Defender la esperanza, construir la paz - Alfa y Omega

Han pasado más de dos años desde aquel terrible 24 de febrero de 2022. Entonces toda Europa occidental se volcó en una carrera contrarreloj para ayudar al pueblo ucraniano, que estaba sufriendo las trágicas consecuencias de una invasión y una guerra injustas. Fueron muchos los que acogieron a refugiados en sus casas. Desde España hubo bastantes que rápidamente se dirigieron hacia la frontera entre Polonia y Ucrania para socorrer a los que huían. Eran expediciones motivadas más por la emoción del momento que por la lógica de unos acontecimientos que se estaban precipitando. La conmoción fue general y tan veloz como el olvido o, si se quiere, el acostumbrarse a una guerra que se ha instalado en las noticias y en nuestras vidas y que ya no provoca nada, ni rabia, ni tristeza, ni estupefacción. Es una guerra más como las ha habido y las habrá.

Y ahora los obispos grecocatólicos ucranianos envían al mundo una carta, un mensaje en el que hablan de la guerra, explican las ideologías que se esconden detrás del terrible conflicto que están viviendo, justifican la reacción del pueblo ucraniano y su derecho a una legítima defensa y, finalmente, reflexionan sobre el sentido de una paz justa. El episcopado ucraniano recuerda que detrás de esta guerra injusta están los totalitarismos del siglo XX, que perviven de otra forma. El nacionalsocialismo y el estalinismo condenados por Pío XI y definidos por el Papa como religiones políticas perduran en nuestro tiempo. Aquellos totalitarismos, como los actuales, tienen como denominador común el menosprecio de la libertad individual y de la dignidad de la persona humana. Buscan la manipulación y el sometimiento de las conciencias prometiendo una felicidad cismundana a cambio de someterse al Estado. Las religiones políticas de entonces, como las actuales, quieren suplantar el papel de Dios. Hacen del estatalismo un nuevo culto, una nueva religión que destruye los valores morales en los que se fundamenta la fe cristiana.

Se ha definido la guerra que sufre Ucrania como híbrida. No es una guerra como fueron las de épocas anteriores. Ahora entran en juego muchos más elementos, como la manipulación de los medios de comunicación, los acuerdos económicos, las alianzas ideológicas entre países cuyas raíces culturales y espirituales son muy diferentes y algo tan viejo como nuevo, la razón de Estado, que no busca el bien de los ciudadanos sino del gobernante o del gobierno que con cierta tendencia absolutista busca su propio beneficio.

A lo largo de estos dos años largos de guerra no han dejado de hacerse propuestas de paz, de diálogo. Pero, ¿qué paz? Los obispos ucranianos en este mensaje denuncian con fuerza los falsos intentos pacifistas que, bajo la apariencia de un bien mayor, conllevan una claudicación y la aceptación de un resultado final que no soluciona el conflicto, sino que deja heridas abiertas. Y es por ello que los obispos de Ucrania piden una paz justa en la que «la venganza, la conquista, el beneficio económico y el sometimiento son inaceptables». Piden una paz duradera e inviolable fundamentada en los principios del derecho internacional.

Ahora bien, las reflexiones que hace el episcopado ucraniano nos obligan a hacernos una pregunta: ¿somos realmente conscientes de las consecuencias de esta guerra? En Europa occidental medimos los efectos por su impacto económico. Se ha convertido en habitual culpar al conflicto de la crisis económica. La subida de los precios es consecuencia de él y nos lamentamos porque lo que allí sucede afecta a nuestros bolsillos. Y es posible que esto sea cierto en parte, porque vemos cómo aumenta el número de personas que no llegan a final de mes y crece el de las que viven en la pobreza. Ahora bien, si nos limitásemos a contabilizar las consecuencias de la guerra por su repercusión en la economía, nos equivocaríamos.

Lo que está sucediendo y lo que esta guerra está poniendo de manifiesto es que Europa, una vez más, parece haber renunciado a sus raíces culturales y religiosas. Europa ha renunciado a ser ella misma y, por tanto, no hay una respuesta única, fuerte y contundente ante la invasión de Ucrania. Priman los intereses económicos y las alianzas estratégicas.

El diálogo ecuménico se está deteriorando progresivamente. Esta no es una guerra religiosa; sin embargo, dar una cobertura de «legitimidad divina», justificando teológicamente lo injustificable, es una forma de tomar el nombre de Dios en vano y es un atentado contra la dignidad de la persona humana. La Iglesia, como dicen los obispos ucranianos, tiene una palabra que decir. No se trata de una neutralidad moral. Es justo y necesario condenar una agresión que es injusta, los ataques contra la población civil y la violación de los tratados internacionales. Sin embargo, la fe cristiana debe ser constructora de paz, debe buscar la reconciliación entre unos y otros y defiende la esperanza de un pueblo que quiere libertad.

Cada vez que celebramos la Divina Liturgia, como se denomina a la celebración eucarística en el rito bizantino, hacemos memoria de Aquel que se entregó por nosotros y confesamos nuestra fe en Jesucristo, Príncipe de la paz, porque Él ha reconciliado a los hombres entre sí y con su muerte en la cruz ha destruido el muro del odio que nos separaba. Y así, en comunión con Cristo, podemos unir nuestros corazones y elevar nuestras oraciones con una de las plegarias de la liturgia bizantina: «Señor, que bendices a los que te bendicen y santificas a los que ponen su esperanza en ti, salva a tu pueblo y bendice tu heredad. Vela por la plenitud de tu Iglesia, santifica a los que aman el esplendor de tu morada, exáltalos con tu divino poder y no nos abandones a nosotros, que ponemos nuestra esperanza en ti. Concede la paz a este mundo tuyo, a tus Iglesias, a los sacerdotes, a nuestros gobernantes y a todo tu pueblo, ya que todo beneficio y todo don perfecto procede de lo alto, pues desciende de ti, oh, Padre de las luces y a ti te glorificamos, damos gracias y adoramos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén».