Del calor colombiano a los -40 grados en Mongolia: «Les estábamos esperando»
Siempre quiso ser misionera en África, pero cuando entró a las Misioneras de la Consolata, la colombiana Esperanza Becerra aprendió que la misión es más que un lugar. Después de formarse en Italia y España llegó hasta la estepa mongola, donde lleva cinco años aprendiendo el idioma, sobreviviendo a temperaturas de -40 grados invernales y evangelizando casi sin nombrar a Dios en un país que es tres veces más grande que España, pero donde solo hay, literalmente, 1.200 católicos
¿Cómo se vive a -40 grados? Se me congela el alma solo de pensarlo.
Para que te hagas una idea, cuando están resfriados, los mongoles salen a la calle a respirar aire fresco a -30 grados y se les pasa. A mí todavía no, si hago eso cojo una pulmonía [ríe].
Pero alguna vez seguro que habrá tenido que enfrentarse al temporal.
Vivo en Ulan Bator, la capital, con otras tres hermanas. Pero tenemos otro proyecto a 450 kilómetros de aquí. Una Navidad bajábamos en autobús –siempre cogemos transporte público, porque queremos ir con la gente–. A los 30 kilómetros se paró por la tormenta de nieve y ¡estuvimos atrapados hasta las cinco de la tarde! Los hombres bajaban a ver si se podía solucionar y venían con las orejas hinchadas del frío. Recuerdo especialmente ese día, porque finalmente tuvimos que ir a una ger cercana [casa típica de los mongoles nómadas, hecha de lana y madera] y pasar allí la noche los 55 viajeros junto con la familia.
Y seguro que nadie se quejó. Igualito que en España.
Fue increíble. La gente estaba contenta, cantaban juntos… Tomamos té deshaciendo hielo en el fuego y allí dormimos acurrucados. El pueblo mongol acepta con serenidad todo lo que le viene encima.
¿Qué religión es la predominante?
Ellos, antes de los 70 años de bloqueo por parte de Rusia, en los que no se les permitió ningún tipo de espiritualidad –se destruyeron todos los templos y mataron a los monjes–, eran principalmente budistas y chamanes. También han tenido siempre una fuerte creencia en el dios del cielo, quien eligió a Gengis Khan para ser el padre de Mongolia. De hecho, todavía hoy el primer té de la mañana se ofrece al cielo. Lo preparan en una taza, y los que viven en las ger salen a la calle, dan la vuelta a la tienda –es redonda– en sentido horario y lanzan al cielo el líquido. Lo mas curioso es que también se hace en la ciudad. Es normal ver a la gente asomada a sus ventanas y lanzando leche a lo alto.
La Iglesia en Mongolia celebra este 2017 su 25 aniversario, pero solo hay 1.200 cristianos… Y un sacerdote autóctono.
Aquí las cosas van despacio, pero allá donde vamos, a los misioneros –somos 70 en total en todo el país– nos preguntan por qué nos quedamos con ellos. Es algo que les sorprende. Cuando empezamos el proyecto en la región del sur, donde no había ningún cristiano, una mujer muy pobre se acercó y dijo: «¿Por qué han tardado tanto? Les estábamos esperando». Poco a poco van preguntando y algunos van pidiendo el Bautismo. Ahora tenemos varias personas preparándose para ello. Eso sí, cuando hay conversiones, es una persona sola, no toda la familia.
¿Qué proyecto?
Tenemos dos, uno en la capital y otro en esta región al sur. Creamos espacios calientes donde los niños puedan tomar un té, jugar y hacer los deberes. Aunque nuestro objetivo era hacer un jardín infantil, pero no nos dejaron las autoridades. Aún así, tenemos profesora titulada que está con los pequeños. También tenemos un duchas de agua caliente dos días a la semana, porque en el pueblo no hay agua en las casas y tienen que acudir a un baño público, pagando. La gente solía bañarse cada dos meses…
¿Hay persecución por parte del Gobierno?
No, lo que hay son problemas con los extranjeros, y a nosotros nos ven como tales, no como misioneros. En el Gobi están encontrando recursos naturales muy valiosos y quieren cuidar su casa de manos ajenas. Eso sí, no podemos ir por la calle invitando a nadie a celebraciones religiosas, son las autoridades las que tienen que invitar y hay que pedir permiso para todo.