«Debo saber lo que quiero saber»
El tema que me confiaron es La fe y la sociedad de la información. Yo tengo un poco de confusión porque no sé bien si me convidaron como ministro o como profesor y, siendo la misma persona, en la primera parte hablaré un poco más como profesor y, en la segunda, un poco más como ministro. Como profesor, ustedes saben que los filósofos tienen un defecto fundamental, un vicio, desde tiempos de Sócrates: este vicio es el de convertir en un problema lo que parece ser muy bien conocido y evidente a todos. Saben que Sócrates se iba a las calles de Atenas, preguntando siempre: ¿Qué es esto? ¿Qué es la justicia? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es? Y todos —explica algunos siglos después san Agustín—, antes de la pregunta, creían conocer qué es la esencia, y frente a la pregunta descubrían que no lo sabían tan exactamente. Por eso yo no me resisto a la tentación de comenzar mi ponencia preguntando: ¿qué es esta sociedad de la información?; ¿de qué hablamos, qué pensamos exactamente cuando utilizamos este lema sociedad de la información?
«Debo saber lo que quiero saber». El tema que me confiaron es La fe y la sociedad de la información. Yo tengo un poco de confusión porque no sé bien si me convidaron como ministro o como profesor y, siendo la misma persona, en la primera parte hablaré un poco más como profesor y, en la segunda, un poco más como ministro. Como profesor, ustedes saben que los filósofos tienen un defecto fundamental, un vicio, desde tiempos de Sócrates: este vicio es el de convertir en un problema lo que parece ser muy bien conocido y evidente a todos. Saben que Sócrates se iba a las calles de Atenas, preguntando siempre: ¿Qué es esto? ¿Qué es la justicia? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es? Y todos —explica algunos siglos después san Agustín—, antes de la pregunta, creían conocer qué es la esencia, y frente a la pregunta descubrían que no lo sabían tan exactamente. Por eso yo no me resisto a la tentación de comenzar mi ponencia preguntando: ¿qué es esta sociedad de la información?; ¿de qué hablamos, qué pensamos exactamente cuando utilizamos este lema sociedad de la información?
¿Hubo antes de esa sociedad de la información otra sociedad que no era sociedad de la información? Y ¿qué sociedad era, la sociedad que no era sociedad de la información? Debemos pensar que, en esta nueva sociedad de la información, sirven, tienen vigencia, otros valores, otras verdades que en la sociedad anterior que llamaremos la sociedad de la no-información.
Yo tengo algunas dudas sobre eso; me parece que esta idea que continuamente sale en la discusión de «que vivimos un tiempo totalmente nuevo, que todo el pasado ha perdido su sentido y que no podemos aplicar a la sociedad presente criterios que sirvieron antes pero no valen más», todo eso es efecto de una idea de modernidad entendida como ruptura total con el pasado: así que en la modernidad vive un hombre nuevo, que no es el hombre de antes, y para este hombre nuevo sirve una sabiduría que no es la sabiduría que hemos conocido en el pasado.
Yo tengo otra idea diferente de la modernidad, como saben los que conocen a mi gran maestro Augusto del Noce. Él explicó que no existe esta fractura total entre el pensamiento antiguo y la modernidad, entre la sociedad de hoy y la sociedad del pasado. Hay una continuidad, una continuidad problemática; hay una única verdad del hombre, a la que nos acercamos de manera diferente en tiempos diferentes de la vida y en tiempos diferentes de la historia de la civilización. Pero diferentes son las civilizaciones y única es la verdad del hombre, y yo creo que la información es un elemento básico de todas las sociedades.
Nunca hay una sociedad sin información. Veamos un ejemplo: pensemos en un autor que no habla tanto de la información, sino de decisión, Carl Smith. Si pensamos en él, ¿cuál es la precondición de la decisión? La decisión tiene como precondición la información y el juicio. Cada sociedad en la historia, todas las civilizaciones de la historia viven este proceso.
Está en primer lugar la información, saber lo que pasa; en segundo lugar está el juicio, hacerse un juicio sobre lo que pasa, lo que se dice, lo que es verdad y lo que no lo es, y, por fin, la decisión. El hombre se informa, formula un juicio y toma una decisión, y también las sociedades actúan de la misma manera.
Tampoco resisto la tentación de hablarles de otra autoridad, hoy menos bienamada que Carl Smith, y para algunos de nosotros quizá aún más importante, que es santo Tomás de Aquino. Santo Tomás dice que el hombre es un ser inteligente y libre, y además explica que es inteligente para juzgar, y libre para decidir.
Hay un aspecto empírico del conocimiento. Está el juicio y está la decisión: es la manera en que funciona el hombre. En el juicio está la información, el saber lo que pasó, no puedo juzgar lo que no conozco.
Dimensión empírica del conocimiento
Necesitamos conocer para juzgar y para actuar; éste es el proceso en la vida del hombre y de la sociedad. Es evidente que entre estos conceptos hay una relación estrecha. Si el conocimiento está equivocado, es muy difícil que el juicio pueda ser verdadero. Santo Tomás diría que acaso puede ser verdadero, pero en principio no. Si la información está equivocada, el juicio también estará equivocado y también la decisión estará equivocada. Santo Tomás explica que el hombre no tiene responsabilidad moral por el error cuando el error es invisible, cuando la información original estaba equivocada. Él nada pudo hacer para tener una información más cualificada, correcta. Es tan dependiente el hombre de la información… Un hombre y una sociedad funcionan bien si el sistema información-juicio-decisión se centra en la verdad.
No digo si la información es verdadera. Como ustedes saben, entre los periodistas hay un debate. Hay algunos que dicen: «La información verdadera no es posible», y en cierto sentido tienen razón: la verdad no es algo que uno puede tener en su mano, y la idea de una información totalmente objetiva no puede tener realidad, porque cada uno de nosotros está situado en el tiempo y el espacio y ve las cosas desde un punto de vista. Pero una cosa bien diferente es reconocer que la verdad absoluta está más allá de la capacidad del hombre: sólo Dios conoce la verdad última, y otra cosa es decir que no hay una verdad que el hombre puede conocer, que no podemos aproximarnos a la verdad y que la verdad no es una idea regulativa, como dice Kant; en este punto, no en otros, santo Tomás de Aquino estaría muy probablemente de acuerdo con Kant. La verdad en la vida del hombre es una idea regulativa, e intentamos aproximarnos a la verdad en la medida de lo posible. Una sociedad en la que no existe este ideal de la verdad como centro de la información del juicio y de la decisión es una sociedad enferma.
Espero que todo lo dicho no se disuelva ahora por el hecho de que quiero citar a una autoridad a la que muchos, en nuestro tiempo, no aman demasiado: Juan Pablo II. Si ustedes leen su encíclica Veritatis splendor, ven que su centro es exactamente esta idea: que información, juicio y decisión se unen en la verdad, se centran en la verdad, la verdad es la idea regulativa, es un proceso. No pretendemos poseerla, sabemos que siempre la verdad nos trasciende, pero… el sentido del proceso información, juicio y decisión es la idea regulativa de la verdad.
De verdad hablamos en dos sentidos; o digamos que hay dos tipos fundamentales de verdad: está la verdad empírica de la información: «Yo digo que pasó esto»; «El profesor Buttiglione habló en esta aula a las 13:55 del día de hoy». Esto es un hecho empírico, puede ser cierto y puede no ser cierto, y no se puede saber a priori; hace falta el testimonio de los que estaban aquí.
Vivimos en un mundo de verdades empíricas. Pero hay también otro tipo de verdad: una verdad anterior a los criterios de juicio. El hombre tiene en su corazón algunos criterios fundamentales de juicio, algunas demandas fundamentales de sentido y algunos criterios fundamentales que organizan su conocimiento y organizan los materiales empíricos. Pondremos un ejemplo, un criterio apriórico: «El profesor Buttiglione no puede al mismo tiempo estar aquí, en este día, a las 13:55, hablando en esta Universidad, y en el Consejo de Ministros en Roma en el mismo momento, en el mismo tiempo»; no es posible que esté en dos lugares al mismo tiempo. Éste es un criterio que nos permite organizar el conocimiento empírico.
