Del descrédito a la profesión a la «guerra paralela» - Alfa y Omega

Del descrédito a la profesión a la «guerra paralela»

¿Hay distancia entre un algoritmo que prioriza el contenido incendiario para polarizar y el uso de imágenes falsas?

Alfa y Omega

La prisa por ser el primero, se publique algo útil, relevante o —más importante— verdadero o no, y la tentación de surfear las últimas declaraciones, a cada cual más bronca, del parlamentario más escandaloso, colocan a menudo al periodismo en una posición que no le corresponde. Con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, varios son los expertos que en estas páginas consideran que los comunicadores deben retomar su vocación primigenia, la de buscar la verdad, aunque por el camino se les escape la ocasión de lanzar antes que nadie un titular sorprendente. Especialmente cuando estas frases lapidarias, que nadie recuerda a la semana siguiente, no son más que el intento de los políticos por agitar el avispero para lograr atención y relevancia, una estrategia que alimentan las redes sociales y unos algoritmos internos que favorecen lo que genera más polémica.

Es esta una pendiente resbaladiza que comienza con el descrédito de la profesión y puede llegar a terminar con la guerra. Puede sonar exagerado, pero quizá no lo sea tanto. ¿Cuánta distancia hay en realidad entre un programa que decide qué publicaciones se destacan en nuestro móvil priorizando el enfrentamiento, y el uso, con este mismo fin, de imágenes modificadas o directamente falsificadas con este mismo fin o para combatir, como denuncia Francisco en su mensaje para esta jornada, una «guerra paralela» de desinformación? 

El remedio es obvio y, a la vez, no tan sencillo de aplicar: dejar de competir con el último escándalo y recuperar el peso y la gravedad de una información bien hecha. Cuanto más diferente sea del último bulo incendiario, mejor, pues no es este el espejo en que debe mirarse el comunicador, sino en el de la ética. Y por ese camino, la inteligencia artificial puede ayudar, siempre y cuando quede claro quiénes son sus verdaderos amos, si es el algoritmo o el usuario que le proporciona una chispa de humanidad.

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