Como en esos restaurantes de comida simbólica, en los que podemos degustar una tortilla de patatas deconstruida, Paolo Sorrentino nos ofrece a la carta la segunda temporada de The young Pope, que cambia de nombre (ahora The new Pope) y de inquilino en la sede de Pedro. Mantiene, sin embargo, la explosión herética de materias primas, transformadas en su textura e imposibles de reconocer a simple vista en el plato.
Para los que no sepan nada de la serie, si les cuento que pueden ver a un Papa (Jude Law, Pío XIII) promoviendo el aborto y elogiando la masturbación, es posible que me agradezcan el spoiler para evitar que, por error, pudieran perder el tiempo en semejante disparate. Sorrentino es un provocador nato, un director de culto, capaz de atraparte en La gran belleza, su película más emblemática, y de empezar, a modo de grosera captatio con una escena que luego resulta ser solo una pesadilla.
Juega (quizá en exceso) con formas posmodernas para poner contra la pared a los tiempos desfondados que nos ha tocado vivir. Y para eso, para esa suerte de juicio sumarísimo a la banalidad, elige a la Iglesia católica y pone al papado patas arriba, sin ahorrarnos miserias propias ni ajenas.
En la segunda temporada, presentada por todo lo alto en Venecia, el joven Papa yace en coma y deja el protagonismo al nuevo Pontífice (John Malkovich, Juan Pablo III). Con un mundo que se deshace en irreconocibles pedazos, amenazado por el terrorismo islamista, mantenerse en pie es el primer y casi único objetivo. Sorrentino atisba el Misterio, lo intuye a ratos y lo roza con un nivel estético deslumbrante, pero en lugar de ahondar en él, lo zarandea y nos lo devuelve hecho papilla a un plato que encandila a unos pocos comensales y acaba por enfadar a muchos.
Hay que ser valiente para sentarse a esta mesa. Estrenada en 2016, la primera temporada tiene diez platos y la segunda, nueve. Podemos quedarnos con hambre y con mal estómago (es lo más probable), pero, quién sabe, si se anima, puede también que la propuesta le sirva para encontrarse con gente interesante que frecuenta los restaurantes que usted no pisa.