De víctima de abuso en Kenia a líder contra la violencia sexual
En Kenia el 40,7 % de las mujeres sufre violencia sexual por parte de su pareja. Ante la falta de apoyo público, Winny Obure ayuda a supervivientes como ella
Para llegar al refugio que construyó Winny Obure hay que cruzar un puente y caminar por calles enfangadas. Al girar a la derecha y dejar el río atrás entras en un callejón que no anima a caminar por él a oscuras. Obure mete la mano por la verja, quita el pestillo y entra. Hay dos edificaciones de chapa. Al fondo está la pequeña oficina de TeenSeed, donde coordina un equipo de 13 voluntarios con un solo objetivo: luchar contra la violencia de género.
En Kenia, el 40,7 % de las mujeres sufre violencia física o sexual por parte de sus parejas, según ONU Mujeres. La cifra no incluye casos como el de Obure. Cuando era adolescente en su pueblo, cerca de Kisumu —en el oeste—, abusó de ella un amigo de su familia, que le pagaba las tasas escolares. Obure decidió dejar el colegio y huir a la capital. Ahora trabaja en Kiambiu, un asentamiento informal de Nairobi. Según un estudio publicado en Prevention Science, en estos lugares el 6 % de niñas entre 10 y 14 años sufre violencia sexual al año. En 2006, la keniana comenzó a ayudar por su cuenta a mujeres que habían sufrido lo mismo que ella. Ocho años después registró su ONG, TeenSeed. Desde 2018 tiene su sede en el recinto de la Fundación Espíritu Santo, liderada por el pastor protestante Jasper Angonga. «Ambos trabajamos con miembros de la comunidad, por eso nos unimos», explica él desde la puerta del pequeño templo. «Su labor es necesaria», aplaude. Obure colabora además con otro grupo cristiano. «Aquí las iglesias tienen mucho poder social y también espacio. Era una buena manera de unirnos a la comunidad», explica.
En 2019, la entidad consiguió financiación por primera vez, gracias al Fondo Global para Mujeres. Con los 170.000 euros que les concedieron para tres años, pusieron en marcha cinco programas, desde la prevención con adolescentes hasta la concienciación a los hombres de la comunidad y actividades como coser sandalias o bolsos que generen ingresos a las víctimas. Uno de sus últimos proyectos ha sido una campaña para repartir compresas entre 16.000 muchachas del este del país y que no pierdan días de colegio por la menstruación.
Sin embargo, el más importante son sus dos refugios temporales, uno para familias y otro para niñas. En la puerta del primero, un letrero dice: «Nunca culpes a una víctima de violencia sexual y de género». Dentro hay cuatro habitaciones. Una de ellas, con una cama y una litera, está vacía porque se acaba de marchar una familia. En total han pasado por allí 70 en los últimos tres años. Les dejan estar tres meses, pero en la habitación de al lado Linet y su madre llevan ya cinco por falta de alternativas. En julio, Linet esquivó un intento de abuso sexual por parte de un vecino y su madre decidió huir con ella de su casa.
La joven tiene 15 años. Solo ahora ha acabado primaria con apoyo de TeenSeed. Pero la ONG no puede pagar los 600 dólares anuales del instituto. «Si no la apoyamos sufrirá abusos de nuevo. Es lo más urgente». La voz de Obure denota desesperación. Desde que a finales de 2021 se les acabaron los fondos no han visto entrar ni un euro. «Es difícil. Para los refugios ponemos dinero los voluntarios. La Policía nos llama cuando reciben casos de supervivientes de violencia sexual. El Gobierno no ofrece refugios públicos ni ayuda económica», explica.
Las reuniones trimestrales con funcionarios y líderes locales no funcionan. «Mandan a becarios que no pueden cambiar nada y van rotándolos. Si en una reunión hablamos de cómo lidiar con casos de violaciones, en la segunda tenemos que repetir todo otra vez», se queja Tony Elvis. A sus 26 años, lleva cuatro de voluntario. «Conozco a jóvenes como yo que han dejado embarazadas a cinco mujeres y no tienen estudios ni trabajo», comparte. «Con las adolescentes pasa lo mismo: si tienen una hija y crece en el mismo sitio sufrirá los mismos abusos. Es un ciclo continuo y la principal causa es la pobreza y la falta de información».
Obure dice estar cansada de la situación: «No puedo estar corriendo detrás para rescatar a cada niña, es un problema institucionalizado. Me quemo y me derrumbo, pero no puedes hacer nada», confiesa. A pesar de ello no desiste y prefiere quedarse con lo positivo de estos años de trabajo. «He visto un cambio enorme. Hay hombres que denuncian casos de violaciones, señores que educan a otros, chicas que se atreven a decir que no a chicos. Es muy alentador».