Los criterios de juicio nos permiten interpelar a la dimensión empírica y organizar los materiales empíricos, porque los materiales empíricos son infinitos. Hay un ejemplo que utilizaba siempre el profesor Poper que, como filósofo, tiene algunas objeciones en su contra, pero como profesor, era un gran profesor. El profesor Poper, cuando tenía que explicar qué es la observación empírica, decía a los estudiantes: «Y ahora…, ustedes observan, y escriben lo que observaron»…, y se callaba durante diez minutos, quince minutos, y después preguntaba: «Bueno, tú, Gianni, ¿qué observaste en este cuarto de hora?» Casi siempre el estudiante no sabía cómo contestar, y los más inteligentes preguntaban: «¿Pero… qué tenía yo que observar?» Porque, para observar, es necesario dirigir en un sentido la atención hacia un fenómeno que hay que observar, porque no puedo observar al mismo tiempo todo lo que acontece.
Seleccionar
Observar es seleccionar. En este momento yo espero que ustedes me estén observando a mí. Espero que no estén observando el tapiz de enfrente, o las ventanas, o las banderas del estrado u otras cosas que están aquí, o el rostro de todos los seres humanos que están en este aula. Observar es seleccionar. Si uno intenta decir todo lo que acontece, el resultado es que el cuento será más largo que la vida. Si uno intenta contar toda la vida, el cuento será más largo que la vida y eso no es posible.
Y ¿con qué criterio seleccionamos? ¿Cuál es el criterio de la selección para ordenar la experiencia? Para juzgar tengo que saber qué tipo de información necesito. Los criterios del juicio son también los criterios de la selección de la información. Debo saber lo que quiero saber. Eso lo saben muy bien los profesores que hablan con un estudiante que tiene que hacer una tesis y tiene que leer muchos libros, y el problema es que sepa lo que tiene que buscar en los libros. Porque, para resumir el libro, hay que saber lo que es importante y lo que no es importante según mi criterio, para el problema específico que estoy estudiando.
El problema del criterio de juicio es el problema fundamental; tengo que saber lo que quiero saber y el criterio de la información es cuál es la información relevante y cuál es la información no-relevante. La organización de la información depende de los criterios de organización de la información. Esos criterios nos dicen cuál es la información relevante.
Si todas las sociedades necesitan información, ¿en qué sentido la nuestra es, de manera particular, una sociedad de la información? Éste es el momento en el que los americanos dirían que yo tengo que dejar el papel de filósofo y entrar más en el tema político; pero creo que es importante tener ideas claras, porque así, si eso está claro, podemos formular una pregunta más práctica: «Si todas las sociedades necesitan información, si todas las sociedades son sociedades de la información, ¿en qué sentido nuestra sociedad es, de manera particular, una sociedad de la información?» Puede ser que sea a causa de un exceso de información y por una falta de criterios de juicio.
En otras sociedades el problema fundamental era el de tener la información. Los que tenían el poder no daban la información a los no poderosos, y la información es poder, por supuesto. Por eso la lucha por la libertad de la prensa fue un elemento fundamental en la lucha por la democracia. Si no tiene información, el pueblo no puede juzgar, si no tiene posibilidad de juicio, no puede ser soberano. La soberanía del pueblo implica la libertad de la prensa. Todo el siglo XIX es un siglo de lucha por la libertad de la prensa. Y los poderosos no quieren dar la información a todos. Me parece que hoy estamos frente al mismo problema, pero de una manera diferente.
Hay un cuento de Gilbert K. Chesterton; no sé si es popular aquí en España, espero que sí, porque lo merece. En este cuento, Chesterton nos presenta al padre Brown, un cura que es contemporáneamente detective, y como siempre hay un asesinato. Un hombre mata a otro hombre y tiene el problema de que no quiere que se descubra el asesinato; ¿cómo hace para ocultar lo ocurrido? Están en tiempo de guerra y él manda una brigada de lanceros. En un ataque desesperado, muchos mueren, casi todos, y entre tantos muertos no se ve al muerto que fue asesinado. Podemos tener dificultad de entender y de estar informados porque no tenemos información o porque tenemos demasiada información y no tenemos la posibilidad de procesar la información de manera que nos permita identificar la información relevante. La sociedad en que vivimos es una sociedad en la que hay un exceso de información, tanta información que es muy difícil calificar la información, distinguir la cierta de la no cierta y entender cuál es la que realmente necesitamos.
