Decálogo para la promoción de la natalidad
En el número 188 de la la Revista Razón Española, el profesor Contreras Peláez, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, mantiene que sólo en los años 1918 y 1939, por cuestiones de «gripe española» y las bajas de nuestra contienda civil, España perdía población. Algo que ha vuelto a suceder en 2012 y 2013, perdiéndose 2,6 millones de habitantes, no ya por asuntos coyunturales como entonces, sino como algo estructural y permanente. El estudio de El suicidio demográfico de España, de Alejandro Macarrón, concluye que una fertilidad de 1,26 hijos por mujer en el año 2013 nos sitúa en un 40 % por debajo del «índice de reposición», del número de nacimientos necesarios para garantizar el reemplazo generacional de 2,1 hijos por mujer.
El descenso del nivel de la población proseguirá durante el próximo decenio en España. Así se desprende incluso del informe de Naciones Unidas Perspectivas de la Población Mundial 2015, donde se advierte de los efectos negativos de semejante transformación demográfica para el crecimiento económico. Existe una fuerte retroalimentación entre crisis económica y crisis demográfica: cuanto peor vaya la economía, menos estímulos para la maternidad, y cuanto más eclipsada se encuentre la maternidad, peor irá la economía. No hay crecimiento económico sin crecimiento demográfico. No hay en la Historia ningún precedente de crecimiento económico en una sociedad con un capital humano declinante.
Pero también es necesario constatar la correlación entre estabilidad familiar y natalidad. Y a la inversa, entre crisis de la familia e invierno demográfico. El matrimonio es el ecosistema ideal para la procreación y educación de los hijos. En EE. UU., los investigadores chino-americanos J. Zhang y X. Song demostraron que las parejas casadas tienen una tasa de fertilidad cuatro veces más alta que las parejas de hecho. El compromiso y la estabilidad característicos del matrimonio condicionaron su conducta reproductiva, casi ausente en la volatilidad amorosa de una pareja de hecho, que hace mucho más inverosímil la inversión en «bienes duraderos» como los hijos. Una sociedad con pocos matrimonios estables será una sociedad con pocos niños. Resulta frecuente escuchar que la baja natalidad y el aumento de los nacimientos extramatrimoniales, la devaluación del matrimonio y las altas cuotas de divorcio, son meras tendencias sociales que el Estado sólo puede confirmar, y que la sociedad y las costumbres evolucionan, prefiriendo el hombre actual la autonomía al libre compromiso o la carga de los hijos. Sin embargo, el Derecho no es neutral. El legislador siempre elige la promoción o la disuasión de una determinada tendencia social, bien por acción o bien por omisión. Asimismo, el Derecho ha regulado y promocionado invariablemente el matrimonio entre un hombre y una mujer porque de dicha unión se presumen hijos.
El Estado no puede permanecer impasible ni contribuir a la degradación progresiva de la familia, sino incentivar el matrimonio y evitar las rupturas. En España todavía considera el Estado que tener hijos es un capricho privado. Las medidas económicas para estimular la natalidad pasarán, en primer lugar, por recortar el gasto público y la carga impositiva, así como por realizar una reforma estructural que permita la competitividad de las empresas españolas; y en segundo lugar, deberá premiarse la fecundidad por su mayor aportación al futuro de España por medio de ventajas fiscales, salariales o de pensiones. Es insuficiente creer que una intensificación de los flujos de inmigración, a pesar de ser España el país donde más incidencia tendría (con un 0,27 %), constituya solución alguna al drama de la pirámide demográfica invertida, al mostrarse semejante propuesta supeditada a las condiciones económicas del país de origen y de acogida.
Por otro lado, hay que llamar con apremio a la responsabilidad individual: no podemos esperar que el Estado resuelva nuestras necesidades básicas. Externalizar la responsabilidad al Estado y no re-internalizarla sólo contribuirá a la cronificación del drama demográfico. Una cultura «presentista», entregada a lo inmediato, que sólo busca «vivir al día», no hará sino contribuir a la extinción de una sociedad que para su propia supervivencia precisa el cálculo y la proyección, la previsión y el realismo.
Sugiero un decálogo para fortalecer el matrimonio y la familia, para sentar las bases de una correcta promoción de la natalidad en España:
1º) Una nueva regulación del aborto, próxima a la ley polaca, cuya implantación en 1993 trajo consigo el descenso de abortos desde más de 100.000 a principios de los años 80 a menos de 1.000 a mediados de los 90. El Tribunal Constitucional ha ratificado en una reciente sentencia que el concebido es un miembro más de la familia. El mundo es extraño para Dios si no somos receptivos al don y la transmisión de la vida.
2º) Derogación de la ley del «divorcio-exprés» en orden a crear un consenso de ambos cónyuges y ofrecer un tiempo suficiente de reflexión sobre la valoración del impacto negativo del divorcio sobre los hijos.
3º) Creación de una red pública de Centros de Orientación Familiar, cuya motivación fundamental será promocionar la familia en lugar de disolverla.
4º) Oferta de una asignatura de preparación a la vida familiar en la enseñanza media, capaz de concienciar sobre la importancia social de la familia y la natalidad, así como de contrarrestar los efectos nocivos del adoctrinamiento actual en la ideología de género.
5º) Creación de un Ministerio de la Familia que visibilice de modo institucional el compromiso estatal en la potenciación de la familia. Existen ministerios de este tipo en numerosos países europeos.
6º) Implantación de coeficientes correctores en el cómputo de la pensión contributiva según el principio «a más hijos, más pensión», un principio de justicia por cuanto los padres proporcionan a la sociedad los futuros cotizantes.
7º) Pago por parte del Estado, durante un tiempo a determinar, de la cotización de la Seguridad Social por cada hijo que se tenga, para las mujeres que dejen de trabajar tras ser madres.
8º) Deducción fiscal del coste de los cuidadores familiares, guarderías y otros gastos asociados a los hijos, así como la asunción por parte de las empresas de horarios flexibles conforme a las necesidades de los trabajadores con niños.
9º) Incremento de las desgravaciones en el IRPF por hijos menores de edad, supresión del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales para las familias con hijos menores de edad y reducción del Impuesto de Bienes Inmuebles para las familias con hijos.
10º) Elaboración de un Plan Integral de Apoyo a la Conciliación de la Vida Laboral y Familiar, así como un Plan Integral de Ayuda a la Maternidad que incluya ayuda económica y asistencial para las mujeres embarazadas en apuros, y la supresión de los trámites de la adopción y el fomento de la misma.