediencia civil son formas de resistencia que cuestionen ni el orden ni la autoridad y, ni siquiera, el deber de obediencia. Y, sin embargo, el poder político, también el poder político democrático, no siempre reconoce que el ciudadano, en el ejercicio de sus derechos, tiene derecho a desobedecer conscientemente y manifestarlo en libertad. El tema es controvertido y sometido a límites, pero es oportuno dada la situación política que atraviesa España.

Las manifestaciones en las calles de las principales ciudades españolas en protesta por las decisiones políticas del Gobierno en funciones han dejado imágenes reprobables. La alteración violenta del orden público no es libertad. Pero, más allá de quienes han salido a la calle usando la violencia como modo de presión política, en las protestas que hemos podido ver late algo que debe ser recuperado y pensado seriamente. En una sociedad pluralista deberíamos reconocer el derecho de todo ciudadano a expresar libremente sus convicciones, aunque no a hacerlo a cualquier precio. La expresión libre de las reivindicaciones políticas por parte de la ciudadanía, como enseña la doctrina social de la Iglesia, es un medio que debe ser lícito en sí mismo, no intrínsecamente malo y proporcionado a un fin para que no genere a la comunidad males mayores que aquellos que se quieran reparar.

Reconocidos estos supuestos, ningún Gobierno democrático puede pretender que el ejercicio de mecanismos no institucionalizados de control y fiscalización del poder, como son la objeción de conciencia o la desobediencia civil, sean condenados por ilegítimos. La obediencia en conciencia, lejos de ser una amenaza, es un modo de tomarse en serio los derechos y el pluralismo; un modo de obediencia a la autoridad y al derecho; un ejercicio de lealtad institucional, así como una garantía del buen funcionamiento de una democracia que se precie de serlo. No olvidemos nunca que la obediencia, y especialmente la obediencia al poder político, no es sometimiento del hombre a otros hombres, sino conocimiento de lo bueno y verdadero, con su consiguiente y libre adhesión a ello.