Vuelvo nuevamente a mi experiencia como profesor. Cuando comencé como profesor en la Universidad, los estudiantes tenían que hacer una tesis; el problema fundamental era la bibliografía, y venían con una bibliografía muy pequeña; yo les daba información ulterior para ampliar la bibliografía. En los últimos años, el problema fundamental está siendo todo lo contrario; a través de Internet llegan con una bibliografía enorme. El problema es ayudarlos a ver lo que es relevante de esta bibliografía, lo que tienen que leer, lo poco que tienen que leer y lo mucho que no tienen que leer, porque es material de mala calidad. El exceso de información hace más difícil la identificación de la información relevante. En Internet encuentro muchas cosas, pero la mayoría no tienen un origen controlado y es posible que sean ciertas o igualmente posible que no lo sean; y entre las que son ciertas, muchas son irrelevantes, no importantes. El problema es identificar lo que es importante.
La sociedad del cotilleo
De esta forma, el cotilleo ocupa el lugar de la discusión y de la búsqueda de la verdad. La sociedad de la información corre el riesgo de convertirse en la de la información del cotilleo. Umberto Eco, en El nombre de la rosa, explica muy bien esta sociedad del cotilleo. ¿Cuál es el centro del libro? El problema de la risa, el hombre que, a través de la risa, es capaz de no dar importancia a todo lo que pasa. La risa es un acto a través del cual nosotros, de alguna manera, negamos la seriedad, la trascendencia del hecho al que estamos enfrentados. Una sociedad de la risa generalizada es una sociedad en la que el cotilleo triunfa, y la situación es de cabaret. Si ustedes consideran la sociedad de hoy, todo se convierte en cabaret. La política se convierte en cabaret, también la religión algunas veces. Es relevante lo que está en el cabaret, diríamos en los llamados talk shows. Ése es el sueño de contruccionismo; todo el proceso de construccionismo religioso llega a la sustitución del cotilleo por la búsqueda de la verdad.
La sociedad de la información es, en este sentido, la sociedad de la desinformación por exceso de información. La información falta porque no hay información, o tal vez porque hay demasiada, y no hay instrumentos para distinguir entre la información relevante y la no relevante, y el rumor, en el trasfondo, sumerge las voces que intentan comunicarse.
Todos hablan y nadie escucha. Algunos talk shows en la televisión dan exactamente esta impresión, todos hablan y nadie escucha y no se entiende, y no hay comunicación. Cada uno dice su propia verdad, pero no hay una verdad común, ni tampoco el esfuerzo de constituir esta verdad común. Heráclito escribió: «La mayoría de la gente vive fuera de la búsqueda de la verdad, como si cada uno de ellos tuviese su verdad propia, sólo de él, que no se puede comunicar, o si se comunica se hace de manera autoritaria, no entra en la dialéctica, el diálogo, la comunicación».
¿Saben ustedes cómo se dice propio en griego? Idios, y de ahí viene la palabra idiota, que es igual en italiano que en castellano. El idiota es el hombre que vive cerrado en su propia verdad porque no hay una verdad común con otros; un poco el ideal del construcionismo o del relativismo absoluto. Porque relativismo no significa que no hay verdad, significa que cada uno determina arbitrariamente su propia verdad que no es comunicable a otros, y eso significa el fin de la dialéctica. La dialéctica que es la comunicación, la formación del discurso común.
En este caso todo es información y nada es comunicación. La información no tiene la posibilidad de hacerse comunicación. Se informa, pero no se comunica. ¿Qué tiene que ver esto con la fe? Hablaremos después de esto, pero creo que hay aquí un elemento importante. Donde no hay comunicación tampoco es posible la comunión, el ser una cosa sola, cuando la palabra es el medio para la comunicación de la persona. Porque la palabra comunica información, y a través de la información, pero comunica también a otro. Tomamos una, dos, tres palabras tan sencillas como yo te amo. Cuando un joven dice esas palabras a una joven: Yo te quiero, yo te amo, ésa es una comunicación informativa, pero es mucho más. La persona se comunica a sí misma a través de la información. Y la Iglesia es una comunicación de personas, y Dios mismo es una comunicación de personas. La Trinidad, el centro de la fe católica, es la idea de una comunicación de personas, y la esperanza cristiana es participar de esta comunicación de personas. La sociedad en la que se cierra la comunicación, porque se pierde la verdad, es una sociedad en la que se hace más difícil —nunca imposible— el conocimiento de Dios.
