De vagabundo a pintor de sellos del Vaticano
Tenía talento como pintor, pero malvivía por las calles de Roma, bebiendo y dando tumbos sin esperanza. Hasta que el Vaticano le dio una oportunidad: le pidió pintar dos sellos para Navidad
Adam Piekarski solía jalonar sus horas entre la lucidez mínima de la resaca y las lagunas que deja la borrachera. Este polaco ha pasado los últimos cinco años durmiendo a ras de suelo en las inmediaciones de la plaza de San Pedro, en el Vaticano, un observatorio desde el que contemplaba sin ganas el trasiego de los turistas o el devenir de los vecinos. A veces si alguno se paraba, sacaba su cuaderno y su lápiz para retratarlo con esmero. Aún conserva el preciado cuaderno con los rostros inmortalizados de personas de las que casi nunca recuerda el nombre: un policía, una mujer desnuda, una niña con coletas…
Este trotamundos sin hogar gastaba todo lo que sacaba en vino y cerveza. Güisqui si el día había sido generoso. Alcohólico, hijo de alcohólico, con una historia de perdición a sus espaldas, empezó a pintar con 25 años. Un don exquisito al que él quita importancia, porque dice que le «nace como una voz dentro del corazón». «Nunca he estudiado la técnica», relata desde el palacio Migliori, el edificio aristocrático reconvertido en un albergue para personas como él, que se ha convertido en su taller de trabajo desde hace poco más de un año.
Ha sufrido mucho por amor y nunca ha sido del todo feliz, pero tampoco le gusta quejarse. Como la vez que vio morir de frío a un amigo polaco, o las veces que su familia le ha dado la espalda por sus continuas recaídas con el alcohol. Acostumbrado a bregar con la dureza despiadada de los que se sacan los cuartos en la calle, acudía cada martes a las duchas que el Papa hizo construir bajo la columnata de Bernini, en la plaza de San Pedro. Allí lo encontró por primera vez el padre redentorista polaco Leszek Pys, que no tardó en darse cuenta de su talento. «Observaba minuciosamente a las personas y después las retrataba. Trabajaba intensamente hasta diez horas al día», explica. Era el mes de julio de 2020 y el sacerdote acababa de toparse con el artista que pintaría a san Clemente Mary Hofbauer para la capilla de la iglesia que su congregación tiene en Roma: «Le dejábamos pintar en la sacristía. Estuvimos hablando mucho, pero cuando terminó el trabajo se escapó con el dinero». Lo encontró meses después, por causalidad, tirado por la calle y en un estado devastador, pero «era él quien tenía que dar el paso». Y así lo hizo: Adam solo necesitaba que alguien creyera en él. «Desde entonces todo ha sido como vivir un milagro. Todavía no me lo creo», acierta a decir este pintor de talento escondido. «Me han dado la vida de nuevo», sonríe, tras asegurar que lleva un año sin probar el alcohol.
Pronto la voz se corrió hasta la Orden de los Caballeros de Malta. Incluso llegó a las altas esferas del Vaticano. El cardenal Konrad Krajewski, el limosnero pontificio, le presentó al padre Francesco Mazzitelli, subdirector de la Oficina Filatélica y Numismática del Vaticano, que no tardó en encomendarle una tarea colosal: pintar los dos sellos conmemorativos para la Navidad 2021. Al principio se negó; tenía «miedo de no estar a la altura». Y no fue fácil. El Vaticano es muy exigente con estas representaciones. «Primero, Adam pintó un Niño Jesús rollizo, recién nacido, pero lo descartaron porque no se ajustaba a lo que pedían», destaca Pys. Este año el Vaticano ha agregado en los sellos a la Sagrada Familia, «un elemento para honrar a san José por el Año de la Familia». No obstante, Adam se ha permitido una licencia. Para pintar el segundo de los sellos, con los Reyes Magos de camino a Belén, se ha inspirado en sus compañeros de desventura por las calles de Roma. No busca la gloria, solo «seguir aguantando» y quizá un día «retratar en vivo al Papa».
«Todavía es irreal para mí», asegura Adam, que ha dado carpetazo a una vida de excesos. Ahora está limpio, se gana la vida como pintor y trabaja como guarda de seguridad nocturno en una propiedad de los Caballeros de Malta. Otra oportunidad que le cayó del cielo tras completar un retrato del gran maestre Giacomo dalla Torre, fallecido en 2020.