«Del migrante nos diferencia solo dónde hemos nacido»
No es asesora laboral, ni psicóloga o coach, pero Ana Tomico desempeña cada día las labores de todos estos profesionales y muchas más. Lo hace desde Cáritas Madrid, como voluntaria en la atención a personas migrantes. Tiene una lista incontable de refugiados que cada día esperan ser escuchados. Los sábados y domingos su rutina tampoco cambia: es capaz de pasárselos llamando a albergues, pensiones o residenciales para evitar que una familia duerma en la calle. Su compromiso no tiene horarios porque las necesidades con las que llegan tampoco los tienen. Este verano el trabajo se ha multiplicado
¿Qué ha pasado este verano?
Hemos estado desbordados. Y aún lo estamos. Nos llegan familias sin un lugar donde dormir, sin recursos económicos y sin trabajo. El permiso de trabajo es el gran muro con el que se topan al pisar este país. Los refugiados, la mayoría de Venezuela, están protegidos legalmente, pero están desprotegidos socialmente: durante el tiempo —unos seis meses— que la Administración tarda en concederles –si se les concede– el permiso de trabajo, viven en un limbo legal, sin prestaciones sociales, en el que es muy difícil sobrevivir si nadie te ayuda.
¿Con qué necesidades llegan?
La principal es la de sentirse escuchados. Con cada familia que llega aquí pasamos de media una hora en la acogida —la primera entrevista—. También tienen necesidades muy inmediatas: ropa, alimentos, una cama y, por supuesto, un trabajo, pero ya hemos aprendido a detectar que detrás de esas peticiones hay mucho más. Por eso aquí no preguntamos «¿qué necesitas?», sino «¿qué tal estás, cómo te sientes?».
¿Y qué encontráis detrás de esa pregunta?
Auténticos dramas. Historias increíbles traídas en una maleta y dejando mucho atrás. La mayoría lo pasa mal por tener que pedir ayuda. Sienten vergüenza. Pero es gente que ha tenido que huir de su país por amenazas, con las horas contadas, y que solo han tenido tiempo de llenar una maleta. Al escucharlos te das cuenta de que podríamos ser cualquiera de nosotros si viviéramos en su país.
¿Qué se les está ofreciendo?
En primer lugar, un trato humano. Aquí se les conoce por su nombre, no son un número. Luego, cuando conocemos sus necesidades, intentamos cubrirlas. Les asesoramos para los trámites legales, para solicitar el permiso de trabajo, encontrar dónde dormir, abrir una cuenta bancaria, escolarizar a los niños o ir a un médico.
¿Cómo se consigue ayudarlos?
Ya conocemos qué comisarías son más rápidas o más amables, en qué centros de salud los atienden, qué comedores tienen excedentes y qué recursos habitacionales hay de emergencia. Todo esto se hace desde la Mesa por la Hospitalidad del Arzobispado, constituida en 2015 por el cardenal Carlos Osoro, desde donde se coordina la acogida a los migrantes que no han sido atendidos desde la Administración u otras entidades. Este verano ha habido días en los que se han tenido que buscar pensiones para evitar que haya familias durmiendo en la calle. Son casos de emergencia, pero hasta eso ha sido difícil de encontrar. Ha habido fines de semana que no había ni una pensión libre en Madrid, como en el de La Paloma [las fiestas de mitad de agosto]. También tenemos un Servicio de Escucha con el que trabajamos el duelo migratorio. Lo hacen los religiosos camilos y les ayuda a sacar el sufrimiento que llevan dentro. Aquí vienen porque sienten que hay quien se preocupa por ellos.
En eso no nos diferenciamos…
Ni en eso ni en nada, o casi nada. Eso aprendes: que lo único que nos diferencia de ellos es el lugar donde hemos nacido. Aprendes a mirar a las personas a los ojos y a conocerlas por sus nombres, no por sus lugares de procedencia.