Del rechazo a la acogida humilde de la corrección - Alfa y Omega

Del rechazo a la acogida humilde de la corrección

Domingo de la 23ª semana de tiempo ordinario / Mateo 18, 15-20

Jesús Úbeda Moreno
Cristo ante sus apóstoles de Duccio di Buonisegna. Museo dell’Opera del Duomo, Siena (Italia).

Evangelio: Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Comentario

Habitualmente experimentamos una resistencia y un rechazo a dejarnos corregir. Nos resulta más fácil corregir que dejarnos corregir. Aunque tampoco lo primero es inmediato. Las razones pueden ser varias, pero lo que nos interesa descubrir es cómo, en el caso de que sea necesario, se pasa del rechazo de la corrección a su acogida humilde y sincera. Uno de los elementos que lo hace posible lo encontramos al final del Evangelio, cuando Jesús vincula su presencia a la comunidad cristiana. Si «la contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia» (Veritatis splendor, 25), esta se convierte en fuente de corrección continua hacia la verdad, como lo era Cristo para los primeros discípulos.

Aunque el Evangelio haga una referencia clara a una autoridad doctrinal y disciplinar particular en tanto que se dirige a los doce, se puede extender de forma análoga a la comunidad misma y a cada miembro de ella. Y lo hace tanto a nivel personal como comunitario. El testimonio de la fe de cada cristiano, así como la vida propia de la comunidad se presentan como el factor que nos permite ser corregidos tanto de forma implícita como explícita. Para nosotros el hermano no es algo secundario en nuestra relación con Cristo, porque Él mismo ha querido vincular su presencia real y la eficacia de la oración a la presencia del hermano, como también señala el Evangelio. La forma de relacionarse con Dios, con los demás y con las circunstancias es iluminada y corregida con el testimonio de los hermanos que el Señor ha puesto en nuestro camino para conocerle y amarle. La corrección nace por tanto del afecto por Cristo vivo y resucitado en medio de nosotros y la verdad que ha introducido en la historia con su presencia. En última instancia, separarse de la indicación y corrección de la autoridad y el testimonio de la comunidad es separarse de Cristo mismo. Uno de los signos de la conversión, entendida como una respuesta al amor de Cristo que ilumina y da sentido a la vida, es no solamente la acogida de la corrección sino incluso la petición de la misma. El cambio que supone que nazca el deseo y la petición de ser corregidos dice de una experiencia donde el mal no tiene la última palabra sobre nuestra identidad, y que el deseo de cambiar es un elemento intrínseco de la verdad de la vida que emerge de la relación con Cristo a través de la comunidad cristiana. El propio término corregir, que traduce del latín regere cum, expresa esa dimensión comunitaria de caminar juntos en lo recto, en aquello en lo que la vida se mantiene en la verdad que hemos conocido y se nos ha manifestado.