¿Cuál es la defensa contra el predominio absoluto y la dictadura del cotilleo, de la información que no tiene como referencia la verdad, sino que está desligada de la responsabilidad frente a la verdad? La primera defensa es la formación de una mentalidad de cultura crítica, y eso es tarea específica de la escuela y de la Universidad.
Hay un librito de John Henri Newman que me parece fundamental, y creo que todos los universitarios tienen que releerlo. Todos los universitarios católicos tienen que releerlo, porque se supone que ya lo han leído, y los otros tendrían que leerlo. La tarea primaria de la Universidad es la sistematización rigurosa de los valores vitalmente comunicados. Newman plantea la cuestión: ¿Cuál es la diferencia entre un hombre muy inteligente y un universitario? Un hombre muy inteligente tiene muchas ideas, pero no tiene un hábito crítico para organizarlas. No tiene un hábito crítico frente a cualquier experiencia nueva, la lectura de un libro, algo que acontece en la vida; no tiene la aptitud de formular la pregunta ¿qué es esto? Y ¿cómo esto está relacionado con las otras experiencias que tengo? Esta nueva información, ¿en qué relación está con lo que ya conozco? ¿Lo contradice? ¿No lo contradice?; y ¿cuál es el origen de esta información?; ¿es una información probable, posible, o es una información que no es cierta? Esta aptitud de verificar críticamente, para la formulación de una visión coherente de la realidad, en la medida de lo posible, nos permite saber lo que pensamos. Al menos el universitario debería siempre saber, si no lo que es cierto, al menos lo que piensa.
Muchas veces vemos que la gente no sabe lo que piensa, que pasa de una opinión a otra opinión, porque no hay el esfuerzo de construir una convicción más allá de la opinión momentánea. Pensar no es tener opiniones, existe esta palabra tan mala: opinionista (columnista de opinión). Los que escriben en los periódicos tienen opiniones; no es bueno tener sólo opiniones. Tendrían que tener convicciones. La convicción es el resultado de un proceso crítico sobre las opiniones, y ésa es la gran opinión de Newman y antes de Newman. Ésa es la tarea de la Universidad; por eso necesitamos también una política de la escuela y de la Universidad que defienda su fundamental vocación humanística.
Eso tiene otro lado: para entender la verdad, hay que ver cuál es la falsedad opuesta que negamos. Decimos que la Universidad tiene una vocación humanística. Negamos que la función de la Universidad sea la formación profesional. La tarea de la Universidad no es preparar a los jóvenes para el trabajo. La preparación para el trabajo es algo diferente, que está ligado con la Universidad, pero que se hace en la relación con las empresas.
En Estados Unidos, en la universidad americana, el MBA (el Master for Bussiness Administration) no es el máster académico. Hay tiempo en la universidad para la formación de la formulación crítica, y está el MBA, que es el puente entre la universidad y el mundo del trabajo. En Italia —no sé en España—, muchas veces no hay una posición clara sobre esto; se intenta que la Universidad sea también lugar de formación profesional. Los resultados no son buenos porque lo que es necesario en el trabajo lo sabe la empresa, y la formación profesional de tercer nivel, de nivel alto, se hace con la empresa, y cuando yo organizo un MBA, un máster de formación profesional de alto nivel con el Ministerio para la formación de managers europeos, con algunos Bancos, yo sé que puedo hacerlo hoy y que el próximo año muy probablemente tendrá que ser una cosa diferente y, por supuesto, en cinco años tendrá que ser una cosa diferente, porque lo que será necesario, la necesidad que llega del mundo del trabajo en cinco años, es muy diferente de la que es hoy, y corremos el riesgo de una Universidad que no realice bien una formación profesional y que no forme a la persona.
Por supuesto, la formación humanística no está en contradicción con la formación científica. Las ciencias naturales son parte de una formación humanística porque tienen, quizá en medida superior que algunas de las ciencias humanas, este elemento fundamental del método. Aprender a pensar, a construir el método crítico, se puede aprender estudiando filosofía o medicina, filología o física nuclear, pero fundamentalmente siempre es lo mismo con diferentes caminos hasta la misma verdad. La verdad como hábito, la aptitud de pensar. Creo que la sociedad de la comunicación necesita hoy una formación universitaria fuerte: la tarea específica de la institución universitaria para permitir procesar lo que pasa en la televisión, lo que pasa en los medios de comunicación, en la idea regulativa de la verdad.
En segundo lugar, creo que sería interesante hacer una tentativa de traducción de Shakespeare al castellano de hoy, el Shakespeare de Hamlet: «Hay más cosas en la tierra y el cielo de las que están en tu filosofía», pero yo creo que hoy sería mejor traducirlo de otra manera: «Hay más cosas en la vida, en el mundo, de las que se pueden decir, o de las que caben en un cabaret, o en una transmisión del Gran Hermano».
Parece que hoy el ámbito de la comunicación está restringido a lo que se puede decir en este nivel en que todo el exceso de información converge en una comunicación subyacente. No hay tiempo para profundizar nada, y todo lo que se dice es también verdad en parte. Pero reflexionar en qué medida es cierto esto o lo otro, no es posible, porque el tiempo para profundizar falta, y la atención se dirige en otra dirección. No todo en la vida es fácil, y vale la pena realizar algún esfuerzo para entender la vida.
El gusto de tomar la vida en serio
Pero, para que esto sea posible, es necesario encontrar el gusto de tomar en serio la vida. Porque la precondición de todo es un sujeto humano que tenga el gusto de poder vivir en serio. La comunicación superficial incrementa la superficialidad del sujeto, que originariamente tiene su raíz en el hecho de que el sujeto es un sujeto superficial, que la familia, que es la primera unidad de información-comunicación, no consigue comunicar el gusto de la búsqueda de la verdad, que la vida es una cosa seria y que todo lo que es serio es bueno.
Hay un tiempo en la vida en que todos nosotros somos muy frágiles; cuando uno es adolescente, debe escoger un camino en la vida, tiene unas ilusiones que quiere hacer realidad, y en este momento siempre hay dos posibilidades: la realización real de un camino en la vida, que significa trabajo; nada de lo que deseamos se hace realidad sin trabajo. El otro camino es la ilusión, la satisfacción de los impulsos de manera ilusoria. Un ejemplo, hay un buen romanticismo y un romanticismo malo. ¿Saben ustedes por qué, en gran parte de la obra de los poetas románticos y de los autores románticos, el amor es infeliz? ¿Qué falta en el autor romántico y hay sólo en pocos —entre ellos el italiano Alexandro Manzoni—? Falta el trabajo. Esta gente no trabaja, y el sueño se hace realidad a través del trabajo. El de Alexandro Manzonni es uno de los poquísimos casos en que el poeta romántico nos presenta gente que trabaja, y que lo hace con mucha fatiga, pero aquí el sueño se hace realidad.
Nosotros tenemos un sistema más metodológico en el que la función fundamental de los medios es la de convocar a la gente para ver, no una comunicación educativa, sino un mensaje publicitario; y para ayudarlos a ver el mensaje publicitario es muy normal entrar en una alianza, no con el esfuerzo del joven para construir su personalidad a través del trabajo, sino con la parte de él que busca una satisfacción sustitutiva. Sin trabajo, tenemos la impresión de una satisfacción que no hay, y la dimensión de la verdad queda oculta. Yo creo que ése es el segundo problema fundamental que tenemos hoy en la política. Necesitamos una política de la comunicación y de los medios de comunicación. ¿Hay cosas que se deben excluir de la comunicación? Naturalmente. Hace algunos años, muchos decían: «No, todo debe estar en el sistema de la comunicación». Yo he visto —no sé si ustedes lo vieron— un film en la televisión italiana, un film que hablaba del incesto presentándolo como una experiencia positiva. Ahora, bien sabemos que no es así, y que los jóvenes que han vivido una experiencia de incesto tienen unos problemas gravísimos y sólo una ayuda psicológica muy fuerte y la ayuda de Dios pueden permitirles recobrar la dimensión normal de la vida, es decir, la posibilidad de una felicidad humana.
¿Puede estar el incesto, la pornografía en el mundo de la comunicación? ¿Debe ser accesible a todos la pornografía en el mundo de la comunicación? Son problemas que tenemos; estamos trabajando en una directiva de la Unión Europea en el tema de la comunicación electrónica y yo creo que debe haber un control, también de la pornografía. Porque si no está permitido contaminar el ambiente físico, creo que no debe estar permitido contaminar el ambiente moral. Al menos, en los casos en que es evidente que no hay ninguna oposición al hecho de que ésta es una contaminación del ambiente moral. Eso es importante para Internet. La exposición de la crueldad es aún peor que otras formas de pornografía; no es pornografía etimológicamente, pero debe ser incluida en el concepto de pornografía.
Hay que defender a los jóvenes y —¿por qué sólo a los jóvenes?— también a los viejos contra un tipo de comunicación que es claramente no humana y deshumanizante. Hay cosas que deben entrar en la comunicación y hay cosas que debemos excluir de la comunicación. Es el gran problema de los programas llamados educativos. Yo estoy a favor de la libertad en la televisión, de la competencia entre las televisiones, pero creo también que hay una función pública que defender. Eso no significa necesariamente tener una televisión pública, puede significar que todas las televisiones tienen deberes de servicio público.
¿Sería tan malo que las televisiones generalistas tuviesen la obligación de dar a algunas horas del día una programación educativa, es decir, de programas culturales, con competencia sobre los temas más diferentes? Eso sería una forma de vincular la televisión no sólo al sistema publicitario, que es justo que sea así, —no tengo nada en contra de la publicidad—, pero creo que es malo que la televisión tenga una dirección unívoca con el sistema de la publicidad y no al mismo tiempo con el sistema educativo, está mal. Creo que debemos buscar un equilibrio, y que también el sistema educativo nacional debe tener un empuje, un sitio en la programación de televisión.
Hay que definir la relación entre el sistema mediático, el sistema publicitario y el sistema educativo nacional. La televisión puede ser fundamental. Está el problema de la televisión generalista; luego, hay otro problema: el de la utilización por parte de las agencias educativas, especialmente por parte de la Universidad, de la televisión no generalista. Nuevas posibilidades de los nuevos sistemas de comunicación, por ejemplo la enseñanza a distancia. Tenemos algunos ejemplos en Italia, alguna experiencia; y no sólo en Italia, yo he visto también en México algunas cosas buenas en este campo. Hay que modernizar la función de la Universidad utilizando estos sistemas.
Pero lo más difícil de todo es otra cosa: hay que estimular la creatividad. Yo he hablado muchas veces con ministros en mi país que dicen: «¡Ah!, tenemos el problema de la televisión, tenemos que hacer una televisión católica». Y yo siempre digo: ¡cuidado! Porque la televisión es una manera increíblemente eficiente para gastar y perder dinero. El problema de la televisión católica es un problema de creatividad, hay necesidad de hombres que tengan una genialidad formada en la fe, y después pueden utilizar canales de televisiones que se dicen católicas, de otras que se dicen no-católicas, de otras que se dicen anti-católicas.
El problema es educar a una generación en la que la fe sea vida, en la que no exista el divorcio entre la fe, que se acepta como algo quizá verdadero, y lo que es apasionante. Es lo que dijimos ya antes: que parece que la seriedad de la vida no es apasionante y el joven busca otros caminos; y, al fin, entrar en la madurez, madurar, hacerse adulto es casi una derrota del sueño de felicidad; presentar a los jóvenes el camino en que hacerse adulto es la realización, la madurez del sueño de felicidad de juventud; y estimular una creatividad en la que se vea la verdad con la perspectiva de la belleza. La verdad es hermosa: ésa es la intuición de un gran teólogo, quizá el teólogo más grande de nuestro siglo, que fue también mi amigo, Urs von Balthasar, en su libro fundamental sobre la Gloria de Dios. La gloria de Dios se manifiesta a través de la belleza. Eso es algo que no lo podemos programar, es un don de Dios, es gracia. El nacimiento de un Dante o de un Cervantes no es algo que la política pueda planear. Es algo que, Dios nos dona cuando quiere y si quiere.
¿Qué tiene que ver la fe cristiana con todo esto? Todo y nada. Nada, porque la fe es un hecho de la vida, un acontecimiento, y se comunicó originariamente en una comunidad analfabeta. Y sobrevivió y puede sobrevivir en una comunidad analfabeta. Los primeros cristianos no eran muy cultos, y muy pocos sabían escribir. Es un hecho de vida, es un don de Dios, es un descubrimiento de la verdad del propio ser y del otro en la relación con Cristo. Y eso es gracia, y la gracia de Dios, Dios la da cuando quiere y donde quiere, y puede suscitar hijos de Abraham de las piedras.
Desde este punto de vista, la fe puede vivir también en una sociedad del cotilleo y comunicarse a través del cotilleo, y muchas veces se comunica efectivamente a través del cotilleo, porque toma todo lo que es humano, y el cotilleo es también un elemento fundamental de la Humanidad.
Por otro lado, podemos decir que eso tiene que ver todo con la fe cristiana, porque la fe es un camino hacia la verdad del hombre. El primer efecto de la fe es el amor concreto a la vida, lo que nos permite tomar en serio la vida. La revelación de la seriedad de la información y del arte es apasionante y encierra una gran alegría; de ahí nacen criterios de juicio, de evaluación de la información, de una cultura; no una cultura monolítica, una cultura que puede ser diferente en cada nación, en cada familia, y que no es convergente hacia la única verdad del hombre.
Si es verdad lo que se dice sobre los papiros del Mar Muerto y de la presencia entre ellos de un fragmento del evangelio de Marcos, es sorprendente e impactante cómo esa comunidad analfabeta originaria, de hombres muy sencillos, sintió inmediatamente la necesidad de escribir la historia del Salvador. Eso es importante, significa algo: la fe nace por un acto de la libertad de Dios fuera de cualquier contexto de actividad cultural, pero inmediatamente siente la necesidad de un testimonio también escrito, y, poco después, de una teología, de una organización racional, porque la fe hace madurar la verdad del hombre en todas sus direcciones, y esta maduración es también una nueva presentación de la fe; y después esta comunidad ha formalizado el canon de las Escrituras.
El cotilleo universal no es una amenaza para la fe en sí, pero lo es para la fe en su forma cultural consolidada y en su proceso de maduración. Por otro lado, la fe es una esperanza para el hombre, que en el cotilleo universal se vuelve loco. La fe es la ayuda al hombre para salvarse del cotilleo y hacerse más hombre.
En fin, como conclusión, quiero recordar lo que dice Platón en La República. Hay muchas páginas de La República que nadie lee. Son las páginas en que Platón habla de la música, y dice una cosa importante: «No es posible una sociedad buena, no es posible una política buena con una música mala». Y ¿por qué? Porque la música es exactamente la educación del aspecto emocional de la persona, que canaliza la fuerza de la emoción hacia la satisfacción ilusoria, o hacia el trabajo real para cambiar el mundo y construir un mundo justo. ¿Qué es la fuerza extraordinaria de la fusión sexual? Una música lleva a una satisfacción ilusoria; la otra le conduce a un amor verdadero, la formación de una familia, cuidar de los hijos y la civilización, porque toda la civilización nace de este proceso. ¿Dónde está la diferencia? En la música, música que no es sólo lo que nosotros llamamos música. Cuando Platón habla de música, lo hace sobre todo lo que tiene que ver con las musas, y las musas son las protectoras de las artes, no sólo de la música, sino también de la cultura, de la escultura, de la tragedia, y nosotros podemos decir más. El sistema más metodológico es condición del funcionamiento correcto de la sociedad. Una sociedad con una mala música no puede tener un buen gobierno. Crear una buena música es tarea de la política, tiene que tener una política de la comunicación, pero es tarea también, y mucho más, de las Iglesias, de las Universidades.
Es tarea de la familia, es tarea de todos los hombres, y todo eso puede ser que no sea bastante. La esperanza es que la ayuda de Dios salga al encuentro del esfuerzo del hombre. La historia es historia de un movimiento que va del hombre hacia Dios, pero es también el resultado de un movimiento que va de Dios hacia el hombre. La presencia de este movimiento en la Historia es lo único que nos permite enfrentarnos a los problemas de nuestro tiempo sin que la gente, el pueblo, pierda la alegría.